lunes, 7 de octubre de 2019
LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 24
Paula se sintió mucho mejor a la mañana siguiente. Se levantó temprano y se sorprendió al darse cuenta de que ya no estaba mareada.
Se sentía casi normal. Excepto por la boca, que la tenía seca, el estómago vacío y la culpabilidad que le había impedido dormir durante gran parte de la noche.
No quería mentir a Pedro, pero tampoco estaba preparada para contestar todas las preguntas que le habría hecho si hubiera descubierto un millón de dólares escondidos bajo su colchón.
Se incorporó en la cama y miró el reloj que había en la mesita de noche. Aún no eran las seis de la mañana, pero ya estaba despierta y decidió levantarse. Se duchó. Estaba débil y algo mareada, pero el agua le vino muy bien.
Se vistió y subió a cubierta. Allí la recibió una brisa cálida y salada. Le vino bien que le diera un poco el aire después de haberse pasado todo el día anterior en el camarote.
Pedro ya estaba allí, tomándose una taza de café. A sus espaldas despertaba también el sol.
Estaban los dos solos en la cubierta.
—Buenos días —le dijo ella.
No sabía cómo iba a reaccionar él al verla. A lo mejor seguía enfadado.
—¿Por qué te has levantado tan temprano?
—Bueno, ayer dormí demasiado. Suficiente para toda una semana.
Él abrió la boca para hablar, después cambió de opinión y se quedó pensativo.
—Siento mucho lo de anoche, Paula—le dijo por fin—. No tenía ningún derecho a entrar así en tu camarote.
Quería recordarle que se había pasado, pero la culpabilidad le impidió ir por ese camino. La verdad era que él había tenido sus razones para ponerse así y había estado en lo cierto al sospechar que ella estaba ocultando algo. Pero no era nada ilegal, al menos desde su punto de vista.
—Bueno, acepto tus disculpas. Después de todo, tú me salvaste de morir mareada —repuso ella.
Le sorprendió ver su sonrisa.
—Entonces estamos en paz —le dijo Pedro sin dejar de mirarla.
Ella no pudo evitar pensar en cómo se había sentido metida en el agua con el rodeándole la cintura. Apartó la mirada, sabía que no podía dejarse llevar por ese tipo de pensamientos. Era peligroso.
—He pensado que podría ayudar a Hernan a preparar el desayuno.
—Le dije que podía dormir hasta tarde, que yo me encargaría de esa tarea. Así que puedes ayudarme a mí. Bueno, si es que te sientes lo suficientemente bien como para trabajar con comida.
—La verdad es que estoy muerta de hambre —confesó ella—. ¿Vamos ya?
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