miércoles, 12 de diciembre de 2018
EL ANILLO: CAPITULO 7
—O llegamos hoy a un acuerdo con la señora Fuller o abandonamos el proyecto. Tengo una docena esperando, así que en algún momento voy a tener que valorar qué le interesa más a la compañía —comentó Pedro a Paula mientras esperaban en el impecable salón de la acaudalada señora Fuller.
Llevaban veinte minutos esperando y su anfitriona no se había dignado a aparecer.
—Tienes razón. Está haciéndote perder el tiempo. Es una grosera —dijo Paula, que trataba de convencerse de que no tenía nada de malo sentir el impulso de proteger a su jefe.
En ese momento se abrió la puerta corredera y entró una sirvienta con el té. Rose Fuller la seguía.
—Gracias, Lilly. Puedes servir el té y marcharte —dijo, haciendo un ademán con su delgada mano hacia la criada antes de volverse a sus invitados—. Veo que ha traído una ayudante, señor Alfonso.
Por cómo lo dijo, sólo le faltó haber añadido: «insignificante».
—Señora Fuller, le presento a mi diseñadora gráfica, Paula Chaves. Estábamos a punto de marcharnos, pero ya que finalmente ha venido, veremos qué podemos hacer en el poco tiempo que nos queda disponible —dijo Pedro con el grado perfecto de frialdad.
Se puso en pie para estrechar la mano de la mujer y se echó a un lado para dejar paso a Paula.
—Paula, te presento a la señora Rose Fuller.
El rostro y el nombre, que le habían resultado familiares, se concretaron cuando Paula recibió una estudiada sonrisa acompañada de una mano que estrechaba la suya blandamente.
«Casada con un político. Muy ambiciosa. Los medios de comunicación se han hecho eco de su ascenso social».
—Me alegro de conocerla, señora Fuller. He estado estudiando el proyecto que Pedro ha diseñado para usted —Paula sacaba a la señora Fuller una cabeza. En la coqueta sala, mientras la doncella servía el té en unas traslúcidas tazas de porcelana, Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sentirse como una gigante, y en consecuencia, como la antítesis de la femineidad, a pesar de que ser alta y no ser femenina, por mucho que su madre hubiera insistido en lo contrario, no tenían por qué ser sinónimos—. Debe de estar encantada de contar con Pedro. Es el mejor paisajista de la ciudad.
—Ya sé que el señor Alfonso tiene una buena reputación, aunque es muy esquivo cuando intento verlo fuera de su horario de trabajo.
—Lamento no haber aceptado su invitación a cenar, señora Fuller —dijo Pedro con una sonrisa forzada—. Leí la crónica al día siguiente en el periódico.
—Sí, fue todo un éxito —dijo la señora Fuller, entusiasmada. Luego retomó el tema del jardín—. Temo no poder tomar una decisión sobre los proyectos que me ha presentado. Mi marido es muy exigente y quiere que la casa sea un reflejo de nuestro estilo de vida y que sirva a sus necesidades profesionales y sociales —hizo un gesto para indicar que tomaran asiento y esperó a que la doncella sirviera el té y repartiera las tazas.
—Es muy comprensible —Paula se volvió hacia la vista que se contemplaba a través de la puerta de cristal que daba al jardín.
La casa estaba en un alto y el terreno descendía en una suave pendiente hacia la costa de Sidney. Aquella vista, una vez se llevara a cabo el proyecto, sería perfecta para el cuadro… si es que conseguían que la señora Fuller tomara una decisión.
—Señora Fuller, usted ya ha dejado claro lo que quiere. Ahora ha llegado el momento de que confíe en que nosotros podemos llevarlo a cabo —Pedro dejó la taza de té en la mesa sin probarlo, y apretó los puños sobre los muslos.
Paula decidió intervenir.
—Por otro lado, señora Fuller, puede usted ser una de nuestros primeros clientes en contar con una novedad: la entrega de una obra de arte a la conclusión del proyecto. Pienso que su casa se merece un lienzo de dos metros por uno. Pero si usted no puede decidirse, tendremos que atender a otros clientes. Tiene que comprender que mi jefe está muy solicitado, y que mis obras, con las que he ganado numerosos premios, son muy apreciadas.
—Me parece un cuadro muy grande… No sabía que… ¿Qué premios ha ganado? —preguntó la mujer con un súbito interés.
Paula, sólo porque quería que Pedro consiguiera el trabajo, le proporcionó detalles de su prestigioso currículo.
—Ahora recuerdo… —la señora Fuller irguió la espalda aún más—. ¿Así que usted es esa Paula Chaves? Uno de los cuadros era un paisaje…
—Sí. El paisaje es uno de mis temas favoritos —Paula, consciente de que estaba ganando terreno, siguió presionando—. A estas alturas, tenemos una idea muy clara de lo que necesita, señora Fuller. Ha repasado todos los detalles con mi jefe, y él los ha comentado conmigo en profundidad. Ha llegado el momento de que se desentienda de un asunto tan tedioso para poder dedicarse a sus muchas obligaciones: su marido, sus compromisos sociales…
Paula creyó oír a Pedro carraspear para ocultar una risa sarcástica, pero al volverse a él, vio que mantenía un gesto impasible.
—Para nosotros sería un placer liberarla del peso de seguir tomando decisiones —intervino Pedro con extrema amabilidad—. Sólo tiene que olvidarse y esperar a disfrutar de su jardín una vez esté acabado. Personalmente, sigo pensando que el proyecto inicial es el que más se adecúa a sus necesidades.
Charlaron, o mejor, Pedro continuó hablando en tono confiado y firme mientras la señora Fuller intentaba, ocasionalmente, señalar detalles con los que no llegaba a estar de acuerdo, pero respecto a los que Paula no tardaba en convencerla. Mientras tanto, Paula bebía té.
Finalmente, después de haber repasado el proyecto de principio a fin, Pedro se inclinó hacia adelante en su asiento.
—Bien, señora Fuller, ahora la decisión es suya: ¿tenemos un plan de trabajo que nos satisfaga a ambos, o lo olvidamos todo y cortamos nuestra relación en este momento?
—Quiero que lleve a cabo el proyecto tal y como lo diseñó originalmente y que me hagan un cuadro —la señora Fuller dejó la taza en el plato—. No entiendo por qué no me explicó todo esto en nuestra primera cita.
Se produjo un breve pero tenso silencio.
Paula no fue consciente de que se movía hasta que se dio cuenta de que estaba de pie. Pedro le susurró al oído:
—Recuerda que el cliente siempre tiene razón —se había puesto en pie a la vez que ella y le había susurrado mientras sonreía a la señora Fuller.
Paula se mordió la lengua y contuvo las palabras que habían estado a punto de escapar de su boca, acusando a la señora Fuller de maleducada. Pero se dio cuenta de que era absurdo pretender educarla. Bastaba con que Pedro hubiera alcanzado su objetivo.
Tras despedirse de su anfitriona, dejaron la casa. Pedro abrió la puerta de la furgoneta para Paula y luego se sentó tras el volante.
—Tienes unas habilidades sociales extraordinarias, Paula —dijo con una sonrisa que hizo brillar sus ojos—. Has sido de gran ayuda.
—No he tenido que hacer nada. La señora Fuller tenía que haberse dado cuenta desde el principio de que el proyecto es magnífico —Paula quitó importancia a su papel al tiempo que intentaba hacer lo mismo con su enfado—. Pero al final ha salido bien, y estoy segura de que a pesar de las dificultades iniciales, la señora Fuller acabará diciendo maravillas del trabajo y poniéndote por las nubes —aun a su pesar, no pudo evitar añadir—: Me ha parecido una grosería lo poco que valora tu tiempo y su insinuación de que tú eres el culpable de que llevéis semanas dándole vueltas al proyecto.
Pedro rió.
—Ya me he dado cuenta, y agradezco que te preocupes por mí —arrancó el coche—. Has sido muy diplomática con la señora Fuller. Con esa habilidad serías capaz de doblegar a toda la gente que acude cada año a los Premios de Paisajismo.
—Tú no sueles faltar —las palabras escaparon de la boca de Paula irreflexivamente—. Bueno, supongo que acudes a los actos que te da la gana…
—Y protejo mi privacidad el resto del tiempo —dijo él en tono firme.
—Los premios Deltran de paisajismo son muy prestigiosos.
—Sí, y este año estoy nominado a uno de ellos —Pedro la miró de soslayo—. Me gustaría que acudieras conmigo a la ceremonia. Así podría presentarte como el nuevo fichaje de la compañía.
—Iré encantada —Paula contestó espontáneamente.
Tenía que reconocer que la idea de pasar una tarde con Pedro le resultaba peligrosamente atractiva, y sabía que no debía tener ese tipo de sentimientos.
—Pues apúntalo como una cita —en cuanto Pedro pronunció aquellas palabras, frunció el ceño y tamborileó con los dedos sobre el volante—… de tipo profesional, claro está. Creo que es un acontecimiento que la compañía no debe perderse.
Y por eso convenía que ella acudiera con su jefe.
—Quizá debía enfocar de la misma manera una cena a la que mi madre me ha obligado a acudir —dijo Paula aprovechando la leve similitud en las circunstancias para cambiar de tema—. Debería cubrirme las espaldas y llevar un acompañante.
—Por lo que dices, acudes por obligación —comentó él en tono de sorpresa.
Era evidente que mantenía una buena relación con sus hermanos. Todo lo contrario a ella, que formaba parte de una familia que la consideraba «rara» y «distinta» a los demás. Y eso que la familia de Pedro sí que era peculiar.
—Bueno…, aunque vaya por obligación puede que acabe divirtiéndome —dijo con escepticismo.
Pedro aparcó delante de la oficina y se volvió hacia Paula.
—Hagamos un trato: tú me acompañas a la celebración de los premios y yo te acompaño a la cena. ¿Cuándo es?
Paula creyó haber oído mal.
—Gra-gracias. Será un honor —balbuceó los detalles del encuentro mientras bajaban de la furgoneta y entraban en el edificio.
Pedro pareció tensarse y Paula temió que se hubiera arrepentido de la oferta.
—Si no puedes…
—Será una buena oportunidad para conocer a tu familia —Pedro tomó el correo de encima de su escritorio y lo ojeó—. Tengo la intención de que trabajes para nosotros mucho tiempo, así que lo lógico es que conozca a tu familia.
—Claro que sí. Será estupendo.
Y lo era. Maravilloso, y práctico, y además, no tenía por qué significar nada. Ya era bastante que fuera a disfrutar de la compañía de su jefe y de que éste conociera a su familia. No tenía por qué pensar en segundas intenciones.
«Puede ser la oportunidad de que mis hermanas y mis padres vean que tengo un trabajo serio y no un capricho artístico, como dijo mi madre cuando le anuncié que había conseguido el trabajo».
Y además, comprobarían que lo hacía bien.
Habían pasado pocos días, pero Pedro parecía satisfecho con su trabajo. Había llegado el momento de que su familia comprendiera que era capaz de tomar decisiones acertadas y de que podía tener éxito.
En cuanto a las dificultades que estaba encontrando para ignorar a Pedro como hombre… Tendría que conseguirlo.
Tras despedirse, fue a su despacho para seguir trabajando.
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