viernes, 4 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 5




A las doce de la mañana, Paula permanecía junto a otra docena de periodistas en la sala de prensa de las oficinas del alcalde, Henry Glaxton. La sala estaba llena de periodistas, pero en cuanto apareció el alcalde tras el atril y se colocó el micrófono, se hizo un silencio total.


El alcalde saludó al grupo con su arrastrado acento sureño, expresó sus condolencias a la familia de la víctima, que había sido identificada como Sally Martin, y les advirtió a los ciudadanos de Prentice que fueran prudentes hasta que la persona que había cometido el crimen hubiera sido arrestada. Una tarea que aseguró, se había convertido en la máxima prioridad.


El jefe de policía tomó después el micrófono. Su explicación del crimen fue breve. Sally, que trabajaba de camarera en el Catfish Shack, había sido vista con vida por última vez a las diez y media de la noche, cuando había salido del trabajo. Habían encontrado su coche en el aparcamiento del complejo de apartamentos en el que vivía. Tras aquella explicación, cedió la palabra a Pedro Alfonso, el detective que estaba a cargo de la investigación.


—Eso quiere decir que no nos enteraremos de nada —le comentó a Paula, el periodista que estaba a su lado—. Alfonso considera a los periodistas como unos parásitos cuya única misión es atormentarlo.


Aun así, en cuanto Pedro apareció se levantaron un montón de manos. Pedro había cambiado los vaqueros y la camiseta negra por unos pantalones grises y una camisa azul claro. Iba perfectamente arreglado.


Pedro miró hacia el público y sintió una irritante sequedad en la garganta. Para él, las ruedas de prensa eran una pérdida de tiempo y una molestia absurda. En aquel momento debería estar intentando localizar al asesino, y no tratando de apaciguar a un puñado de periodistas incompetentes.


—¿Cree que ha sido un crimen pasional?


—Yo no les pongo etiquetas a los crímenes, eso se lo dejo a ustedes.


—¿Y cree que el asesino conocía a la víctima?


—Es posible.


—¿El crimen puede estar relacionado con algún tipo de culto diabólico?


—No tenemos ningún dato que lo indique.


—En ese caso, ¿qué explicación le dan a la equis que aparecía en el pecho de la víctima?


—No quiero precipitarme a sacar conclusiones.


—¿Pero cree que ha podido ser una especie de asesinato ritual?


—Todo es posible.


¿Cuántas veces tendría que repetir aquella frase hasta que la rueda de prensa hubiera terminado?


—¿Cree que el asesino volverá a matar?


No era una pregunta que quisiera que le formularan. Y tampoco conocía la respuesta. El asesino era como una bomba de relojería andando. Pero si Pedro lo decía, sumiría a la ciudad en una oleada de pánico y al alcalde le daría un infarto.


—Creo que los ciudadanos deberían estar alerta hasta que el asesino esté entre rejas.


Miró el reloj. Cinco minutos más y daría por terminada su intervención. Cinco minutos durante los que el asesino continuaba siendo un hombre libre.



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