domingo, 29 de septiembre de 2019
UN ÁNGEL: CAPITULO 36
—¿Por qué han esperado tanto tiempo? —preguntó Walter.
—Estábamos demasiado preocupados por Mateo —contestó Paula.
Le habían contado al policía sólo lo básico incluyendo las llamadas de teléfono, pero nada más.
—¿Estás seguro de que no sabes quién es?
—No tengo idea, sólo que tiene que ser el mismo de las llamadas.
—No sé si podremos probarlo. Si es que lo encontramos alguna vez.
Paula abrió la boca y la volvió a cerrar. No tenía ninguna duda de que Pedro sabía quién era, aunque no se lo quiso decir, para que no se delatara.
—¿Dónde se encontraron los animales muertos? —preguntó Pedro.
—En tres o cuatro sitios distintos. Uno en la carretera, otro cerca del río.
—En sitios en que serían encontrados casi de inmediato, donde no suele haber ningún ganado —señaló Pedro.
—Sí, eso parece…
—¿Había sangre?
—Ahora que lo mencionas, no mucha, pero puede que hubieran sido heridos en otro sitio y hubieran ido a morir allí. ¿Pero esto qué tiene que ver con lo de anoche?
—¿Y si no hubiera sido un animal? ¿Y si alguien hubiera querido que pensáramos que fue Cougar para causar problemas a Paula y al refugio?
—¿Te refieres al que disparó anoche y al de las llamadas?
—Eso lo explica todo, ¿no? Si los animales hubieran sido matados en un lugar y luego transportados a otro, no sería muy difícil hacer que las heridas pareciesen producidas por un animal. En especial si pensaba que no las examinaríamos con mucha atención.
—Puede ser. Pero estamos como antes. Y hasta ahora, se me ocurre una docena de personas que podrían estar interesados en cerrar la granja.
—Sólo necesitamos una.
—Quizá debería hablar con Henry —dijo Walter.
—Eres un buen policía Walter. Y lo bastante listo para ver más allá de lo evidente.
Ahora que sabía su secreto, Paula veía todo con claridad. Vio cómo brillaban los ojos azules y Walter parecía confundido. Aquello duró unos momentos hasta que Pedro volvió a hablar:
—Lo encontrarás, Walter. Sólo sigue tu instinto.
—Sí… seguro. Será mejor que me vaya.
Cuando se fue, Paula miró a Pedro con curiosidad.
—¿No podías habérselo dicho?
—Sí, pero es mejor que lo averigüe por sí mismo.
—Pero tú le dijiste por dónde empezar, ¿verdad?
—Sólo le di un empujoncito en la dirección adecuada.
Paula miró a las placas que se había vuelto a poner por la mañana.
—Has visto tantas maravillas, ¿verdad, Pedro? Me gustaría… que tuviéramos tiempo para que me contaras todas las cosas que has visto.
—Tiempo. Vamos a conseguir un poco de tiempo, Paula, si estás segura de lo que quieres. Pero al final puede que sea peor. Tiene que haber un final, Paula. No puedo dejarlo.
—Ya lo sé. Y ya te he dicho que prefiero estar contigo el tiempo que me dejen, antes que toda mi vida con otra persona. Te quiero, Pedro.
—Paula yo también te quiero —dijo abrazándola—. Creo que será mejor que hable con los jefes.
—¿Ahora? Si están enfadados, diles que es culpa suya.
—Lo haré. ¿Vienes conmigo?
—¿Puedo?
La tomó de la mano y empezó a andar hacia el pequeño claro entre los árboles. Se sentaron en la hierba. Él la miró para tranquilizarla, antes de asir las placas.
—Pedro ¿estás bien? Nos has tenido preocupados. Sentimos la pérdida de energía y pensamos que te habíamos perdido.
—Estoy bien, gracias por ayudarme. Marcos se pondrá bien.
—Bien Pedro, estás un poco raro.
—Estoy bien, pero muy cansado.
—Lo sabemos Pedro. Hemos sido injustos contigo. Te hemos puesto bajo demasiada tensión y es natural que hayas imaginado sentir un cierto cariño por…
—No es sólo cariño y no estoy imaginando nada.
—Entiendo que esos… deseos son muy fuertes en los humanos. Pero podemos arreglarlo.
—Esto no tiene solución. No sé cómo ha ocurrido, pero la amo.
—Pedro, sabemos que eso es imposible.
—Pues no es verdad. Y ella me pide que les diga que es culpa de ustedes.
Silencio. Aunque no lo preguntaron Pedro contestó a lo que estaban pensando:
—Sí, rompí esa norma también. Me vio con Marcos y tuve que decírselo. De todas maneras, no importa.
—Puede que tengas razón. ¿De verdad ha dicho ella eso? Entonces es que te ha creído. Es muy raro.
—Sí. Ella no es una persona común.
—Podríamos traerte aquí para ajustar algunas cosas. Quizá no sea nada.
—No es cuestión de ajustar. Durante todos estos años ha funcionado por una sola razón: porque no había conocido a Paula. Dijiste que ella era tan especial como parecía. No me culpes ahora si yo también lo creo.
—No te estamos echando la culpa, Pedro. Es que no sabemos qué hacer.
—Yo te diré lo que vais a hacer. Vais a darme las vacaciones que me habíais prometido.
—Claro que sí. En cuanto hayas terminado. ¿Adónde te gustaría ir?
—A ningún sitio. Me quedo aquí.
—Sabes que eso no puede ser.
—Entonces abandono.
—Tampoco puedes hacer eso. Ya sabes lo que eso significa, Pedro.
—Sí, lo sé.
—¿Significa ella tanto para ti? ¿Volverías a ese horrible agujero en la tierra sabiendo que vas a morir?
—Estaría igual de muerto si me alejara de ella ahora.
—Sabes que luego tendrías que vivir con todos esos recuerdos. ¿Merece la pena?
—Merece cualquier cosa.
No contestaron. Esperó un rato y no oyó nada.
Sabía que estaba regateando con su vida, pero también que no le sacarían de allí antes de terminar el trabajo. Esperó. Todavía nada. De repente se puso furioso. Durante todos esos años hizo lo que le pedían, sin pedir nada a cambio, ni siquiera un descanso.
Se puso de pie, quitándose la cadena. Se dejó llevar por la ira y arrojó las placas tan lejos como pudo. Éstas giraron en el aire, elevándose hacia el sol y luego con una explosión de luz, desaparecieron.
Pedro cerró los ojos, cayó sentado en la hierba: sus fuerzas habían desaparecido en cuanto las placas volvieron a su verdadero dueño. Pensó que estaba en la mina e iba a morir, pero cuando abrió los ojos, se encontró frente a la cara de Paula.
—Todavía estoy aquí —susurró—. Pensé que me habían devuelto a la mina.
Paula lo miró asombrada. Cuando él le dijo que no podía abandonar, no se había dado cuenta que la razón era que le costaría la vida. Se puso pálida.
—No podían haberte hecho eso, después de todo lo que has hecho por ellos. Y… ¿Arriesgaste tu vida por mí?
—No tenía elección, te quiero. No sabía qué iban a hacer ellos, pero tenía que intentarlo. Pero todavía estoy aquí y tenemos un mes para los dos.
—¡Oh, Pedro! —dijo abrazándole.
—Me gustaría que fuera para siempre, Paula.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario