viernes, 9 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 16




Paula no había imaginado un complejo turístico tan lujoso, aunque debía haberlo hecho, teniendo en cuenta que era de Pedro y que este no hacía nada a medias.


Estaba escondido del árido sol por una espesa bóveda de árboles. Era de piedra y estaba cubierto de parras y parecía haber crecido solo en aquel bello paisaje. Era un lugar fresco, tranquilo y muy agradable.


–Nos alojaremos en mi casa –anunció Pedro.


–¿Qué? 


–He pensado que sería lo mejor, después del revuelo que levantamos entre la prensa en el Baile del Corazón. Les encantó poder hacernos fotografías más… íntimas.


–¿Y? 


–Que quiero darles más.


–Pero aquí no hay prensa, ¿no? 


–Paula, va a haber modelos, estilistas, periodistas, fotógrafos y un director de la sesión fotográfica. Seguro que alguien habla. Además, estoy seguro de que esta mañana nos han fotografiado subiendo juntos en el avión.


–¿Tú crees? 


–Si no se han tomado el día libre, seguro que sí. Yo tampoco he intentado ser discreto. Nuestra supuesta relación amorosa le está dando mucha publicidad a tu marca. Además, en el último artículo mencionaron que vestías uno de tus propios diseños y que fuiste la más elegante de la noche.


–Sí… ya lo he visto.


Era cierto que el artículo había sido maravilloso y que, al día siguiente de la fiesta de disfraces, dos mujeres habían ido a la tienda preguntando por el vestido de encaje rojo.


Así que Pedro tenía razón. Los medios de comunicación estaban pendientes de ellos, lo mismo que el público. Pero la idea de convivir con él una semana le resultaba un poco desconcertante.


–¿Tendré mi propia habitación, verdad? 


–Es una casa grande. Ni siquiera tendrás que verme si no quieres.


Lo que le preocupaba no era verlo, sino lo que sentía cuando lo veía, las cosas que deseaba cuando lo tenía cerca.


El coche pasó por delante del edificio principal del complejo y se dirigió hacia la orilla. La casa lindaba con los árboles y la puerta principal daba casi a una playa de arena blanca.


Estaba hecha de piedra, como el edificio principal, y el tejado era como de hierba trenzada. Era como un sueño. Como si ambos hubiesen naufragado y Pedro fuese un pirata… 


Ya soñaría con ello más tarde, cuando estuviese sola en la cama.


Intentó apartar sus pensamientos de aquella idea y centrarse en el paisaje.


La tosquedad del ambiente desapareció en cuanto entraron en la casa. Los techos eran altos y estaban enyesados, lo que demostraba que la hierba trenzada del tejado era solo de adorno. Los suelos de piedra blanca y los muebles de estilo provenzal le daban un aspecto intemporal, de cara elegancia. La escalera que llevaba al piso de arriba le daba un toque palaciego.


Y, por un momento, Paula se sintió como una princesa. Fue una sensación tan extraña que pensó que estaba soñando.


Y luego estaba Pedro y los sentimientos que este le provocaba. Eso sí que era complicado. Y estaba el deseo, el deseo que había estado presente desde el primer día y una ternura que iba creciendo cada vez más. Se había abierto una grieta en el muro que rodeaba su corazón, una grieta que se estaba haciendo cada vez mayor.


Aquel viaje había cambiado su manera de verlo. 


No era solo un hombre que quisiese hacer dinero. Estaba segura. Podía sentirlo. También quería crear empleo en aquella zona.


Eso la obligaba a verlo desde una nueva perspectiva.


Incluso cuando pensaba que era solo un hombre frío y despiadado que no se detendría ante nada para conseguir lo que creía que era suyo, un hombre que no había dudado en traicionar a su hermano, no podía evitar fantasear con él.


Si a eso añadía aquella recién descubierta humanidad, podía estar metida en un buen lío.


–Pediré que nos sirvan la cena temprano –comentó Pedro.


–Puedo buscar cualquier cosa en la cocina –contestó ella, ya que le daba pánico pensar en pasar una velada íntima con él.


–¿Siempre eres así de testaruda? 


–Supongo que sí.


–Pues esta noche no lo voy a permitir. Quiero que disfrutes.


–De acuerdo.


Tenía el corazón acelerado porque no había nada que la asustase más que dejarse llevar y disfrutar. Porque, si lo hacía, no solo tendría que enfrentarse a la posibilidad del rechazo, sino también a que Pedro se diese cuenta de lo débil que era en realidad.


Era una escena de seducción. Y nunca había visto a una mujer más preparada para ser seducida. Pedro observó cómo Paula bajaba por las escaleras para reunirse con él en el descansillo de la casa.


Paula, con la melena rubia rizada y suelta, adornada con una bonita flor rosa. Paula, con el pintalabios y el vestido a juego. Con un escote demasiado alto para su gusto, pero de un tejido que se ceñía a todas las curvas de su cuerpo. Y corto, dejando al descubierto sus larguísimas piernas.


Era la primera vez que la veía con unas sencillas sandalias planas e imaginó que no se había puesto tacones a causa de la arena.


Pedro no se había dado cuenta de lo baja que era.


Parecía más delicada así. Y eso hizo que se le encogiese el estómago. Quería protegerla, aunque no sabía de qué. Quería hacerla suya.


Eso sí que lo entendía. Sabía cuál era la clase de posesión que deseaba. La más básica y elemental.


Quería sentir su cuerpo suave debajo del de él, quería disfrutar de ella y darle placer.


Hacía mucho tiempo que no sentía nada tan fuerte.


De hecho, no recordaba haberlo sentido nunca. 


Después de Marie, se había encerrado en sí mismo porque sabía lo que ocurría cuando daba rienda suelta a sus emociones.


–Van a servir la cena en la terraza.


–Ah, qué bien –respondió ella con poco entusiasmo.


–¿Esperabas otra cosa? 


–No sé… tal vez un restaurante.


–¿Te da miedo estar a solas conmigo? 


Ella parpadeó rápidamente.


–¿Por qué iba a darme miedo? 


Pedro le tomó la mano con suavidad.


–No lo sé –le respondió, acariciándole el dorso con el pulgar.


–Pues no, es solo que había imaginado que íbamos a salir. Me he arreglado demasiado.


–Estás perfecta. Como siempre.


Vio que le temblaban los labios rosas solo un instante, antes de volver a apretarlos con firmeza. Sus ojos azules brillaban más de lo habitual, y lo estaban mirando con suspicacia.


–Acepto el cumplido –le dijo.


¿Cómo podía afectarla tanto un comentario tan simple? No se había preparado la frase.



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