jueves, 21 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 8




Paula estaba en lo alto de la escalera, contemplando lo que parecía un amasijo de brazos y piernas entre los restos de una caja de cartón.


—¿Por qué no has encendido la luz, papi? —preguntó Belen pulsando el interruptor.


Cuando el estrecho pasadizo se inundó de luz, Paula se dio cuenta de que las que tenía delante no eran en absoluto unas extremidades corrientes: las piernas eran musculosas y sólidas, y los gastados vaqueros no hacían sino acentuar la perfección casi marmórea de muslos y pantorrillas. Como llevaba la camisa arremangada hasta por encima del codo, pudo contemplar a placer sus desarrollados bíceps.


Flash. Con un parpadeo, Paula arrinconó cualquier fantasía en lo más profundo de su mente.


—¿Está bien? —preguntó.


—Según lo que entienda por eso —contestó una voz desde el fondo de la caja. Primero asomó una mata de cabello oscuro y un instante después pudo por fin contemplar el rostro de su autor estrella. Su sonrisa, tímida, deliciosamente adolescente, parecía pedir disculpas, aunque la chispa de su mirada proclamaba que se sentía más divertido que otra cosa.


—¡Qué bestia! —exclamó Simon—. ¿Te has roto algo?


—No, no, por suerte he caído bien.


—¿De espaldas? —preguntó Flash interesado.


—No exactamente, digamos que el peor impacto me lo he llevado un poco más abajo.


—¡Vaya! ¿Te importaría que sacara un par de fotos de los moretones?


Paula. les miraba horrorizada. ¿Cómo tenían el cuajo de bromear cuando aquel pobre hombre a punto había estado de romperse? Se detuvo de golpe, súbitamente roja como una amapola.


—¿Necesita ayuda? —preguntó, intentando recuperar la compostura.


—Bastará con un par de tiritas para mi orgullo y un poco de mercromina en el ego.


Con sorprendente agilidad, se puso de pie, echó la caja a un lado y en dos zancadas subió la escalera hasta ponerse a su altura. Como se quedó un peldaño más abajo, sus miradas casaban perfectamente; estaban tan cerca que Paula podía sentir su calor, rezó para que él no notara su turbación, pero a punto estuvo de traicionarse cuando él le dedicó otra sonrisa. Paula respiró hondo: aquel no era el momento más adecuado para dejar que aflorara la Paula Esther que llevaba dentro. Necesitaba más espacio, algo que en aquella abarrotada estancia era ciertamente difícil.




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