miércoles, 16 de enero de 2019
AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 46
Paula entró en el restaurante del club de campo de Prentice diez minutos después de las doce.
Había un grupo de unas doce mujeres reunidas en tres mesas, la mayor parte de ellas mayores. Paula conocía a algunas de ellas por los artículos que había escrito cuando se ocupaba de la sección de sociedad. Una vida que apenas podía recordar, aunque sólo habían pasado tres semanas desde entonces.
El resto de los clientes estaba formado por mujeres vestidas para jugar al tenis, hombres equipados con los pantalones y el polo de golf y varios ejecutivos.
No era la clase de ambiente estirado que uno se encontraba en los clubs exclusivos de las grandes ciudades, pero no podía encontrarse nada más elegante en la Georgia rural. Barbara encajaba como un guante en aquel ambiente, pero Paula no se sentía cómoda en absoluto, aunque su amiga nunca lo notara.
—¿Más champán? ¿Es que hoy también hay algo que celebrar?
—Posiblemente. ¿Qué tal te ha ido con Juan?
—Bueno, después de considerar cuidadosamente este asunto —dijo, imitando el tono de Juan—, y después de haber hablado con el jefe de policía y de haber recibido en el último momento una llamada de Pedro Alfonso…
Barbara imitó el retumbar de los tambores golpeando la cuchara contra la servilleta.
Paula soltó una carcajada.
—Juan se ha mostrado de acuerdo en que ese artículo lo ha exagerado todo de forma desmesurada, y como estoy haciendo un buen trabajo, no tiene ningún motivo para despedirme.
—¿Un buen trabajo? Estás haciendo un trabajo excelente. Esta mañana he tenido a todos mis amigos llamando al periódico para suscribirse, diciendo que querían leer los reportajes de Paula Chaves.
—Eso explica todas las llamadas que ha recibido el periódico. ¿Pero eso significa que ninguno de tus amigos leía antes el Prentice Times?
—La verdad es que no mucho. Pertenecemos a la generación de Internet. Los periódicos son demasiado lentos. Pero hemos conseguido que conserves tu puesto. Por eso he pedido el champán —Barbara le hizo un gesto al camarero, que se acercó para llenarles las copas. Brindaron—. Por tu trabajo.
—Y porque voy a poder seguir pagando mis cuentas.
—Y ahora tengo que darte una buena noticia… —dijo Barbara.
—Habéis retrasado la boda.
—¡Muérdete esa lengua! Esto es un secreto, así que no se te ocurra decirle a nadie una sola palabra. Por lo menos hasta que todo haya pasado.
—No diré nada. ¿Qué vas a hacer?
—Joaquin y yo nos vamos a fugar.
—¿Cuándo?
—No puedo decírtelo, pero será pronto.
—¡Pero si ayer mismo estabas planeando una gran boda…! Me dijiste que yo iba a ser la dama de honor.
—Lo sé, pero no podemos esperar.
—Oh, Barbara, sé que te has encaprichado con Joaquin, pero todo está yendo demasiado rápido. ¿Cómo puedes estar segura de que es amor lo que sientes, o que Joaquin esta siendo sincero contigo?
—Cuando te enamores, lo comprenderás. Alégrate por mí, Paula.
Paula quería alegrarse. Lo deseaba sinceramente, pero no era capaz de deshacerse del terrible presentimiento que parecía enconarse en la boca de su estómago. Quizá fuera por los asesinatos, y por Tamara, y por todas esas cosas terribles a las que tenía que enfrentarse día tras día, pero la asustaba que Barbara se hubiera enamorado tan intensamente de un hombre al que apenas conocía.
Pero había dicho todo lo que podía. Cuando terminó el almuerzo, salió rápidamente de allí.
No podía seguir fingiendo entusiasmo y la verdad era que tenía mucho trabajo que hacer.
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