jueves, 11 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 5




Pedro merodeó por el salón de Paula mientras ella hacía la maleta y las llamadas necesarias para cubrir su ausencia de la tienda. Era un hombre que apreciaba las comodidades y no le gustaba el calor de Northern Queensland. Por suerte, y al contrario que aquel pequeño piso situado en una urbanización, la casa de la playa estaba equipada con un excelente equipo de aire acondicionado. Se secó la nuca mientras ella hacía la maleta con el teléfono pegado a la oreja. La idea de vigilar a una niña mimada con temperamento artístico y que sobrestimaba su talento, en aquel ambiente tan sofocante y húmedo, no era buena.


Su propia temperatura corporal subió esa misma tarde cuando, después de instalarse, a Paula se le ocurrió nadar un rato. El despacho de Pedro daba a la piscina, así que la vio salir con unos pantalones cortos y una camiseta ancha, un conjunto muy respetable… hasta que se le mojó.


Pedro tuvo que bajar el aire acondicionado un par de grados y desabrocharse la camisa.


Por primera vez en muchos años, deseaba a alguien de manera salvaje.


Por regla general, prefería mujeres mayores, más cultas y económicamente independientes. 


Mujeres con intereses parecidos a los suyos y con una buena posición social. Paula Chaves debía de tener unos veinticinco años y la fortuna de los Blackstone a sus espaldas, pero estaban a años luz el uno del otro.


No era en absoluto decoroso estar delante de la ventana salivando al ver cómo se le pegaba la tela a los pechos, cómo le corría el agua por las piernas largas y bronceadas. Ni tampoco desear sentir aquellos rizos mojados sobre su piel caliente.


Regresó al escritorio e intentó olvidarse de ella.


No había ido allí de vacaciones. Sólo faltaban unos días para la siguiente subasta de cuadros. 


Era frustrante saber que iba a tener que quedarse allí encerrado, pero al menos tendría a alguien en la subasta para intentar conseguir un lote muy especial para uno de sus clientes.


Pronto volvió a centrarse en el trabajo y estuvo sentado delante del escritorio hasta que Paula lo interrumpió, después de la hora de la cena. Al parecer, iba a ponerse a trabajar y quería que le llevase el diamante al taller.


Pedro lo dejó encima de la mesa de trabajo y la observó rodearlo y tomar fotografías con su pequeña cámara digital.


Se sintió absorbido por su concentración, por no mencionar su cuerpo. Así que cuando, de repente, se irguió y lo miró, él tardó unos segundos en reaccionar.


Paula arqueó las cejas de manera burlona.


—¿Cómo es?


—¿Perdón?


—Su amiga, a la que va a regalarle el diamante.


—¿Qué cómo es?


—De altura y constitución. No quiero diseñar algo demasiado delicado para una mujer grande y robusta. O viceversa.


Pedro dudó. La pregunta tenía sentido.


Paula se había puesto esa noche unos pantalones anchos de un color difícil de definir, algo así como marrón claro, y una camiseta de encaje morada que marcaba su silueta y que era, tuvo que admitirlo, una obra de arte. Se había sujetado el pelo con una cinta del mismo color y llevaba un collar verde lima al cuello.


—Es alta y esbelta, pero de complexión fuerte.


Paula levantó la cámara y comprobó las fotografías que había hecho. Pedro se dio cuenta de que llevaba las uñas cortas, incluso parecía que se las mordía.


—¿De tez morena o pálida? —preguntó ella en tono distraído.


—Ligeramente bronceada —le contestó—. Con pecas.


La vio tomar un par de fotografías más.


—¿Y el pelo?


Él se quedó pensando en cómo describir sus vibrantes rizos.


—Es usted poco observador, señor Chaves. ¿No tendrá una fotografía?


—Es pelirroja —dijo él por fin—. Con el pelo rizado.


Ella arqueó las cejas.


—Es una mujer de estilo original. Algunos la definirían como bohemia, pero no. Es… distinta a las demás.


Y era cierto. Su manera de combinar los colores, de romper todas las reglas de la moda, podría haber ofendido a alguien conservador como él, pero, de alguna manera, le encantaba. Sabía que vivir con Paula Chaves nunca sería aburrido.


Paula apretó los labios.


—Tiene buen gusto con las mujeres, señor Chaves —comentó de manera perspicaz—. En ese caso, tendrá que ser una pieza contemporánea para la dama.


—Hágalo lo mejor que sepa —dijo él, y se marchó.


Había pasado horas intentando convencer a su cliente de que no le encargase el trabajo a Paula Chaves, ya que era demasiado joven e inexperta, pero, tal vez, después de todo, las siguientes semanas no serían tan malas. Paula parecía inteligente, era como si hubiese aprendido muchas cosas en la calle, algo extraño, teniendo en cuenta la familia en la que había crecido.



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