domingo, 22 de septiembre de 2019

UN ÁNGEL: CAPITULO 12




—Yo tampoco puedo ir —dijo Kevin pasándose una mano por el escaso pelo rubio—, tengo que ir a cortar la alfalfa.


—Ni yo, tengo que hacer un montón de cosas en la casa —anunció Sara.


—Y yo voy a terminar la puerta del granero, ahora que Pedro me ha enseñado cómo hacerlo —dijo Mateo.


—Me parece que te toca a ti, Pedro —comentó Aaron en tono alegre.


—No se te olvide recoger la medicina de Willy, Paula —agregó Sebastian.


—Claro que no. Y no tenéis que buscar excusas para no acompañarme. No lo necesito. No me hace falta ayuda para llevar un frasco de pastillas.


—Pero recuerda que prometiste no ir nunca al pueblo sin llevar a Cougar contigo y ha salido con Marcos no sé a dónde —dijo Sebastian—. Y a ti no te importa, Pedro ¿verdad?


—¿Qué, sustituir a Cougar? Claro que no.


—No tienes porqué, de verdad, sólo voy a Riverglen, no a Beirut —declaró Paula poniéndose colorada.


—A veces no hay mucha diferencia —dijo Mateo.


Paula se rindió entonces, pero a regañadientes. Le parecía que se traían algo entre manos y que Pedro y ella no eran más que unos peones en ese juego.


—Lo siento —le indicó mientras cruzaban la puerta de la granja—. No hacía falta que vinieras, pero ellos son…


—Están preocupados por ti. Igual que haces tú por ellos.


—Lo sé, pero hay algo más. Creo que han maquinado todo esto.


—Ya lo sé.


—¿Sí?


—Ha sido bastante… obvio.


—¡Oh! —dijo poniéndose roja.


—No te avergüences, Paula, se preocupan por ti y se sienten culpables de que no pases el tiempo necesario con gente de tu misma edad.


—¿Como tú?


—Parece que eso es lo que han decidido.


—Lo siento.


—No lo lamentes. Eso me halaga.


—¿Por qué? Tú podrías estar con la mujer que quisieras.


"No exactamente", se dijo en voz baja, aunque lo que expresó a Paula fue:
—Tú eres muy importante para ellos, Paula. Me halaga que confíen en mí cuando se trata de ti.


—¡Oh!


Ella volvió a mirar a la carretera y él se dio cuenta de que le había hecho daño sin querer. 


Iba a tocarla, pero al recordar lo que sintió mientras la abrazaba, se detuvo. "Lo siento Paula", pensó, "Me gustaría… ¡Diablos! Ya no sé lo que quiero".


—La camioneta está realmente bien —dijo ella para llenar el vacío—. Gracias.


—De nada. Con el depósito lleno, podrías ir hasta Portland y volver sin parar para echar gasolina.


—Eso son casi quinientos kilómetros.


—Sí.


Pedro, esta camioneta nunca ha recorrido esa distancia sin rellenar el depósito.


—He hecho algunos arreglos. Creo que ahora será capaz de hacerlo.


Ella parecía dudar, pero al menos no discutió si iba a ir a Portland o no. Sonrió interiormente. Iba a divertirse más de lo que imaginaba. Miró por la ventana para disfrutar de los verdes campos de Oregón.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario