martes, 21 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 16




Una hora más tarde, iba sentada en la parte delantera de la camioneta mientras devoraban los kilómetros que separaban Gold Springs de Rockford. Había sido exasperante cargar los haces de hierbas en la parte de atrás del vehículo de Pedro. Algunos se habían roto, pero la mayoría seguían intactos.


Lo había acompañado a recoger la camioneta. 


Había esperado fuera de la pequeña caravana mientras él se cambiaba de ropa.


—Hay dos cuartos, si quieres esperar dentro —había indicado él con educación.


Pero prefirió hacerlo bajo el sol. Pedro dejó abierta la puerta y desapareció en el diminuto dormitorio. Ella no pudo resistir echar un vistazo a su hogar con ruedas.


Había una mesita, una silla, una nevera pequeña y un hornillo. El baño apenas era un armario con una ducha de mano y un desagüe. 


Observó la plataforma de la ducha y no supo si ella entraría. ¿Cómo se las arreglaba Pedro?


De nuevo volvió a sentirse culpable, ya que ella había formado parte de la decisión de dejar que el sheriff recibiera la tierra de los Hannon. Él había ido a Gold Springs a realizar un trabajo, esperando disponer de un lugar decente en el que vivir, y a cambio tenía que hacerlo en aquel reducido espacio. Todos deberían sentirse avergonzados.


Un peine estaba a punto de caerse desde el lavabo y entró para dejarlo en una posición menos precaria. Vio una foto de una mujer y tres niños; supuso que debía de ser su hermana. A su lado, había un anillo de universidad y una piedra azul con su nombre en ella. Junto a eso, una pistola pequeña con una culata de plata con filigranas.


Al oír que abría la puerta, salió de la caravana. 


Se preguntó dónde dormiría. El cuarto que había vislumbrado no parecía lo bastante grande como para acomodar una cama.


—Lo siento —dijo él, acomodándose el pelo con mano impaciente—. Maniobrar ahí dentro requiere más práctica.


Ella asintió, contenta de que no la hubiera descubierto espiando.


—No tienes que disculparte por nada. Además, te agradezco la ayuda.


Se dio cuenta de que conocía poco de Pedro Alfonso. Parecía ser un solitario, un hombre que no se quedaba mucho tiempo en un lugar.


—No es nada.


La miró de reojo. No parecía mucho más cómoda que él cuando estaban solos.


—¿Dónde está Manuel? —preguntó, tratando de entablar conversación después de unos kilómetros en silencio.


—En la escuela —musitó Paula, pensando en su camioneta.


—Puedo recogerlo si necesita que lo lleven a casa —ofreció Pedro—, a menos que Benjamin vaya a arreglarte la camioneta.


—No lo hará —suspiró—. Ha dicho que éste ha sido su último viaje. Supongo que tendré que reemplazarla.


Pedro odiaba mencionar que suponía que andaba escasa de dinero. No era difícil deducirlo. Por las cosas que le había contado Manuel y el hecho de que condujera ese viejo trasto, era como un caso cerrado.


—Es una lástima. Si hay algo que yo pueda hacer… —Paula meneó la cabeza y rió con pesar—. ¿Algo gracioso?


—Imagino que intento comprenderte. ¿Cómo puedes ofrecerte a ayudarnos a cualquiera de nosotros?


—No resulta difícil comprenderlo —repuso y la miró unos segundos—. Gold Springs es mi nuevo hogar. Pretendo hacer todo lo que pueda por la comunidad. Proteger y servir.


Aliviada e irritada, ella notó que no aludía a nada personal.


—¿Incluso después de engañarte? ¿Después de ver la casa de los Hannon…?


—Es buena tierra —afirmó—. La casa deja algo que desear, pero con el tiempo se solucionará.


—Eres un hombre increíblemente paciente e indulgente —comentó ella—. Yo me habría largado en mi Porsche y mandado a todo el mundo al infierno.


—Es algo que ya he hecho —sonrió—. El mundo avanza en círculos, Paula. No dejamos de volver a las cosas que no hemos terminado —Paula miró por la ventanilla, sin saber que decir. Pedro Alfonso era demasiado bueno para Gold Springs—. Pensé que quizá tú podrías ayudarme —él cambió de tema después de que ella permaneciera varios momentos en silencio—. Busco a alguien que pueda trabajar a tiempo parcial para organizar la oficina del sheriff. Una especie de secretaria, operadora de la centralita y ayudante, todo en uno. Necesito a alguien familiarizada con las llamadas de emergencia que pueda aprender el sistema y enseñárselo a otras personas.


«Me está ofreciendo un trabajo», pensó. Sabía que andaban justos de dinero y le brindaba la oportunidad de mejorar su situación. Lo supo como si se lo hubiera contado abiertamente.


Se sintió conmovida, pero, al mismo tiempo, cauta. Si necesitaban dinero extra, tal vez fuera mejor que se pusiera a trabajar en la pizzería de Rockford.


—Se lo diré a quien considere que podría estar interesada —repuso, sonriéndole—. Creo que sería mejor que pusieras un anuncio en el periódico.


Detuvo la camioneta en el primer semáforo en rojo a la entrada a Rockford.


—Podría hacerlo —coincidió. «Y debería hacerlo. Pero te quiero a ti», añadió para sus adentros.


Ella le indicó cómo llegar al herbolario.


—Yo puedo —le dijo a Pedro cuando él bajó de la camioneta.


—Puedo ayudar.


—Sólo voy a bajar algunos haces para llevarlos al interior —indicó.


Él abrió la puerta de atrás.


—Tú ocúpate de la cuestión de los negocios que yo me encargaré del porte —ella protestó y él añadió—: No es nada personal, pero así iremos a comer antes. ¿No?


Paula estuvo de acuerdo; luego, permaneció en la puerta de atrás de la tienda con la propietaria mientras Pedro metía varios haces de hierbas.


—¿Tienes ayudante? —preguntó la mujer, sin apartar la vista de las largas piernas de Pedro mientras dejaba las hierbas en el suelo.


—Es mi hermano —explicó Paula—. Está casado y tiene diez hijos.


—¿Diez? —la mujer se quedó impresionada y desilusionada. Lo miró con cauta reverencia cuando al marcharse le estrechó la mano.


—¿Qué le pasaba? —inquirió mientras se quitaba unos restos de la camisa.


—No le gustan los hombres —repuso ella, subiendo a la camioneta.


—Oh —repuso con naturalidad—. ¿Ahora a dónde?


Hicieron la segunda parada y el cocinero del Orchid Family Restaurant les estrechó las manos con entusiasmo, prometiendo volver a comprar hierbas de Paula en la primavera.


Paula dejó el resto en el mercado; luego, con los cheques en la mano, le pidió a Pedro que se dirigiera al banco.


—Mis primeros beneficios reales —dijo con orgullo, olvidando por un momento que había querido mantener la distancia entre ellos. En ese gran momento de triunfo, le resultó natural rodearle el cuello con los brazos y darle un rápido abrazo.


Él miró sus ojos brillantes y las mejillas acaloradas y le resultó igual de natural bajar la boca los pocos centímetros que la separaban de sus labios.


Paula retrocedió cuando iba a pasarle los brazos por la cintura.


—Gracias. Por tu ayuda, quiero decir.


—Sólo devolvía el favor —repuso con el ceño fruncido.


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