martes, 1 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 5




No iba a morder el anzuelo. No podía decir que Hernan no fuera obstinado. No parecía entender que un hombre sano y joven pudiera sobrevivir durante dos años sin estar con ninguna mujer. 


Pedro tenía aún el corazón roto y no le apetecía volver a arriesgarse. Lo único que le importaba era recuperar a su hija y asegurarse de que Pamela no volviera a estar cerca de ella. En cuanto al resto de su vida, pasaba cada día sin importarle demasiado el mañana.


—Verás, Pedro —le dijo Hernan—. No estás jugando con las mismas reglas de los demás. Nadie está diciendo que te enamores. Yo ya caí una vez en esa trampa y no pienso volver a hacerlo. Ahora todo lo que hago es divertirme. Nada más. ¡Y nada menos!


—¿De verdad crees que es así? —le preguntó.


—Claro que sí.


Pedro negó con la cabeza.


—Siempre hay alguien que quiere más, cuenta con ello —le aseguró.


—Muy bien, muy bien, pero la próxima vez que te encuentres solo y añores la compañía de una mujer a tu lado, no vengas a…


—No lo haré, no te preocupes.


Recogió la botella de agua que estaba en la barandilla del barco y bebió un gran trago.


—Por cierto, ¿se puede saber qué estás haciendo aquí? Pensé que ibas a estar fuera durante un tiempo.


Hernan se encogió de hombros.


—Me encontré con una bonita rubia a la que le apetecía hacer un crucero por aquí.


—Eres como una agencia de viajes.


—Algo así —repuso Hernan con una pícara sonrisa.


—Perdonen.


Esa voz hizo que los dos se giraran. Había una mujer en el muelle con una maleta a su lado y una bolsa de viaje en una de sus manos. Vio cómo Hernan sonreía y desplegaba sus encantos frente a la desconocida.


—¿Puedo ayudarla con algo, señorita? —le preguntó Hernan.


Ella miró la hoja de papel que llevaba en la mano y frunció el ceño.


—Éste es el puerto de Tracer, ¿no?


A Hernan le faltó tiempo para saltar al muelle y tomar el papel que la mujer llevaba en la mano. 


Lo leyó y miró a Pedro con una gran sonrisa.


—Así es, señorita. Y éste es el Gaby. Parece que está en el lugar indicado.


La mujer inclinó la cabeza y miró el barco con suspicacia.


—Bueno… Me temo que debe de ser un error. Se supone que tenía que embarcarme en un barco para hacer un crucero…


—Así es —la interrumpió Hernan mirando de nuevo el papel—. Señorita Chaves, está usted delante del capitán.


La mujer parecía muy extrañada.


—¿Usted es el capitán?


—¡No, no! Yo soy Hernan Smith—dijo mientras miraba a Pedro y le guiñaba el ojo—. Le presento al capitán Pedro Alfonso, que estará a su servicio en el barco. Bueno, perdónenme, pero tengo que irme. Estaré allí, en el muelle, desde donde no puedo escuchar nada —añadió mientras señalaba hacia atrás.


Pedro decidió ignorar a Hernan y se concentró en la mujer.


—¿Es usted la amiga de Juan?


—Sí. Me llamo Paula Chaves —le dijo—. Juan me ha contado maravillas sobre los cruceros que hacen en su… En su barco —añadió después de mirar la embarcación con algo de temor en su mirada.


Pedro había estudiado Derecho con Juan. Tenía previsto hacer ese crucero con Pamela y con él. Pero, según Juan, la tal Paula necesitaba unas vacaciones con urgencia y no le importaba que no fueran muy cómodas.


Pero al verla, se imaginó que estaba acostumbrada a todo tipo de mimos y lujos; no creía que fuera a estar contenta a bordo de Gaby. Llevaba una impresionante sortija de diamantes como única joya y en su pelo, liso y dorado, debía de gastarse un dineral cada semana. Sus vaqueros tenían agujeros, pero se notaba que eran de marca.


—Los pasajeros no tienen que venir al barco hasta esta tarde —le dijo Pedro mirando la bolsa de piel que la mujer agarraba con fuerza.


—Llevo veinte horas conduciendo —repuso ella—. Pensé que a lo mejor podría subir a bordo antes de tiempo.


Miraba el barco con preocupación. Imaginó que ella había esperado encontrar una versión moderna del Titanic o algo así.


—Le comentó Juan que en mis cruceros se trabaja, ¿no?


Ella se movió algo inquieta.


—¿Que se trabaja? Bueno, no me lo dijo, pensé que…


—Mire, señorita Chaves. Los cruceros que organizo no tienen nada que ver con esos viajes de lujo que hay en otros barcos —la interrumpió él con impaciencia—. Cada uno tiene una tarea durante su estancia en el barco. Unos se encargan de la cocina, otros pescan… Sólo tengo un hombre en mi tripulación. Se trata de que los pasajeros se sientan como si éste fuera su propio barco.


Ella lo miró algo inquieta y agarró con más fuerza aún su bolsa de viaje.


—Pero no… No sé nada de navegación. No sé nada de barcos.


Se controló para no suspirar. Antes de que terminara el día, el huracán que estaba ya golpeando sus sienes lo golpearía con fuerza. 


Decidió en ese instante que era mejor para él aceptar la cancelación de un pasajero que tener que aguantar a la señorita Chaves durante todo el trayecto. Señaló el pueblo con la mano.


—Pruebe en el Fontainebleau. Es un hotel de cinco estrellas. Tienen servicio de habitaciones, una excelente piscina y todo lo que pueda desear. Estoy seguro de que allí estará mucho más cómoda.




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