martes, 24 de septiembre de 2019
UN ÁNGEL: CAPITULO 19
Por fin amaneció el sábado y todos los hombres se reunieron alrededor de Paula, quien se preparaba a salir el fin de semana, para despedirse de ella. Rechazaron todas sus protestas y la amenazaron con echarla a patadas si no se iba voluntariamente.
—Vamos, no queremos volver a ver esa horrible camioneta hasta el domingo por la noche —dijo Mateo.
—Que te diviertas, Paula—dijo Marcos.
—No te preocupes —agregó Pedro—. Y no se te ocurra pensar en nada más que en ti misma, para variar.
Fue a abrir la puerta de la camioneta al mismo tiempo que ella y sus manos se encontraron.
—Ten cuidado —le pidió Pedro con suavidad.
Ella levantó la vista y lo miró a los ojos.
—¿Vas a darle un beso de despedida, o no? —preguntó Sebastian.
Paula se puso colorada, pero Pedro sonrió mientras se inclinaba para darle un beso en la frente.
—¡Vamos, Pedro! Si vas a besarla, hazlo de verdad.
Paula sintió ganas de estrangular a Kevin en aquel momento. Levantó la cabeza para decir algo, pero antes de que pudiera hablar, Pedro se movió. Sin que ella pudiera evitarlo, la besó en los labios, haciendo desaparecer su vergüenza y su oposición. Fue un beso suave y ella sintió cómo le tomaba la cara entre las manos.
Entonces la abrazó con fuerza y el beso se transformó en una caricia ardiente y apasionada.
—¡Muy bien!
—¡Bravo!
Los gritos y silbidos de los otros rompieron el encanto y Pedro se separó de ella.
—Paula… —dijo Pedro, con los ojos llenos de dolor.
Ella sintió una repentina necesidad de escapar antes de que él dijera algo que pudiera romper el encanto de aquel beso. Quería conservarlo intacto. Se enfrentaría a la realidad cuando volviera, pero hasta entonces, lo guardaría en su memoria con la desesperación de alguien que sabe que es lo único que tendrá. Siguiendo aquella repentina necesidad, se subió a la camioneta y se fue.
Pedro se dio cuenta de que todos lo estaban mirando y empezó a andar hacia los árboles.
Tenía que escapar, calmarse, pensar. Entonces echó a correr hasta que encontró un pequeño claro y se sentó. Estaba temblando, pero no podía parar.
—Pedro.
Pedro emitió un gemido de sorpresa. No estaba en condiciones de hablar.
—Pedro, ¿estás allí?
—Déjame en paz.
—Ah, estás allí. Hace unos minutos hemos recibido una señal muy extraña. Una carga de energía estática.
Lo habían sentido. Pero todavía no sabían cuál era la causa.
—Idos a la porra.
—¿Qué? Pedro, hace mucho que no sabemos nada de ti…
—He estado muy ocupado.
—Claro, pero existen los informes regulares, ¿recuerdas?
—Sí, lo siento.
—¿Te pasa algo, Pedro? Estás un poco raro.
—Necesito ayuda —dijo soltando las placas.
No entendía lo que pasaba y hasta que no lo hiciera, no quería contárselo a nadie.
—No te oigo, Pedro. ¿Tienes problemas con la transmisión?
—No.
—No queremos molestarte, Pedro, pero estábamos preocupados. Normalmente transmites los informes puntualmente. ¿Qué has estado haciendo?
—Apagando incendios.
—Bien. Estamos preparados.
Pedro sujetó las placas con fuerza y les envió un informe cuidadoso de sus actividades.
—Felicidades, Pedro. Has hecho más de lo que esperábamos en tan poco tiempo. ¿Cuándo crees que terminarás?
De repente sintió un dolor punzante, al oír aquella pregunta.
—Cielos, ¿qué ha sido eso? ¿Estás bien?
—No, maldita sea, no estoy bien.
—¿ Cuál es el problema?
—Olvídalo.
—Pero, Pedro…
—Olvídalo, por favor.
—Pedro…
—Hasta luego.
Dejó caer las placas y suspiró hondo. Pensó que debería haberles contado todo y preguntarles qué demonios le estaba pasando. No sabía cuántos años llevaba haciendo eso, pero nunca sintió nada igual. Quizá necesitaba volver a recargarse.
O quizá estaba simplemente agotado. No sabía si la gente como él se retiraba, pero imaginaba que no podrían seguir así siempre, hasta ahora no lo había pensado. Tampoco hasta ahora le había molestado estar solo. No tenía por qué molestarse, se lo prometieron.
Permaneció sentado en aquel pequeño claro durante mucho tiempo, con la imagen de Paula en su mente y el recuerdo de su sabor en los labios.
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