domingo, 15 de septiembre de 2019
CENICIENTA: CAPITULO 30
—¿Estás nerviosa? —Pedro estacionó su coche junto al edificio donde estaban las oficinas de Bread Basket, cerca del aeropuerto de Houston.
—Sí —admitió Paula—. Yo creo que no debería estar aquí, contigo. Yo no sé nada de publicidad.
—Yo sí quiero que estés conmigo —respondió Pedro—. Y sabes más de lo que tú te piensas. Tú has sido la que nos has aconsejado en esta campaña y sabes mucho más que yo —le agarró la mano y se la apretó—. Además, te he echado mucho de menos.
—Y yo también. —Paula se acercó a él. Pedro suspiró y le soltó la mano.
—Más tarde. Te lo prometo.
Paula se dio cuenta que una mujer había abierto la puerta del gran edificio y se dirigía hacia ellos.
—El señor Warren quiere verlos en el edificio número tres —les dijo, indicando con el dedo el edificio situado a su derecha.
—Gracias —Pedro saludó y arrancó el coche.
Paula pensó que iba demasiado elegante.
Llevaba otro vestido de diseño, esta vez de color rojo, no tan caro como el Chanel, con zapatos de tacón alto. Marcos le había hecho el peinado, que había denominado como el peinado corporativo.
La mujer que les había indicado dónde se iba a reunir, llevaba falda negra y una blusa de fibra estampada.
—Pedro, yo creo que lo mejor es que espere en el coche.
—Estás nerviosa —le dijo riéndose—. Oh, Paula —le dijo, muy cariñoso—. Sé que esto es tan importante para tu futuro, como lo es para el mío. Por eso quiero que vayamos ahí juntos, a luchar contra ellos.
Futuro, juntos. Paula se agarró a aquellas palabras cuando Pedro le presentó al señor Warren y se reunieron en una modesta sala de reuniones.
Era una sala de color gris y blanco en la que Paula parecía un tomate gigante. Los tres hombres que había con el señor Warren también la vieron como un tomate gigante. Miró a Pedro, que interceptó la mirada de uno de los que la miraban, mientras ponía los carteles de la campaña en la pizarra.
¿Era posible que estuviera celoso?
Se sintió muy femenina, respondiendo a las preguntas que le hacían, bajando la mirada.
De pronto, Pedro empezó a mover su batuta mágica. Paula quedó impresionada y completamente convencida con las ideas de Pedro. Logró comunicarles que tenían que dar un nuevo rumbo a la empresa, sin que se sintieran insultados.
Cuando empezó a hablarles de los espacios en el centro comercial, que había sido idea de Paula, Pedro la invitó a que fuera misma quien lo expusiera, como represéntate de los pequeños comerciantes.
Paula no había imaginado que tuviera que hablar. Pero la fe que tenía Pedro en ella, la impulsó a encontrar las palabras adecuadas.
Se dirigió hacia la mesa desde donde había hablado Pedro, sonrió y miró a los cuatro hombres.
—Esta zona de la ciudad es una zona donde la gente siente que pertenece a una comunidad.
Nosotros no somos tan competitivos como otros pequeños comercios. Nos apoyamos. No queremos arruinar al vecino. Eso es lo que la dirección de Bread Basket no entiende.
Paula miró a Pedro, para ver su reacción.
Asintió y se sentó en el borde de la mesa, indicándole con claridad que continuara con la exposición. Y sintiéndose más segura, les habló de la necesidad de un centro de reuniones y de los beneficios que podría obtener su negocio con ello.
Paula habló con el corazón en la mano y casi no tuvo pensar en lo que decía. Se limitó a repetir lo que le había dicho a Pedro el día que estuvieron tomando un zumo de naranja en el bar.
—Como pueden ver, caballeros —concluyó Pedro, colocándose al lado de Paula—. Los comerciantes de la zona están dispuestos a colaborar con ustedes. La cuestión es si ustedes están dispuestos a colaborar con ellos —los cuatro hombres guardaron silencio—. Les dejaremos solos para que lo piensen.
Se comportaba de una forma tan profesional, que Paula no pudo saber qué era lo que pensaba de su discurso. Pero su actitud cambió, nada más cerrar la puerta y entrar en la sala de al lado, donde había una máquina de café.
—¡Estuviste maravillosa! —le dijo dándole un abrazo y un beso en la boca—. Y tan natural. Los tuviste en la palma de tu mano. Posiblemente estén incluso dispuestos a pagar para que los pequeños comerciantes se reúnan en sus instalaciones.
—¿De... de verdad piensas eso? —Paula creyó que se iba a derretir.
—Lo sé —le dijo, agarrándola por los hombros—. Hemos formado el equipo perfecto y creo que... —le dijo, sonriendo.
—¿Qué crees? —preguntó Paula, casi sin respiración.
—Creo que voy a beber algo frío —se buscó algo de cambio en el bolsillo—. ¿Te apetece algo?
Sí, quería que terminara lo que había empezado a decir. Pero era mejor tener paciencia.
—Mira, tienen mosto. Hace mucho tiempo que no bebo mosto.
Pedro echó unas monedas en la máquina de refrescos y pulsó el botón. La máquina les dio una lata.
—¿Siempre se hace la espera tan larga? —dijo, con un nudo en la garganta.
—Siempre —Pedro sacó una lata también para él—. Pero todo va a salir bien, ya verás.
—Ya sé lo mucho que te juegas en la campaña de Bread Baket y lo que has trabajado en ella. ¿Por qué no me advertiste que tenía que hablar? —preguntó Paula, bebiendo un trago de mosto. ¿Por qué siempre elegía bebidas que si le caían en la ropa dejaban mancha?
—Estuviste muy convincente cuando me lo contaste por primera vez, en el gimnasio. Y no quise que perdieras esa frescura.
—Pues has asumido un gran riesgo. Podría haber dicho lo menos indicado o a lo mejor no haber podido abrir la boca.
—Juzgo muy bien a las personas —Pedro dio un trago de su refresco—. Sabía que no me ibas a decepcionar.
Y Paula se juró que nunca lo haría.
Veinte minutos más tarde, los directores de Bread Basket habían dado su autorización.
Paula se sintió en las nubes mientras volvían en el coche.
—Esto te lo debo a ti, Paula —le dijo Pedro, emocionado—. Fuiste muy convincente.
Paula sonrió de oreja a oreja.
Pedro le guiñó el ojo y le abrió la puerta.
—Y esa minifalda también ayudó lo suyo.
Paula se tiró del borde y se metió en el coche.
Pedro soltó una carcajada.
—¡Vaya forma de empezar el fin de semana! —se quitó la corbata y se fue a la puerta del conductor—. Mis padres nos esperan para cenar, así que te dejo hasta las cuatro y media para que prepares las maletas.
Paula, que ya las había preparado el día anterior, asintió.
Pedro, antes de meterse en el coche, se quitó la chaqueta.
—Perfecto —cuando se sentó, se acercó a ella y la besó.
Paula pensó también que todo era perfecto.
El único problema fue que el coche de Pedro no arrancó.
Al cabo de quince minutos, cerró de golpe la parte delantera.
—No me lo puedo creer —olía a cables quemados—. Me dijeron que habían arreglado el problema. Y yo les pagué para que lo arreglaran —tenía las manos en las caderas y miraba muy contrariado al vacío.
Paula consideró que era una ocasión perfecta para verlo enfadado. Su enfado lo expresaba más con la mirada que con la voz.
—Llamaré a Roberto y le diré que nos venga a buscar. Parece que vamos a tener que utilizar otra vez tu coche —le dijo con una expresión más relajada—. Lo siento. Pero la parte positiva es que tendré un coche nuevo la próxima vez que nos veamos.
“Y yo también lo siento”, pensó Paula.
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