martes, 14 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 36




Paula seguía pensando en esas palabras cuando entraron en el restaurante griego, donde los condujeron hasta la mejor mesa del comedor. Pero ella casi no se fijó en la decoración de las paredes, pintadas de azul cielo, ni en las columnas de mármol que daban la impresión de que estuvieran en un templo griego antiguo. Seguía rumiando la noticia de la niñera de tal modo que le costó concentrarse en los nombres de los colegas de Pedro ni de sus hermosas esposas, todas esbeltas y morenas. Recitó los nombres para sí en silencio, como un niño que aprendiera las tablas de multiplicar. Theo y Anna. Nikios y Korinna.


Y por supuesto, todos hablaban griego de vez en cuando. ¿Y por qué no, si era su lengua materna? Aunque pasaban enseguida al inglés para no excluirla, Paula se sentía fuera de lugar. 


Y aquello sería lo que ocurriría cuando tuviera el niño. Estaría en la periferia de todas las conversaciones y eventos. La madre inglesa que no se podía comunicar con su hijo medio griego. 


Que permanecía al margen como un fantasma silencioso. Tragó saliva. A menos que hiciera algo al respecto. Tenía que empezar a ser proactiva en lugar de dejar que los demás decidieran su destino por ella. Si no le gustaba algo, tenía que cambiarlo.


Los hombres conversaban entre ellos y Paula miró a Korinna, que jugueteaba con su sorbete de manzana.


–Estoy pensando en aprender griego –dijo.


–Bien hecho –Korinna sonrió–. Aunque no es un idioma fácil.


–No, ya me doy cuenta –respondió Paula–. Pero voy a hacer todo lo que pueda.


Cuando volvía del lavabo, se cruzó con el camarero joven que les había servido toda la cena y él se hizo a un lado para dejarla pasar.


–¿Disfruta de la comida, Kyria Alfonso? –preguntó solícito.


–Oh, sí. Es deliciosa. Mis cumplidos al chef.


–Disculpe la intromisión –dijo él, en un inglés impecable–. Pero he oído que quiere aprender griego.


–Así es.


Él sonrió.


–Si quiere, puedo ayudarla. Mi hermana es profesora y es muy buena. Enseña en la Escuela Griega de Camden, pero también da clases privadas. ¿Quiere que le dé su tarjeta?


Paula vaciló cuando le tendió la tarjeta. Se dijo que sería una grosería rechazar una oferta así y quizá aquello era el destino que intervenía para ayudarla. ¿No sería una buena sorpresa para Pedro que se diera cuenta de que ella hacía un esfuerzo por integrarse en una cultura que era tan importante para él?


Le demostraría de lo que era capaz. Y él estaría orgulloso de ella.


–Gracias –dijo con una sonrisa. Tomó la tarjeta y la guardó en el bolso.




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