jueves, 3 de enero de 2019
AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 2
Seis meses después…
Paula Chaves giró bruscamente hacia el primer hueco que vio en el aparcamiento, pasando por delante de la furgoneta de la televisión local y de dos coches de policía. Agarró la cámara, salió de detrás del volante, y tras cerrar el coche de un portazo, corrió a través de una zona cubierta de hierba. Gran error, decidió cuando los tacones se hundieron en el barro.
Se quitó los pendientes y los guardó en el bolso antes de llegar hasta el policía que estaba de guardia en la puerta. Desgraciadamente, no podía hacer lo mismo con aquel ceñido vestido rojo y con los zapatos. Un conjunto perfecto para la fiesta de cumpleaños de Barbara Simpson, pero completamente fuera de lugar en aquel parque.
—Paula Chaves, del Prentice Times —se presentó, al tiempo que mostraba su carné de periodista.
El policía iluminó el carné con la linterna y la recorrió de pies a cabeza con la mirada, dejando que sus ojos se detuvieran más de lo necesario en el escote.
—Si yo fuera usted, volvería a la fiesta. A menos que tenga un estómago fuerte.
—¿Qué ha pasado?
—Alguien ha debido sufrir el influjo de la luna llena. Ha matado a una joven cortándole el cuello.
—¿El influjo de la luna llena?
—Sí, así es como lo llamo yo. Algo relacionado con la luna y la sangre que pone a los locos al límite.
Paula se estremeció y deseó poder regresar a la fiesta, pero no podía pasar por alto la oportunidad de escribir sobre una verdadera noticia. Había tenido que trabajar muy duramente para llegar hasta allí, y escribir sobre un asesino, tenía que ser mucho más desafiante que cubrir el incesante número de reuniones de las damas auxiliares. Pero por supuesto, tampoco esperaba tener que enfrentarse a una carnicería durante su primera semana en aquel puesto.
Escrutó la zona con la mirada. No había ninguna señal del fotógrafo con el que había quedado en encontrarse. Era una suerte que llevara siempre la cámara en el coche.
—Echa a esa gente inmediatamente de aquí. Puedes empezar con esa tipa de los zancos.
Paula se volvió para ver quién estaba ladrando aquellas órdenes. Se trataba de un hombre alto y musculoso, vestido con unos vaqueros viejos y una camiseta negra.
—Soy periodista del Prentice Times y tengo derecho a estar aquí.
—Se equivoca. Estamos en el escenario de un crimen. No tiene ningún derecho.
Pasó por delante de ella a grandes zancadas y se dirigió hacia el lugar en el que estaba rodando la cámara.
—Cerdo repugnante… —musitó Paula para sí, pero al parecer, no suficientemente bajo como para impedir que alguien la oyera.
Otro policía se acercó a su lado.
—No le haga caso a Pedro. Siempre es así.
—¿Bruto y desconsiderado?
—No tiene que tomárselo como algo personal. No soporta a los periodistas.
Las cosas se estaban poniendo mal. Los cámaras de televisión se marchaban. Pero ella tenía que conseguir algo que contar. En aquel momento, se acercó alguien al policía y ella aprovechó para escapar y correr hacia el lugar en el que se había producido el asesinato.
El policía le gritó que volviera, pero Paula lo ignoró, esperando que aquello no fuera motivo de arresto. A los pocos metros, pudo ver el cadáver. Era el cuerpo de una mujer desnuda, tumbada de espaldas. Le habían abierto el cuello y le habían pintado con sangre una equis en el pecho.
Paula dio media vuelta, asaltada por un ataque de náuseas. Alguien le dijo que se marchara de allí y en aquella ocasión obedeció. Se acercó hasta los arbustos más cercanos y vomitó todo lo que tenía en el estómago. Cuando terminó, descubrió que el policía que había intentando impedir que se acercara estaba tras ella.
—Debo de haber comido algo que me ha sentado mal —comentó.
—Sí. Yo he dicho prácticamente lo mismo cuando he visto el cadáver. ¿Está usted bien?
—Lo estaré dentro de un minuto. ¿Qué se sabe sobre la muerte de esa mujer?
—Todavía nada.
—¿Quién ha encontrado el cadáver?
—Todavía no estamos seguros, pero quien quiera que haya sido, ha llamado también a la televisión. La televisión ha llegado antes que la policía, por eso está Pedro tan enfadado. Probablemente éste sea el crimen más brutal que se ha cometido nunca en Prentice.
—¿Está él a cargo de la investigación?
—Es el jefe de homicidios.
—¿Cómo se apellida?
—Alfonso.
Detective Pedro Alfonso. El nombre le resultaba familiar, pero estaba segura de que no lo había visto antes. No era un hombre fácil de olvidar.
Era más intimidante que atractivo, pero sus facciones duras y su cuerpo musculoso eran más que suficientes para que una mujer se fijara en él.
—Odio tener que echarla de aquí —dijo el policía—, pero Pedro ha ordenado que despejemos la zona de periodistas.
Sí, especialmente de «tipas sobre zancos». Paula asintió y comenzó a dirigirse hacia la puerta del parque. Pero en el último minuto, cuando se dio cuenta de que nadie la veía, tomó aire para intentar dominar sus nervios, se acercó al cadáver y comenzó a fotografiarlo.
El detective Pedro Alfonso apareció de pronto y colocó la mano frente al objetivo.
—Espero que tenga una buena razón para continuar aquí.
—Voy a escribir un artículo para la edición del periódico local de mañana y tengo un par de preguntas que hacerle.
—¡Oh, claro! En ese caso nos olvidaremos del asesino e intentaremos ayudarla con su artículo.
—¿Tienen algún sospechoso? —preguntó Paula, ignorando su sarcasmo.
—¡Eh, Alfonso! —lo llamó alguien—. Acércate a ver esto.
—Ahora mismo voy —Pedro se volvió de nuevo hacia ella—. No tengo ningún sospechoso, ni ningún móvil, ni siquiera hemos identificado a la víctima y me importa un bledo lo que pueda escribir en su artículo. Lo único que me importa es que han asesinado a una mujer, así que ya puede apartarse de mi camino. Me gustaría descubrir al culpable de esta sangría.
—Al público le preocuparía que…
El policía dio media vuelta y se alejó caminando como si Paula fuera una mosca latosa. Pero por lo menos le había dicho lo que Paula necesitaba saber. No había pistas y todavía no habían identificado a la víctima. No era mucho, pero al menos podría aparecer en portada, especialmente si había salido bien alguna de las fotografías.
No cabía duda de que aquel macabro asesinato iba a dejar huella en los tranquilos habitantes de Prentice durante mucho, mucho tiempo. Quizá para siempre. Tendría que llamar a su jefe en cuanto llegara al coche para decirle que tenía una noticia para la portada.
El Prentice Times era un pequeño periódico local y Juan Rhodes, director y redactor jefe al mismo tiempo, quería controlar hasta la última palabra antes de que se imprimiera un ejemplar.
Por lo que se comentaba en el mundo del periodismo, en aquel momento Paula debería estar experimentando una fuerte subida de adrenalina. Pero lo único que sentía era el estómago revuelto y un terror que parecía llegarle hasta al alma.
Escribiría el artículo, y al día siguiente, todos los padres de la ciudad sentirían un nudo en el estómago cuando lo leyeran. Y aquellos con hijas en paradero desconocido se volverían locos de preocupación.
Pero aquella era la profesión que había elegido. O más exactamente, la profesión que la había elegido a ella.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario