martes, 30 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 31




Pedro se hizo cargo de todo sin que Paula tuviera oportunidad de protestar. La habitación estaba llena de flores frescas todos los días, un gesto que podría haber significado algo si Paula no hubiese estado convencida de que era Maria la que se encargaba de mandarlas en nombre de Pedro.


Él tenía una aliada en su madre, a quién Pedro había alojado en un hotel muy lujoso durante la estancia de Paula en el hospital. Lydia la visitaba todos los días y no hacía más que alabar a Pedro. No podía entender el empeño de su hija en rechazar al padre del niño que estaba esperando. En su opinión, Pedro era lo que cualquier mujer podría desear. Cuando Pedro estaba presente, no
dejaba de hacer alusiones a las bodas y entonces Paula se moría de vergüenza.


¿Cómo podía explicar que él la había engañado cuando ella pensó que era un acompañante contratado? ¡Todavía le quedaba orgullo! Y además, a pesar de las razones de Pedro, todavía estaba convencida de que quería quitarle al bebé.


Pedro iba todos los días y se comportaba como un padre atento, a pesar de que Paula pensaba que sólo lo hacía por guardar las apariencias. La última tarde que estuvo ingresada, estuvieron sentados con un silencio agobiante durante media hora. Ella hacía que miraba las páginas de una revista, respondiéndole con monosílabos cada vez que intentaba empezar una conversación.


—Vale ya, Paula —dijo él, quitándole la revista de las manos—. Te he comprendido. No te gusto —comentó con tristeza, sentándose en la cama con una expresión seria—. Creo que ya es hora de que empieces a comportarte como una mujer adulta y pienses en el futuro. Tenemos que dejar a un lado nuestros sentimientos personales por el bien del niño. Él o ella debe ser lo único que nos preocupe. Mi infancia estuvo marcada por las riñas de mis padres. Mi madre no ha podido dejar de pensar en el efecto que tuvo sobre mí su comportamiento. Incluso si mi padre hubiese llevado el asunto a los tribunales, resultaba inevitable que mi madre consiguiera la custodia. Ahora las cosas son diferentes.


— ¿Qué estás intentando decirme? —preguntó Paula, poniéndose pálida como la muerte, mientras intentaba bajarse de la cama.


— ¿Qué haces? —preguntó él, agarrándola por los tobillos y mirándola como si se hubiera vuelto loca.


—No te dejaré que me quites a mi hijo —le espetó, soltándose con un movimiento brusco.


—No estaba hablando de quitarte al niño —respondió él, preocupado por la palidez del rostro de Paula.


—Fuiste muy enérgico al afirmar que no valgo para ser madre.


—Me di cuenta de lo equivocado que estaba al ver la expresión de tu rostro cuando pensabas que lo ibas a perder.


Paula lo miró con asombro y se dio cuenta de que se arrepentía de lo que había confesado. 


Sin embargo, siguió a la defensiva cuando él añadió:
—Lo que quería decirte es que un niño necesita un ambiente de seguridad. Yo nunca permitiría que mi hijo se convirtiese en un peón del juego de poder de sus padres. Un niño necesita a los dos progenitores.


Paula tembló. ¿Qué era lo que estaba sugiriendo?
—Un niño no se sentiría muy seguro con unos padres que se odian. ¿No me estarás proponiendo que permanezcamos juntos por el bien del bebé? — Preguntó con incredulidad—. Mis padres lo intentaron, pero no funcionó.


—Estamos hablando de nosotros, no de nuestros padres. Me parece la solución más lógica.


— ¿Quién se niega ahora a aprender del pasado? Sería de locos…


—No estoy hablando necesariamente de matrimonio —dijo, algo incómodo por la actitud poco colaboradora de Paula.


— ¿Te tendría que estar agradecida? —preguntó con severidad.


—Ahórrate el sarcasmo, Paula —exclamó Pedro, muy enojado—. Entre los dos hemos creado una nueva vida, y en consecuencia, tenemos que reajustar la nuestra. A lo mejor no resulta tan mal —observó secamente—. Además, sería muy duro para ti ser una madre soltera.


—He vendido las acciones que Oliver me dejó —dijo ella, defendiéndose del chantaje moral al que Pedro la estaba sometiendo—. Estoy en mejor situación que la mayoría de las madres solteras.


—Deberías haber esperado un par de meses —respondió él, con un tono de voz que demostraba que no le había gustado la alusión a la herencia—. Habrías conseguido más beneficios.


—Empezaré a trabajar muy pronto —replicó Paula, aunque sabría que no sería tan fácil como quería dar a entender por el tono de voz.


—Si tienes tantas ganas de continuar con tu carrera, razón de más para que continuemos juntos. Puedo hacer que todo te resulte mucho más sencillo…


—Puedo conseguirlo por mis propios méritos.


—Si lo crees así… —dijo Pedro, frunciendo los labios con incredulidad—. Pero de un modo o de otro, pienso formar parte de la vida de este niño, Paula. Y puedo resultar un enemigo muy duro.


—No puedes jugar a que somos una familia feliz, Pedro.


—Haré lo que tenga que hacer para darle estabilidad a este bebé. Me necesitas.


Entonces Paula se estremeció cuando él extendió la mano para tocarle el abdomen, con un gesto muy posesivo. Paula se sintió mareada por la extraña sensación que le produjo aquel roce. Nunca había compartido con nadie lo que
estaba ocurriendo dentro de ella y aquel contacto no le resultaba desagradable.


De pronto, Pedro la miró con los ojos llenos de una emoción difícil de descifrar.


—¡La niña se ha movido! —exclamó retirando la mano rápidamente.


—No pasa nada —dijo ella, llevándole la mano de nuevo hacia el vientre—. Pareces seguro de que será una niña.


Los ojos de Pedro brillaron de satisfacción por el gesto instintivo de Paula.


—Creo que sí —afirmó con suavidad—. ¿Me dejarás que cuide de ti ahora?


—¿Y más adelante? —preguntó ella, levantando los preocupados ojos hacia él.


—Ya veremos —prometió—. Hay que hacer las cosas poco a poco. Seguro que dos personas inteligentes pueden llegar a un acuerdo.


El problema era que una de esas dos personas estaba enamorada, se dijo Paula. Pero, a pesar de ello, asintió. ¿Qué alternativa tenía? Callen tenía razón, debía pensar en el bebé. ¿Cuánto tardaría Pedro en descubrir lo que ella sentía? 


Tembló cuando se dio cuenta que sus sentimientos la hacían muy vulnerable. «Bueno, tendré que hacer lo posible para que nunca los descubra», se dijo.




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