lunes, 2 de septiembre de 2019
COMPLICADO: CAPITULO 19
Cuando terminamos de cenar, mamá y papá dicen que van a ir al cine, así que me ofrezco a llevar a Paula a casa. En el camino me acerco y pongo mi mano sobre su muslo desnudo y me siento tan natural y bien.
Ya le dieron a Paula sus regalos de cumpleaños esta mañana y le rogaron que fuera al cine con ellos. Le dije que yo también iría, pero ella dijo que estaba cansada después de un largo día y que necesitaba descansar para mañana.
Cuando mamá y papá dijeron que vendrían a casa para pasar el resto de la noche con ella, ella insistió en que se fueran y se divirtieran. Me costó un poco de persuasión, pero fueron y Paula se subió al auto conmigo.
—Creo que rompiste el récord de costillas esta noche.— Le sonrío y se sonroja.
—Deberían haberme dado una camiseta o algo.— Se da palmaditas en la barriga —No podré caber en mi vestido mañana.
—Estoy seguro de que te verás increíble.— Sostengo su mirada por un segundo mientras nos sentamos en la luz roja y mi pulgar traza la seda de su muslo.
Se aclara la garganta y mira hacia otro lado.
—Gracias por hacer de mi día un día especial, aunque también fue tu día.
—Bueno, aún no ha terminado.— Se da la vuelta para mirarme y levanta una ceja.
—¿Qué?— Ella empieza a sonreír y yo sacudo la cabeza.
—Es una sorpresa.
Cuando llegamos a casa, entramos y tiro las llaves en el mostrador de la cocina y tomo a Paula de la mano.
—Ven conmigo—, le dije, arrastrándola conmigo a mi habitación.
—Está más limpio aquí que en mi habitación—, bromea mientras se sienta en el borde de la cama.
—Lo sé—, me burlo de ella y voy a mi escritorio a recoger la cajita. —No estaba seguro de cuándo darte esto, pero me pareció el momento adecuado. Feliz cumpleaños, Paula.
Ella me irradia mientras la toma en su mano y luego la abre.
—Pedro—. Me mira con los ojos muy abiertos y luego mira la caja. —¿Son de verdad?
—Sí. ¿Te gustan?— De repente me siento inseguro, pero me sentí bien cuando los vi. Los diamantes rosas tallados Princesa me recordaron a ella y a cómo solíamos jugar a las Barbies durante horas.
—Por supuesto que sí. Me encantan. Oh Dios, ¿y si los pierdo?— El pánico le golpea los ojos y tengo que reírme.
—Tengo seguro para ellos.— Le quito la caja y los saco. —Veamos cómo te quedan.
Ella saca sus aros y los coloca en mi mesita de noche, y yo me inclino hacia adelante para poner los diamantes por ella. Son casi tan grandes como sus lóbulos, pero quería que la gente los notara. Se merece toda la atención y no es que quiera que los chicos la vean.
Es demasiado buena para ellos, pero no es invisible.
—Hermosa—, digo mientras la miro y le meto el pelo detrás de la oreja. Hay una pausa entre nosotros y yo me levanto y tomo su mano. —Ven a ver.
La llevé a mi cómoda con el espejo grande delante. Me paro detrás de ella y veo su reflejo desde la parte superior de su cabeza hasta sus muslos. Lleva pantalones cortos y la camisa con mi número. Puedo sentir el calor que sale de su cuerpo mientras se sonríe en el espejo y gira su cabeza de un lado a otro para otro para ver los diamantes brillar.
Me acerco cada vez más hasta que mi frente está presionado contra su espalda.
Espero a que dé un paso adelante o se aleje, pero a medida que mi mano se acerca y toca su cadera, ella no se mueve. En vez de eso, sus ojos se fijan en los míos en el espejo y dejo que mis dedos se muevan por la parte delantera hasta el parche de piel que hay entre sus pantalones cortos y donde la camisa se ha subido.
—Pedro—, susurra cuando mis dedos van al botón de sus pantalones cortos, pero no me dice que pare.
Con un toque de mis dedos se abren y presiono mi pene dolorido contra su trasero.
Se queda sin aliento cuando abro la parte delantera de sus pantalones cortos y sumerjo mis dedos en el calor de sus bragas.
—Esto está mal—, dice, con su voz tan suave, como si no quisiera que lo escuchara.
—Lo es—. Me inclino hacia adelante y presiono mis labios contra la delicada piel de su cuello.
Su boca se abre mientras empujo el material hacia un lado y luego paso las puntas de mis dedos a lo largo de sus labios inferiores. Son tan suaves y húmedos que cuando la acaricio, mis dedos ásperos bailan sobre su clítoris.
—Eres mi hermano, Pedro. ¿Qué van a decir mamá y papá? - pregunta mientras ensancha las piernas para que yo pueda meter los dedos dentro de ella.
—No tienen por qué saberlo. Todavía no, de todos modos.— La meto en su coño apretado sólo para sentirlo, para conocerla. Luego traigo mis dedos de vuelta a su clítoris y lo acaricio un poco más. Ella gime y mece sus caderas hacia adelante, sus ojos observando como mi mano desaparece una y otra vez en sus pantalones cortos.
—¿Podemos hacer esto?— Ahora está seria y mueve las caderas más rápido.
—No deberíamos, pero no puedo evitarlo. Eres tan guapa, Paula, y te deseo tanto.
Su culo me empuja la polla y siento que el bulto de mis pantalones amenaza con liberarse. Me duele y todo en lo que puedo pensar es en encontrar alivio dentro de su coño suave y rosado y aprieto mis dientes. Su clítoris es como una pequeña perla bajo mi tacto y froto el pico húmedo una y otra vez hasta que se mece conmigo.
—Tal vez esta noche, cuando mamá y papá se vayan a la cama, pueda entrar a tu cuarto y desearte un feliz cumpleaños—, le digo contra la oreja y ella cierra los ojos. Ella asiente con la cabeza mientras el rubor se desliza a través de su pecho y por su cuello. —Todavía estás tomado la pildora, ¿verdad?
Sus ojos se abren de par en par y por un segundo deja de moverse conmigo, pero luego asiente con la cabeza a regañadientes.
—No sé cuánto tiempo tenemos.— Me arrodillo en el suelo y le doy la vuelta mientras le tiro los pantalones cortos por los muslos.
—Pedro, no deberíamos hacer esto—, dice mientras se quita las bragas.
—No tenemos que decírselo a nadie. Puede ser nuestro secreto—. Me inclino hacia adelante y le doy un beso en el muslo y ella me mira.
—Tal vez sólo un poquito—, se cierra mientras yo le beso el coño y luego lo toco con la lengua.
Antes de que tenga la oportunidad de cambiar de opinión, le meto la lengua en el coño y le chupo el clítoris. Ella agarra mi pelo y lo agarra con fuerza mientras me pasa el coño por encima de la cara. Está empapada de jugosa dulzura y yo me la bebo.
Un segundo ella está reteniendo su deseo y al siguiente se apoya en el vestidor con las piernas abiertas, con mis dedos follando con ella fuerte y rápido.
—¡Pedro!— grita cuando su orgasmo llega y su dulce crema me cubre los dedos.
En ese momento oigo la puerta principal abrirse y cerrarse abajo y mi mamá me llama.
—¡Hey chicos, estamos en casa!— Hacemos una pausa de medio segundo antes de que Paula se ponga frenéticamente los pantalones cortos. —La película estaba agotada. ¿Pueden creerlo?— Sus pasos golpean las escaleras y Paula va a la silla de mi escritorio y saca su
teléfono. Finge mirarlo, pero su cara está sonrojada y sus duros pezones presionan contra la camisa.
Salto en mi cama y pongo una almohada sobre mi regazo para esconder mi polla mientras saco mi teléfono y hago lo que ella está haciendo. Es entonces cuando veo una docena de mensajes perdidos de Luis y los abro.
—¿Quieren hacer palomitas de maíz y ver algo aquí esta noche?— Mamá dice que cuando entra en mi habitación.
—Claro—. Paula se levanta de la silla, todo sonríe. —Iré a ponerme el pijama—. Me echa un vistazo rápido y se sonroja antes de salir de mi habitación.
—¿Y tú, Pedro?— Mamá dice.
Reviso mis mensajes una vez más.
Courtney está en casa de Kira diciéndole a todo el mundo que te acuestas con tu hermana. Dijo que tiene fotos tuyas y sus besos en tu auto. ¿Dónde te encuentras?
—En realidad, creo que saldré un rato.
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