domingo, 20 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 60




—Joaquin, ¿dónde estás? ¿Dónde está Barbara?


—He dicho que escuches, no que preguntes.


—La policía lo sabe todo. No puedes seguir con esto, tienes que entregarte.


—Lo único que sabe la policía es lo que les ha contado esa mentirosa del Catfish Shack.


—Entonces no le hagas ningún daño a Barbara. Llama a la policía y cuéntales la verdad.


—Eso sería mucho más fácil, si tú y tu amigo el detective, no estuvierais intentando endilgarme dos asesinatos.


—Le dijiste a Tamara que te llamabas Billy y la amenazaste.


—Sí, lo hice. Y ella misma se cavó su propia fosa, porque tiene la boca muy grande y yo sabía que antes o después terminaría hablando. Pero yo no he matado a nadie.


Paula no le creía, pero si se lo decía, lo único que conseguiría sería poner a Barbara en peligro.


—Nadie pretende cargarte nada, pero la policía necesita oír tu versión de los hechos.


—¡Oh, sí! Lo único que la policía quiere es saber la verdad y ayudar a tipos como yo.


—Lo harán si eres inocente.


—Nadie es inocente, Paula. Y menos la repugnante policía.


—¿Dónde está Barbara?


—Está conmigo.


—Déjame hablar con ella.


—Para eso te he llamado, cariño, para que hables con ella. Y habéis sido vosotros los que habéis empezado todo esto al ir a ver a mi padre.


—Nadie le ha dicho nada de esos dos asesinatos a tu padre, te lo juro.


—Pero él no es ningún estúpido.


—¿Qué quieres que le diga a Barbara?


—Que sabes que la policía está intentando endilgarme los dos asesinatos, porque esa estúpida del Catfish Shack dijo que yo había salido con Sally Martin. Dile a Barbara que se escape conmigo. Y será mejor que la convenzas. Porque si no, la mataré. Pero no perderé el tiempo buscando un parque en el que rebanarle el cuello. Le meteré tantos tiros que terminará pareciendo un queso holandés.


—Huye tú, Joaquin, pero no te lleves a Barbara contigo. Tendrás más oportunidades de escapar si lo haces solo.


—Pero seré mucho más pobre.


—Así que en realidad no estás enamorado de ella, sino de su dinero.


—Paula, eres una mujer muy inteligente. Sigue así. Y convéncela de que se venga conmigo. Si me causa problemas, la mataré.


—Pónmela al teléfono, Joaquin.


—De acuerdo. No cuelgues.


Tenía que haber alguna forma de manejar la situación, de hacerle saber a Barbara lo que estaba ocurriendo y al mismo tiempo mantenerla a salvo. Pero Paula sólo era capaz de pensar en Sally y en Rudy.


—Hola, Paula.


Paula exhaló lentamente, intentando dominar el pánico y pensar algo que decir.


—¿Estás bien?


—No, estoy asustada. Me gustaría irme a casa, pero Joaquin me suplica que me vaya con él.


—¿Adónde?


—No lo sé. Nos iremos en avión, fuera del país. Me ha dicho que dos policías han ido a buscarlo y cree que quieren acusarlo de la muerte de esas dos mujeres de Prentice. Él no lo hizo, Paula, lo sé, pero teme que la policía no le crea.


—¿Y el padre de Joaquin que cree que debería hacer?


—Entregarse. Yo también lo creo, pero tiene miedo de que lo condenen injustamente, porque ha sido detenido en alguna ocasión por consumo de drogas. Yo le he dicho que puedo pagarle el mejor de los abogados, pero está asustado, Paula. Y no sé qué hacer.


Paula sabía que si Barbara se montaba con Joaquin en un avión, no volvería a verla jamás. 


Joaquin encontraría la manera de hacerle transferir toda su herencia a su nombre y después la mataría. Pero si intentaba dejarlo en aquel momento, la mataría mucho antes.


Ojalá estuviera Pedro allí. Él sabría qué hacer.


—Creo que Joaquin tiene razón. Vete con él, Barbara, pero dudo que podáis encontrar algún vuelo esta noche. Es muy tarde.


—Ya lo hemos encontrado, pero es…


—¿Pensáis salir esta noche?


—No, no, me he equivocado. Esta noche no hay ningún vuelo. Eh… No vamos a dejar el país.


Estaba mintiendo. Joaquin debía haberle dicho algo para que cambiara su versión.


—Tengo que irme Paula, pero gracias. Sabía que podía contar contigo.


—Ten cuidado, Barbara. Y sigue en contacto conmigo.


—Lo haré.


Y eso fue todo. Paula marcó el número de Pedro, rezando para que descolgara cuanto antes el teléfono.


Pedro contestó al segundo timbrazo.




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