domingo, 23 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 12




Paula estaba agotada por el trajín de la noche y confundida por el hombre arrebatador que había aparecido en su vida aquella noche. Estaba a punto de echar el cerrojo de la puerta del local cuando vio que se acercaba alguien de fuera. 


Contuvo un grito y esperó alerta hasta que reconoció quién era.


—¿Alfonso? —preguntó abriendo la puerta.


—Me he dejado una cosa —se justificó él incómodo.


¿Realmente se había olvidado algo o era una estratagema para estar un rato a solas con ella? 


Y lo más importante, ¿le importaba a ella que fuera así?


Paula lo dejó pasar.


—Has tenido suerte. Diez minutos más y estaría en el piso de arriba, profundamente dormida.


Alfonso entró en el local y la miró con curiosidad.


—¿En el piso de arriba?


Paula se reprendió a sí misma. No debería haber dejado que ese atractivo extraño supiera que ella vivía en el piso de arriba, que tenía una espaciosa y mullida cama en el piso de arriba... 


Pero como ya no había vuelta atrás, se lanzó de lleno:
—Sí, vivo en el apartamento que hay encima de La Tentación. Y vivo sola.


Casi hubiera sido mejor invitarlo a subir, se dijo, habría sonado menos patético.


—Qué cómodo —fue todo lo que él apuntó.


Paula cerró la puerta. El chasquido del cerrojo los aisló del resto del mundo, creó un espacio sólo para ellos dos.


El local estaba prácticamente a oscuras. Una lámpara de cristal rojo iluminaba tenuemente la sala e invitaba al pecado. En el pasillo trasero había otra bombilla encendida, lo suficiente para adivinar las mesas y sillas, pero no para que Paula pudiera ver bien el rostro de Alfonso y saber qué actitud o qué intenciones tenía.


El bar de noche era sensual y misterioso, como si guardara muchos secretos... lo cual encajaba con el estado de ánimo de ella. Las paredes de madera crujían de vez en cuando. En el techo, un ventilador se movía perezosamente. Eran los únicos sonidos en la noche.


El silencio era denso, palpable. Paula estaba segura de que, si prestaba atención, Alfonso podría escuchar los latidos de su corazón. Todas sus alarmas internas la advertían del peligro. Y no era que tuviera miedo de que Alfonso pudiera hacerle daño físico. Lo que temía era cometer un error del que se arrepintiera por la mañana.


—¿Realmente te has dejado algo? —preguntó ella por fin, dudando de si él habría percibido su deseo en su voz.


—Sí —contestó él.


Ella se cruzó de brazos, ladeó la cabeza y lo desafió con la mirada. Cada vez estaba más convencida de que todo era una estratagema, que él no había olvidado nada. Excepto quizás intentar algo con ella.


—¿Qué te has dejado?


Él se acercó a ella hasta que sus pantalones se rozaron. Sus brazos también se encontraron y Paula dio un respingo ante ese contacto inesperado. La sensualidad de aquel sencillo roce la pilló desprevenida. Otros hombres la habían tocado de forma más íntima, pero nunca había experimentado algo tan intenso como lo que estaba sintiendo en ese momento.


—¿Crees que me he dejado las llaves a propósito para tener que regresar a por ellas?


—¿Las llaves?


—¿Y por qué si no iba a regresar aquí? —preguntó él, desafiándola a confesar que ella estaba tan encendida de deseo como él.


Paula se movió y rozó de nuevo su brazo desnudo con el de él. Esa vez fue él quien se sorprendió y ahogó un gemido, muy leve, pero que ella oyó. Así que él también sentía la energía que circulaba entre los dos, potente y embriagadora...


La tensión iba en aumento. Ella apenas tocaba el antebrazo de él, pero era como si estuviera acariciando la parte más sensible de su cuerpo. 


Paula se imaginó cómo sería acariciarle todo el cuerpo.


—A lo mejor has regresado en busca de un beso de buenas noches —dijo ella deseando que fuera cierto.


Un beso no cambiaría nada ni arruinaría sus buenas intenciones, se dijo Paula, pero en el fondo sabía que un simple beso no sería suficiente. Aunque en aquel momento, lo deseaba incluso más que salvar el bar.


Él rió suavemente.


—¿Qué te hace pensar que soy el tipo de hombre que besa a alguien al poco de conocerla?


«Pues que yo quiero que seas así», pensó Paula, pero no lo dijo, y en su lugar respondió:
—Entre nosotros existe algo.


—Sí.


—Te sientes atraído hacia mí.


—Sí.


Paula se humedeció los labios.


—¿Y qué vas a hacer al respecto?


Él no dijo nada durante unos instantes. Luego se inclinó sobre ella hasta que estuvo a unos centímetros de su rostro. Paula percibió el cálido aroma de su perfume y el aroma aún más cálido a hombre.


—Besar es algo muy personal —susurró él.


Paula se estremeció. Le había hablado casi al oído, tan cerca que le había rozado la sien con los labios. Sintió un cosquilleo en la sien y luego en todo el cuerpo.


—Algo muy íntimo —continuó él.


Acercó su mano al brazo de ella y lo recorrió desde la muñeca hasta el hombro, rozándolo apenas con la palma de la mano. Su tacto era delicioso y excitante.




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