jueves, 17 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 56




Hernan dejó a Peyton en su habitación a las once de la noche y se despidió. La modelo parecía tan sorprendida como lo estaba él después de que decidiera no pasar al interior de la suite.


Volvió al hotel cariacontecido.


Siempre había sido un pájaro libre y despreocupado. Sólo unos días antes, habría estado encantado de encontrarse por casualidad con Peyton y aprovechar su tiempo juntos. Ella era bastante más joven, pero eso nunca le había molestado. Hasta entonces.


Esa noche, no había podido evitar fijarse en que ella sólo sabía hablar de marcas de ropa, grupos musicales y su tema favorito, ella misma.


No entendía qué le estaba pasando. Había conocido a una mujer con un extraordinario coeficiente intelectual y de repente era como si ya no pudiera soportar estar en compañía de alguien menos inteligente.


Se sentó en una de las mecedoras del porche y cerró los ojos, concentrándose en el sonido del mar. Los abrió de repente al oír una risa que le era familiar y vio a Margo dirigiéndose hacia allí en compañía de un hombre moreno. Lo reconoció. Trabajaba para la agencia de modelos de Peyton. Algo le estaba quemando las entrañas. Pensó en irse de allí antes de que lo vieran, pero era demasiado tarde.


—Hola, Margo —le dijo.


—Hola, Hernan —contestó ella.


No recordaba el nombre del chico, pero era muy atractivo, moderno y debía de tener unos veintitantos.


—¡Hombre, Hernan! —saludó el joven—. Pensé que estabas con Peyton.


—Sí, pero ya la he dejado en su hotel.


—Vamos, Hernan, no puedes estar cansado. La noche es joven y tú lo sabes mejor que nadie —dijo el chico.


No le gustaba hacia dónde iba la conversación y ni siquiera fingió estar divirtiéndose con sus comentarios.


—Bueno, Margo, ¿damos entonces ese paseo por la playa del que hablábamos? —le preguntó el joven.


—Claro —repuso ella sin mirar a Hernan.


—Buenas noches —se despidió el chico mientras tomaba a Margo del brazo.


Se imaginó empujándolo y dándole un par de puñetazos en la cara, pero respiró profundamente y se controló para no hacer ninguna locura.


Les dijo que disfrutaran del paseo y de la luna llena, sin hacer caso a la leyenda del hombre lobo que circulaba por la isla.


Vio una leve sonrisa en los labios de Margo. Fue un rayo de esperanza. Le gustaba ver que al menos era capaz de hacerla sonreír.


Se fue cabizbajo hacia su habitación. Cabizbajo, pero no vencido.




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