lunes, 26 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 41




El horario de visitas había terminado cuando llegaron al hospital y los pasillos estaban completamente silenciosos. Sin embargo, en la zona de la unidad de cuidados intensivos, la gente paseaba arriba y abajo distraída, con la cara tensa de ansiedad.


AI entrar, se encontraron con una enfermera que se paró a hablar con Pedro.


—Me alegro de que haya vuelto, señor Alfonso. Me temo que su hermana ha empeorado. Los médicos están hablando con sus padres —los informó señalándoles una pequeña habitación—. Están ahí, si quieren pasar.


—¿No hay nadie con mí hermana?


—Ahora mismo, no. pero está monitorizada. 


Pedro miró a Paula.


— Yo iré con ella —dijo Paula—. Tú vete a ver qué están diciendo los médicos.


—Gracias. Tengo que estar allí.


«Y yo también, pero incluso en momentos como estos sigues sin considerarme parte de la familia. Parece que estoy de adorno», pensó con tristeza.


Sin embargo, no era el momento de hablar de ello. Lo que importaba era Natalia.


Estaba en una camita blanca, con tantos tubos y una cara tan pálida que Paula temió haber llegado demasiado tarde.


—No se asuste —le dijo la misma enfermera indicándole una silla junto a la cama—. Todos estos aparatos dan miedo, pero tienen un cometido y están funcionando, que es lo que importa.


Pedro se lo había advertido, pero Paula no estaba preparada para aquello. No parecía la misma persona. Ella la recordaba riéndose, bromeando, llena de vida, dispuesta a vivir su gran aventura de La India, sana y vital.


— Se va a poner bien, ¿verdad? —murmuró con la voz quebrada.


— Eso esperamos, pero no estaría de más rezar para que se produjera un milagro —le contestó la enfermera tocándole el hombro con delicadeza—.Hable con ella. Que sepa que está usted aquí y que la quiere.



****

—Eso es lo que hay. Esperemos que no tengamos que llegar a ese punto, pero es mejor estar preparados. Puede que el transplante sea la única opción — los informó el jefe de servicio.


Pedro miró a su madre y, luego, a Hugo. La desesperación y el dolor los hacían parecer más viejos, ya no eran aquellas personas mayores con el corazón joven, estaban destrozados. Si Naty moría, ellos no tardarían mucho en reunirse con ella. ¡No podía permitirlo!


— ¿Está usted completamente seguro de que no puedo ser yo el donante?


—Ya se lo he dicho, señor Alfonso. Las pruebas dicen que no, ya ha visto los resultados. Aunque hubieran sido hermanos por ambas partes, siempre hay posibilidades de que no se pueda ser donante. Es así... —dijo el médico encogiéndose de hombros, como si le hubiera tenido que contar lo mismo a muchas familias.


—¿Y nosotros? —preguntó Hugo—. ¿Su madre y yo...?


—Me temo que no puede ser. Tienen ustedes la edad en contra.


— Quiero que hablen con todos los hospitales de este continente —dijo Pedro luchando por contener la ira que lo invadía—. No, quiero que hablen con Europa, con Asia, con Australia, con Sudamérica. Yo pagaré un avión si hace falta a cualquier rincón del mundo para que el riñon llegue aquí si hace falta.


— Antes de llegar a eso, hay otra posibilidad — dijo Paula desde la puerta. Sus ojos se encontraron y Pedro se dio cuenta de que había estado llorando—. Quiero que me hagan las pruebas.


— ¡Dios mío! —gimió Cynthia—. ¡Paula, gracias!


— Querida hija mía, ya nos has dado tanto. Y ahora esto... —dijo Hugo luchando por permanecer en pie.


— ¡No! —exclamó Pedro —. ¡No, Paula, no!


—¿Por qué? También es mi hermana. Tú no dudaste en ofrecerte. ¿Por qué no iba yo a hacer lo mismo?


—Porque no —contestó él


—Me vas a tener que dar otros motivos porque «porque no» no me vale —dijo ella con las cejas enarcadas.


— Hay otras razones —contestó debatiéndose entre las dos opciones. No podía dejar que Naty muriera, pero la idea de Paula,... su Paula... aquel cuerpo maravilloso y perfecto siendo... —. No —repitió—. Tiene que haber otra solución.


— Me parece que deberían consultarlo con la almohada — los aconsejó el médico—. No es una decisión que se pueda tomar a la ligera y, de todas formas, esta noche no se puede hacer nada, así que sería mejor que se vayan a casa a dormir. No es bueno tomar decisiones cuando se está tan cansado y bajo tanta presión. Si sigue usted pensando lo mismo mañana, díganoslo y le haremos las pruebas —concluyó dirigiéndose a Paula.


—¿Y si soy compatible?


— Llegado el caso, y me gustaría recalcar que no estamos todavía en ese punto y espero que no lo estemos nunca, un urólogo con experiencia en transplantes se ocuparía de usted y de su hermana y se encargaría de realizar la operación.


— Llévate a Paula a casa —dijo Hugo cuando se fueron los médicos —. Tu madre y yo nos vamos a quedar con Natalia.


— Pero ya has oído lo que ha dicho el doctor — le dijo Pedro—. Todos necesitamos descansar.


— Sí, pero sabes tan bien como yo que ninguno de nosotros va a dormir. Hay butacas reclinables, mantas y almohadas en la sala de espera. Os llamaré si se produce algún cambio, pero nosotros debemos quedarnos aquí, con nuestra niña, y yo estaré mejor si sé que tú te ocupas de mi otra hija.


¡Por supuesto que iba a cuidar de ella! Aunque le llevara toda la noche, debía convencer a Paula para que, no se ofreciera como donante.


—Bien, vamos Paula. Te llevo a casa.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario