lunes, 28 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 13




Desilusionada, Paula se despidió y fue hacia el aparcamiento. Al recordar la expresión de Patricia, se imaginó el rapapolvo que le iba a echar a Pedro por llevar a una amiga al estudio. Intentó controlar su irritación y consideró la posibilidad de ir al centro de Royal Oak antes de volver a casa. Le habían dicho que ahora había boutiques, tiendas curiosas y pequeños cafés. 


Podía buscar un vestido nuevo; uno con un profundo escote en «uve», de color rojo chillón.


Ese malicioso pensamiento hizo que sus hombros se tensaran y el dolor de cabeza subiera de intensidad. Decidió olvidarse de Patricia y de las compras. Tenía que recuperar el sentido común.


A la mañana siguiente, en la cama, Paula revisó la situación. La verdad la envolvió suavemente como una sábana de satén. Anhelaba volver a casa, trasladar su negocio a Michigan. Había dado vueltas y vueltas al tema, temiendo que su inesperada atracción por Pedro hubiera motivado ese deseo. Pero aunque cada vez que lo miraba su corazón daba una vuelta de campana, había más.


Su negocio de catering estaba convirtiéndose en un problema. El acuerdo inicial, que había hecho con Louise Russel unos años antes, empezaba a desintegrarse como papel de lija usado.


Paula había invertido capital y ya era dueña del cincuenta por ciento de la empresa, pero Louise era reacia al cambio. Aunque debería dedicar el mismo tiempo que Paula a planificar y preparar comidas, no lo hacía. Prefería supervisar que los empleados hicieran el trabajo. Y la responsabilidad del día a día recaía en Paula. El tema de la expansión se había convertido en otra controversia. Louise no quería involucrarse en pequeñas cenas. Cada vez que Paula sugería una forma de ampliar el negocio, desechaba la idea.


Louise prefería otro tipo de asociación y, cuanto más lo pensaba Paula, más razonable y oportuno le parecía el cambio. Volver a casa le había proporcionado el ímpetu necesario para disolver la sociedad y, además, se había encostrado con otro factor fundamental: Pedro.


Paula saltó de la cama preguntándose qué hacer. Tenía la esperanza de que Pedro se hubiera ido ya. Cuando lo veía, su mente se convertía en un torbellino de imágenes románticas, por mucho que se disparara la alarma de su sentido común.


Si quería plantearse un negocio nuevo, tenía que dedicarle plena atención al proyecto. Pedro también tenía objetivos nuevos. Además, era el hermano pequeño de Marina, y peor que un dolor de muelas. La había avergonzado y atormentado, y todo Royal Oak sabía lo que opinaba de él.


La dura realidad la punzó como un dardo. No sería capaz de soportar el jolgorio y las burlas que provocaría su relación con el hombre que había convertido su adolescencia en un infierno.


Se vistió y bajó las escaleras. Oyó la voz de Marina en su pequeño despacho y la vio tras la mesa, hablando por teléfono. Paula suspiró con alivio al comprender que podría disfrutar de unos minutos a solas para ordenar sus pensamientos.


Al entrar en la cocina se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Pedro estaba sentado a la mesa, con el periódico abierto. Cuando alzó sus seductores ojos azules hacia ella, su corazón aleteó como una mariposa.


—Buenos días—dijo él con ternura.


—¿No trabajas hoy? —agarró una taza y se sirvió café. Al volverse, descubrió que él no había dejado de mirarla. Tuvo que agarrar la taza con las dos manos para disimular su temblor.


—Trabajo en una historia. Ayer cubrimos una persecución policíaca, de un coche robado. Me han asignado el reportaje.


—¿Qué ocurrió? —preguntó Paula. Al ver su rostro arrebolado, sintió curiosidad y se sentó.


—La policía decidió chocar contra el coche para detener al ladrón, y un oficial acabó en el hospital. Está grave.


—Espero que mejore.


—Por lo que he oído, se recuperará. Esta mañana voy a entrevistar a su compañero, para hacer un seguimiento del caso.


—Yo también voy a estar ocupada.


—No será en un documental, ¿no? —preguntó él con una sonrisa.


—No —rio Paula.


—¿Negocios o placer? —aunque lo dijo con tono despreocupado, su expresión no lo era.


—Tengo que llamar a mi socia. Odia trabajar sola. Tuve que negociar mucho para poder escaparme —bajó los ojos y estudió el fondo de su taza. Cualquier cosa era más segura que mirarlo.


Pedro dobló el periódico, lo colocó al borde de la mesa y estiró las piernas, colocando un píe junto al de ella. Paula dio un paso atrás, él uno adelante.


—¿Te gusta ese tipo de sociedad? —se echó hacia atrás y se puso las manos detrás de la cabeza.


—Al principio funcionaba, pero ahora... Creo que me gustaría que comprara mi parte para hacer lo que quiero. Expandirme, quizá —explicó, inquieta por estar contándole algo tan personal.


—Hacer lo que quieres ¿incluye añadir un sándwich triple a esos bocaditos de gorrión? —preguntó él, apoyando los codos en la mesa.


Los ojos de Paula se clavaron en sus labios seductores. Tragó saliva y se agarró al borde de la mesa para no lanzarse sobre él. ¡Para! Se oyó gritar en silencio, pero no supo si se lo decía a ella misma o a él.


—No —dijo con voz temblorosa. Se esforzó por recuperar el control—. Más bien me refiero a cenas pequeñas, para ocho o diez personas como máximo. Cenas servidas en casa del cliente.



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