domingo, 25 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 38




Paula permaneció apoyada en la puerta un buen rato con el corazón latiéndole tan rápido que no sabía si iba a ser capaz de llegar a la silla más cercana sin sufrir un paro cardíaco.


Llevaba soñando con él día y noche desde que se había ido de su apartamento.


Cientos de veces había creído verlo en alguna calle atestada de gente de Vancouver, en la playa al atardecer, en un restaurante a la hora de comer. ¿Cuántas veces había creído reconocerlo al ver una espalda ancha, un perfil moreno o un hombre de zancada grande?


Los recuerdos habían comenzado a engañarla, también. El motel en el que habían pasado la primera noche se le antojaba un lugar mágico donde se había gestado su amor. Su olor, el tono aceituna de su piel que se volvía más oscuro después de que lo hubiera dado el sol, sentir sus muslos en la noche, su aliento en el pelo... ¡si hubiera sabido cómo iba a terminar todo aquello!


Era curioso porque, de vuelta del supermercado, lo último en lo que iba pensando había sido en él.El enterarse de que su antiguo socio había firmado una declaración en la que la exculpaba de cualquier culpa y que, por tanto, no iba a tener que testificar contra él, la había hecho sentirse casi feliz.


Entonces, se había encontrado con Pedro, de carne y hueso, y se le había disparado la esperanza. Pero había vuelto a equivocarse. El solo quería calmar su conciencia pidiéndole disculpas y, si había suerte, tal vez podría llevarse algo de sexo de regalo.


«¡Tu corazón!», le habían entrado ganas de gritar cuando le preguntó qué quería.


«¡Tu amor... de manera tan incondicional como yo te di el mío!».


La verdad era que nunca había habido nada de incondicional en lo que él había sentido por ella y era inútil hacerse falsas esperanzas. Incluso cuando había temblado en sus brazos, cuando había vertido su semilla en su interior y la había besado como si en ello le fuera la vida le había ocultado algo.


Le parecía deseable, pero no irresistible, mientras que ella lo había deseado todo de él. 


¡Para siempre!


¿Por qué tenía que ser tan guapo, tan persuasivo, tan sensual? ¿Y por qué estaba llorando por un hombre que no merecía sus lágrimas?


— Lo único que podía hacer era decirle que se fuera —se dijo mientras iba a la cocina a meter las patatas en el horno. Necesitaba buscar consuelo en la comida—. Date con un canto en los dientes, boba. Has tenido más suerte que cualquiera que haya perdido a sus padres. Has encontrado una nueva familia... un padre, una hermana y una madrastra maravillosa. No puedes pretender tenerlo todo.




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