domingo, 27 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 9



Cuando salió por la puerta, Pedro se apoyó en el fregadero y recuperó el aliento. Tendría que atarse a la pata de la cama o esconderse para no ponerle las manos encima. No podía pasar más tiempo con Paula sin besar esos deliciosos labios.


Se frotó las sienes, asombrado de que la chica de sus sueños hubiera reaparecido en su vida... hecha toda una mujer. Pero al recordar que solo estaría allí dos semanas se quedó clavado en el sitio. La vida de Paula estaba en Cincinnati, mientras que la de él seguía en Royal Oak.


Paula se despertó y tardó un momento en recordar dónde estaba. Se fijó en la hilera de trofeos que había en la estantería y sonrió al recordar el asalto a la nevera de esa madrugada.


Pedro y ella habían mantenido una conversación. ¡Habían hablado! Le parecía asombroso, absurdo.


Pedro siempre había sido peor que una patada en la espinilla. Solo porque se hubiera convertido en un hombre impresionante, y por lo visto agradable, no iba a hacerse ilusiones.


Paula había alcanzado su meta, tenía su propio negocio; no necesitaba complacer a nadie excepto a sí misma y a su socia. Se había prometido no permitir que nada se interpusiera en su camino, y menos aún un hombre, Aun así, el rostro de Pedro seguía en su mente cuando bajó a la cocina.


—Vaya, vaya —Marina alzó la cabeza al verla—. Hemos dormido hasta tarde, ¿no? —suavizó el comentario con una sonrisa juguetona—. Veo que el señor Televisión y tú tomasteis un tentempié de madrugada


—¿Quién eres? ¿Agatha Christie? —preguntó Paula sirviéndose una taza de café con la esperanza de que su jersey ocultara el rubor que le subía por el cuello—. Creí que era un ladrón.


—Seguro —Marina se apoyó en la encimera de la cocina—. ¿Dé qué hablasteis?


—De nada especial —Paula se sentó en la misma silla que había ocupado unas horas antes—. Sobre lo que hemos hecho estos últimos diez años.


—Ah, una puesta al día, ¿no? ¿Y?


—Y nada. No intentes hacer de celestina, ya soy mayor y no necesito ayuda para mis romances. Tu hermano ha sido una espina durante años, y no pienso llevarme el dolor a casa.


—No te ofendas —dijo Marina sentándose frente a ella—. Solo pensaba que serías una gran cuñada.


Las palabras de Marina desataron el rubor que había ocultado el jersey. Aunque inspiró con fuerza para detenerlo, sus mejillas se sonrojaron.


—Será mejor que te guardes ese pensamiento para ti solita.


—Me moriría de risa, Paula. Pedro y tú. ¡Increíble! —comentó poco después, con una enorme sonrisa que valía más que mil palabras.


Paula se calló lo que pensaba. Pero Marina tenía razón, era increíble. Su amiga cambió de tema.


—¿Qué quieres que hagamos hoy? Puedo trabajar en el ordenador un rato. O podemos ir a visitar a viejos amigos. ¿Qué te apetece?


—No quiero distraerte de tu trabajo. Puedo entretenerme mientras escribes.


—No importa, Paula. Ahora mismo no tengo plazo de entrega, y me encanta que estés aquí.


—Me gustaría hacer un par de llamadas y organizarme.


—Muy bien... —asintió Marina—. Y a mediodía, si quieres, puedes ver a Pedro en las noticias.


Al oír su nombre, el corazón de Paula dio un brinco. Tragó saliva para no volver a ruborizarse. Siempre había odiado su tez pálida porque el mínimo atisbo de incomodidad se reflejaba de inmediato en su rostro.


—Claro. No puedo negar que siento curiosidad.


Marina se fue a trabajar y Paula se quedó disfrutando del café, mirando la silla vacía y reviviendo la conversación de la noche anterior. 


Cuando acabó, aclaró la taza y subió a buscar su agenda. Quería llamar a algunas viejas amigas y hacer planes, pero cuando se acercaron a las doce, perdió interés en su proyecto. Fue al salón simulando indiferencia y encendió la televisión con el volumen al mínimo. No le sirvió de nada.


—Canal 5 —gritó Marina desde el estudio.


Paula apretó el botón del control remoto. Un segundo después se oyó la melodía que anunciaba el inicio de las noticias. Se vio una larga mesa y la cámara se fue acercando a un primer plano. El presentador dio algunas noticias y luego dio paso a un reportaje especial.


A Paula se le puso la carne de gallina al ver a Pedro, sonriendo a la cámara, más guapo de lo que ella quería admitir. «Habla Pedro Alfonso desde el Centro Renacimiento...»


Paula no oyó el resto del mensaje, solo la miró y escuchó su voz, embelesada. Su pelo parecía más claro bajo los focos y cuando la cámara tomó un primer plano, sus ojos chispearon. 


Paula se imaginó que tenía un club de admiradoras que veían las noticias solo para contemplar sus ojos brillantes y risueños.



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