lunes, 10 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 13




Ante esto, ella sonríe y echa la cabeza hacia atrás nuevamente como si estuviera sorprendida de escuchar esa solicitud. Como si la petición en sí misma fuera temeraria. Pero no lo es. 


Cualquier hombre con algún sentido en su cabeza estaría tirando de su jersey como lo estoy haciendo ahora. Estarían tirándolo por encima de su cabeza, lanzándolo a un lado, y observando sus hermosos pechos.


Sus pechos son tan malditamente llenos, tan jodidamente grandes. Y yo sonrío como un colegial que ha conseguido un pedazo de caramelo.


—Dios, mujer, ¿de dónde viniste?


—No creo que importe, Pedro. Estoy principalmente interesada en ver a dónde planeas llevarme.


Me río, amando la forma en que bromea, la forma en que lanza sus palabras como guijarros. 


No lastimarán a nadie, pero mantendrán a uno atascado en su zapato y lo volverán loco.


—Oh, tengo muchos lugares a los que me gustaría llevarte.


—¿Figurativa… o físicamente?


Sacudo mi cabeza hacia ella.


—Voy a llevarte a mi cama ahora mismo, muchacha. Y voy a llenarte con mi polla, y te advierto: es una polla con la que solo has soñado. Te tomaré bien y correctamente. Esta vez, al menos.


—Oh, ¿ya tienes planes para segundos? —pregunta, sus mejillas rojas, el rubor subiendo por todas partes, y presiono mis palmas contra sus tetas, llegando a por el cierre de su sujetador, para poder abrirlo, dándome acceso a verlas en todo su esplendor.


Cuando el sujetador está en el suelo y sus pezones duros entre mi pulgar e índice, respondo:
—Planeo segundos y terceros. Soy un irlandés, muchacha. Nací con apetito.


Sonríe, alcanzando mis pantalones, desabrochando el botón, tirando de la cremallera.


—¿Por pasteles de carne?


Niego, riendo de nuevo.


—Ahora sólo hay una cosa que anhelo.


—¿Y cuál es, Pedro? —pregunta, mis pantalones caen al suelo, sus manos desabotonando mi camisa de franela.


—Quiero tu coño. Quiero saber si es tan dulce como el trébol.


—Supongo que tendrás que dejarme saber, ¿no? —Ella levanta una ceja, sus dedos envolviendo mi duro pene.


Agarro su trasero entonces, levantándola del suelo y llevándola a mi cama. El granero es pequeño, solo esta habitación, pero estoy agradecido de que la cama esté limpia, con sábanas lavadas, lista para que ella la arruine.


Le quito los calcetines y la dejo con nada más que sus bragas. Quiero aprovechar mi tiempo. 


Su piel es suave y cremosa, sus muslos prácticamente solicitando separarlos. Deseo saborear ese momento, pero mi polla quiere ponerse al asunto.


—Tienes que recostarte, muchacha. Y necesito que te quedes quieta.


—Sabes que la mayoría de los hombres no hablan de esa manera, ¿no?


—No soy la mayoría de los hombres, Paula. Los irlandeses hacen las cosas de manera diferente. ¿Cuántas veces tendré que explicarte esto?


—No más explicación —dice ella—. No más charla. Sólo… —Se recuesta en la cama, su cabello oscuro derramándose sobre la almohada y la ventana dejando entrar la luz de la media luna—… dime si soy dulce.


—Oh, creo que ya hemos determinado que no eres dulce.


Ella se ríe, el tono de su voz llena la oscura habitación. Cuando ella ríe, la habitación se siente brillante.


Separo sus piernas, bajo mi cabeza hacia sus muslos… el único lugar en el que quiero estar.


Paso mis dedos sobre sus bragas, recordando cómo la toqué en la camioneta. No tengo dudas de que su cuerpo va a responder a este jugueteo también.


—Oh, Pedro





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