viernes, 10 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 21




Ella se puso tensa y lo miró horrorizada. ¿Qué narices hacía allí y cómo iba a lidiar con él? Su instinto le decía que le diera con la puerta en las narices, pero ya había probado aquello una vez sin éxito y, además, no podía hacerlo en aquellas circunstancias. Lo despreciaba, pero necesitaba hablar con él y el destino lo había colocado en su puerta. Le habría gustado haberse cepillado el pelo o puesto ropa con la que no hubiera dormido, pero tal vez fuera mejor así. Al menos no tendría que preocuparse de que intentara seducirla.


–Será mejor que entres –dijo.


Él pareció sorprendido por la invitación. Paula entendía su sorpresa, pero, por mucho que le hubiera gustado hacerlo, no podía decirle que se marchara, como no podía hacer retroceder el reloj. Tenía que decírselo. Era su deber.


Antes de que lo adivinara él solo.


–¿Qué te trae por aquí? –preguntó, cuando estuvieron frente a frente en la pequeña sala de estar–. A ver si lo adivino… Pablo ha vuelto a Londres y has decidido ver si le he puesto mis avariciosas garras encima. Pues, como puedes ver, estoy aquí sola.


Él negó con la cabeza.


–Pablo se ha prometido para casarse.


–Felicidades –musitó ella–. Ya tienes lo que querías.


Pedro se encogió de hombros.


–Deseo ver a mi hermano felizmente asentado con una compañera, sí.


–Pero si Pablo está a salvo de mis garras, ¿qué te trae por New Malden? No recuerdo haberme dejado nada en tu isla que tuvieras que devolverme.


–Estaba en Londres y se me ha ocurrido pasar a ver cómo te encuentras.


–¡Qué conmovedor! ¿Haces eso con todas tus ex amantes?


Él apretó la mandíbula.


–Pues no. Pero, por otra parte, ninguna de mis amantes me ha dejado antes plantado de ese modo.


–¡Oh, vaya! ¿Tu ego se siente herido?


–Yo no diría tanto –repuso él con sequedad.


–Pues ya has visto cómo estoy.


–Sí. Y no me gusta lo que veo. ¿Qué ocurre? –la miró con el ceño fruncido–. Pareces enferma.


Paula tragó saliva. Allí tenía la oportunidad perfecta para darle la noticia. Abrió la boca para decírselo, pero algo le hizo vacilar. 


¿Autoconservación? ¿La sensación de que, cuando se lo dijera, ya nada volvería a ser igual?


–He estado enferma –admitió–. Pero la verdad es que estoy embarazada –dijo con rapidez.


Él tardó un momento en hablar.


–Enhorabuena –dijo con voz sin inflexiones–. ¿Quién es el padre?


Era una reacción que Paula debería haber anticipado, pero no lo había hecho y se sintió herida. Quería decirle que solo había un hombre que pudiera ser el padre, pero probablemente no la creería, ¿y por qué iba a hacerlo? Después de todo, no había mostrado mucho autocontrol con él. Se había echado en sus brazos y había dejado claro que quería sexo con él. ¿Por qué un machista como Pedro Alfonso no se iba a imaginar que se comportaba así todo el tiempo?


Se lamió los labios.


–Tú –dijo con osadía–. Tú eres el padre.


El rostro de él no mostró más reacción que una frialdad repentina en los ojos.


–¿Cómo dices?


¿Esperaba que su frialdad la empujara a admitir que se había equivocado y él no era el padre? ¿Que probaba aquello solo porque era muy rico? La tentación de decir eso y lograr que se marchara era fuerte, pero no tanto como su conciencia. Porque él era el padre y lo importante allí era cómo lidiaría ella con eso. 


Sabía que, a pesar de los vómitos mañaneros y de la sensación de malestar general, tenía que ser fuerte porque Pedro lo era. Y era un macho dominante que intentaría a toda costa conseguir lo que quisiera.


–Ya me has oído –dijo con calma–. Tú eres el padre.


El rostro de él se oscureció.


–¿Cómo sabes que es mío?


Ella se encogió.


–Porque solo puede ser tuyo.


–Solo tengo tu palabra, Paula. Tú no eras virgen.


–Ni tú tampoco.


Él sonrió con crueldad.


–Como ya te dije, para los hombres es diferente.


–¿Crees que mentiría en algo así?


–No lo sé, esa es la cuestión. Sé muy poco de ti. Pero soy un hombre rico. Hay beneficios indudables en quedarse embarazada de alguien como yo. ¿Fue un accidente o lo planeaste?


–¿Planearlo? ¿Crees que me quedé embarazada intencionadamente para sacarte dinero?


–No te muestres tan ultrajada, Paula. No te creerías las cosas que la gente puede hacer por dinero –él la miró con frialdad–. O quizá sí.


–Parece que se te da muy bien achacar culpas, pero no voy a llevar yo toda la carga –ella respiró hondo y se acercó a la ventana–. Siempre pensé que la anticoncepción eran responsabilidad conjunta de ambas partes.




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