domingo, 15 de septiembre de 2019

CENICIENTA: CAPITULO 29




Un día, en medio de todo ese ajetreo, se acordó de que no tenía maletas. Un juego de maletas. Y no podía comprar maletas nuevas porque le había dicho a Pedro que viajaba mucho.


Estaba a punto de agonizar, cuando Connie apareció por la puerta.


—Conozco esa expresión. ¿Qué pasa ahora?


—Maletas —Paula le contó lo de la invitación.


—De eso no te tienes que preocupar —le dijo Connie, dejando la pila de libros en el mostrador—. Tengo los exámenes finales.


—¿Ya ha empezado la época de exámenes?


—Sí, estamos en mayo y tengo un montón así de libros que estudiar —dijo Connie, indicándole la cantidad con ambas manos—. No te enfades. Te agradezco mucho las horas extras que he tenido que hacer últimamente, pero el colegio es lo primero.


—Claro, por supuesto —Paula miró los libros, sabiendo lo que quería decir.


Connie había estado trabajando, en vez de en clase. Paula no había ido mucho por la tienda. 


Ni siquiera sabía quién había alquilado vestidos. 


Cuando Connie no había podido quedarse y Paula se había tenido que marchar, había cerrado la tienda.


No era la mejor forma de llevar un negocio, pero había estado tan ocupada con el asunto de Pedro y de la visita a la casa de sus padres que casi se había olvidado de la tienda.


Y tenía que pagar la tarjeta de crédito. Tendría que prestar un poco más de atención a su negocio.


Pero la tienda era algo que pertenecía al pasado. Pedro era el futuro. Tendría que trabajar más si quería sobrevivir en el futuro. Pero, en ese momento, le era casi imposible hacerlo. 


Pero, después del fin de semana en casa de los padres de Pedro, se podría a trabajar en serio.


—Pues ven cuando puedas —le dijo Paula a Connie—. Y cierra la tienda cuando te tengas que ir.


—¿Estás segura, Paula? —le preguntó Connie, mordiéndose el labio—. Yo no creo que sea capaz de llevar esto sola.


—Estás haciendo un trabajo magnífico.


—No es cierto —le dijo Connie, mientras abría una caja de cartón—. Estos son los vestidos a los que diste el visto bueno, antes de marcharte al hotel el jueves —sacó un vestido de muchos colores—. Siento comunicarte que a la chaqueta le falta un botón. Como no pongamos un broche o algo parecido...


Era imposible venderlo o alquilarlo como estaba, pero Paula se tuvo que tragar cualquier protesta. 


Era culpa suya por dejar sola a Connie cuando había ropa que revisar.


—La chaqueta tiene unos colores tan vivos que ni yo misma me hubiera dado cuenta de que faltaba un botón.


Por la cara de alivio que puso Connie, Paula supo que había dicho lo más adecuado.


—Yo incluso creo que si encontramos el broche, incluso estará mejor —las dos miraron la chaqueta. Era preciosa. A lo mejor era lo que tenía que llevar para pasar un fin de semana en el campo—. ¿Por qué no buscas uno? —preguntó Paula.


—Sí, pero primero vamos a ver el plan de trabajo —Connie se fue detrás del mostrador y sacó el diario—. El dieciocho hay un baile de gala. Para esa fecha habré preparado los exámenes finales. Pero la semana siguiente es matadora. Yo no voy a poder venir. Y si la tienda está cerrada, nadie va a poder alquilar los vestidos.


Paula la miró. Qué amable era Connie, preocupándose de todos aquellos detalles. No se daba cuenta de que había cosas mucho más importantes.


—¿No tendrás un juego de maletas?



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