lunes, 29 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 24



Abandonar Europa era la única solución. 


Pensaba gastarse sus últimos ahorros en el billete de vuelta. Kostas no se molestaría en perseguirla hasta California.


Pero de repente descubrió que no quería marcharse sin haber profundizado su relación con Pedro. Ese pensamiento la aterraba tanto como que le pusieran una pistola en la cabeza.


Sacó una maleta y empezó a llenarla. Sabía que necesitaba conectarse a internet y comprar un billete, pero estaba tan nerviosa que era incapaz de sentarse tranquilamente ante el ordenador.


Dio un respingo cuando oyó que llamaban a la puerta.


—Paula, soy yo, Pedro. Abre.


Lo dejó pasar, procurando disimular su agitación. Como si no estuviera a punto de estallar en sollozos.


—¿Te encuentras bien?


Asintió con la cabeza y volvió a la cama para seguir haciendo la maleta.


—¿Qué estás haciendo? ¿En serio piensas abandonar el país?


—No voy a quedarme aquí para seguir tentando a mi suerte.


—Espera un momento —se interpuso entre la maleta y ella—. Quizá yo pueda ayudarte más de lo que crees.


—¿Cómo? ¿Acaso eres de la mafia y vas a darle una lección a ese tipo?


Pedro no sonrió: su expresión seria le provocó un escalofrío. Como si de pronto la hubiera asaltado la sensación de que realmente no era quien decía ser.


—Necesito contarte algo… que deberás mantener absolutamente en secreto.


—¿Qué? —Paula guardó un par de sandalias en la maleta—. ¿Vas a darme tu dirección personal de correo electrónico?


—Yo puedo protegerte de ese tipo.


—¿Cómo?


Se la quedó mirando durante un buen rato, en silencio.


—En realidad no soy un simple guardia de seguridad de la embajada —le confesó al fin—. Soy un agente de la CÍA infiltrado. Me llamo Pedro Alfonso.


Por una parte, quería creerlo. Por otra, en cambio, estaba segura de que era mentira.


—Ya, y yo soy una espía rusa. Somos los protagonistas de una mala película sobre la Guerra Fría.


—Paula estoy hablando en serio. He trabajado de agente secreto durante la mayor parte de mi vida adulta. Rara vez revelo a alguien mi verdadera identidad. Necesito que guardes un absoluto secreto sobre ello.


Estaba empezando a sospechar que no estaba bromeando.


—¿Me has estado espiando a mí?


Pedro bajó la mirada al suelo por un instante.


—Quizá un poco —sonrió, tímido.


—¿Qué? —de repente Paula se sintió como si estuviera en el auditorio de su instituto, durante la fiesta de graduación… completamente desnuda. Una pesadilla que había tenido a veces.


¿Qué podría saber él sobre ella? ¿El blog? 


«Dios mío, que no sepa lo del blog…»


—Tu nombre me saltó en una base de datos de terrorismo a causa de tu relación con Kostas, eso es todo.


—Pero… ¿cómo empezaste a fijarte en mí?


—Mirando las películas de nuestras cámaras de videovigilancia, en la embajada, vi que aparecías vigilando el edificio… o tal vez a Giovanni Lucci, el político.


Paula se ruborizó al recordar al tipo al que había estado siguiendo como si fuera una lunática. Y pensar que alguien la había visto haciendo eso… Humillante.


—¿Quién? —preguntó, esperando que no fuera el que ya estaba temiendo que era.


—El hombre al que parecías estar siguiendo. Alto, bien vestido, de treinta y tantos años.


«Oh», exclamó para sus adentros, y se quedó callada.


—¿Y bien?


—¿Qué? —intentó hacerse la despistada.


—¿Lo estuviste siguiendo?


—No sabía quién era. Debía de estar aburrida… o algo así.


—¿Te dedicaste a seguirlo porque te aburrías?


Evidentemente Pedro… no se creía aquello.


—Er, yo… sí, más o menos.


—Explícate, por favor.


—Me sentía atraída hacia él. Cada mañana desayunaba en el mismo café que yo y lo observaba mientras procuraba encontrar el coraje necesario para abordarlo. Pero me sentía como… rara.


—¿Rara?


—Normalmente soy muy confiada en lo que se refiere a los hombres. Pero después de mi experiencia con Kostas… fue como si me hubiera entrado miedo.


—¿Así que seguías a Lucci porque no te atrevías a abordarlo? ¿Porque te sentías tímida?


—Sí. Nunca me decidí a abordarlo. Luego apareciste tú y ya perdí todo interés —experimentó algo parecido a una náusea cuando de repente se dio cuenta—. Espera un momento… te acercaste a mí para sonsacarme información, ¿verdad?


—No exactamente.


—Explícate.


—Te vi, te encontré atractiva, yo estaba aburrido así que… decidí investigarte.


Paula cerró la maleta de golpe y corrió la cremallera.


—¿Siempre ligas así?


Pedro volvió a interponerse entre la maleta y ella.


—No te enfades tan pronto. Antes tienes que escucharme.


—Tienes treinta segundos.


—Puede que al principio mis motivaciones no fueran muy puras, pero durante este fin de semana me convencí de que tu vinculación con ese terrorista griego era puramente casual, una coincidencia. Y si he venido ahora es porque me siento atraído hacia ti y me preocupa que pueda pasarte algo.


Paula lo fulminó con la mirada. Su corazón deseaba creer en él, pero su cerebro le gritaba que sería una completa estúpida si lo hacía.


—Por favor, créeme. Es la verdad.


—¿Por qué me estás contando todo esto ahora?


—Porque, como te dije antes, puedo protegerte. Puedo llevarte a una casa de seguridad o ayudarte a esconderte hasta que Kostas sea capturado.


—Debería volverme a los Estados Unidos y ahorrar un montón de problemas a todo el mundo.


Pedro cerró la distancia que los separaba y la abrazó.


—No quiero que te vayas —susurró contra su cabello.


—¿Por qué?


—Me gusta estar contigo. Creo que compartimos una conexión muy especial. Algo que no ocurre todos los días.


Paula sintió un nudo de emoción en la garganta. 


Detestaba sentirse tan conmovida por una estupidez semejante… ¡Una conexión! Muy probablemente Pedro quería seguir teniendo sexo con ella de manera regular y punto. 


Conocía el truco. Ella era una especialista.


—Todo esto es demasiado… raro —se apartó—. ¿Esperas que me quede tan tranquila después de enterarme de que me has estado escuchando? ¿Qué más has averiguado sobre mí, husmeando en mis antecedentes?


—Nada. Estás completamente limpia.


Pedro no se sentía precisamente orgulloso de ser un mentiroso redomado, sobre todo con Paula. Estaba seguro de haber violado la regla de no-hacer-daño-al-prójimo de la que tanto hablaban los filósofos budistas.


Ansiaba poder contarle toda la verdad, y supuestamente habría podido hacerlo, pero si ella se hubiera enterado de que había leído su blog… entonces jamás habría podido convencerla de que se dejara proteger por él.


Ante todo tenía que pensar en la seguridad de Paula. Su mala conciencia no importaba.


—¿Has husmeado también en mi apartamento? ¿Has entrado en mi ordenador? ¿Has revisado los números de mi móvil?


—Sí, no y sí.


Arqueó las cejas, asombrada.


—¿Qué?


—Lo siento. Forma parte de mi trabajo, ya sabes.


—¿Por qué no has revisado mi ordenador?
—Estaba protegido por una contraseña y no he tenido tiempo de acceder. Para entonces, ya había comprobado que estabas limpia y no tenía ningún motivo para seguir investigándote.


—Esto es repugnante.


—Lo siento, pero para mí no es más que un trabajo —replicó. Demasiado tarde se dio cuenta de su error—. No he querido decir con eso que…


—Así que acostarte conmigo formaba parte de ese trabajo —intentó rodearlo y recoger su maleta, pero él se lo impidió.


—No. Nunca me he acostado con alguien para sonsacarle información, te lo juro.


—Hasta ahora.


Lo miraba como si estuviera cubierto de maloliente porquería. Y, metafóricamente al menos, así era.


—Me sentí atraído por ti desde el primer momento. Ésa fue la razón por la que me puse a flirtear y la razón por la que terminé acostándome contigo.


—¿Y si no hubieras sospechado de mí? ¿Te habrías acercado entonces?


Pedro sabía que no lo habría hecho. Pero ella no lo comprendería, así que decidió mentirle de nuevo:
—Sí.


Aunque no era del todo mentira. Si se hubiera tropezado con ella en un café o en un club, habría intentado llamar su atención.


Parecía más relajada, pero aun así le lanzó una mirada dubitativa. Luego miró su maleta.


—¿Dónde pensabas esconderme? —le preguntó tras un incómodo silencio.


—Conozco un lugar cerca del lago Como. Está aislado y en un paraje precioso. Podrías tomártelo como unas vacaciones.


—Voy a perder mis clases… —repuso, como resignada ante la idea.


—Quizá no. Si les explicas que…


—¿Que un terrorista griego antiguo amante mío pretende torturarme y matarme? Seguro que si se lo digo seguirán queriendo confiarme a sus hijos…


—Está bien, diles entonces que has tenido una emergencia personal y que tienes que ausentarte de la ciudad por un tiempo.


Se estaba mordiendo el labio, pero a cada momento parecía más convencida.


—Ese lugar del lago… ¿es caro? Porque mis ahorros están casi a cero y necesito apartar el dinero del billete, por si necesito volver de pronto a los Estados Unidos.


—No te preocupes por eso. No gastaremos nada. La casa pertenece a un amigo mío que sólo la usa unos pocos meses al año.


—¿Dónde está?


—En las afueras de Bellagio. Con vistas al lago, totalmente aislada de los vecinos. Nadie sabrá que estamos allí.


—Después de los últimos acontecimientos… tengo que reconocer que la perspectiva me atrae.


—Podemos salir mañana por la mañana. Esta noche puedes quedarte en mi casa —Pedro apenas podía dar crédito a su buena suerte—. Sólo déjame hacer antes unas llamadas: para alertar a la agencia sobre Kostas y para avisar a mi jefe de que estaré ausente por una temporada.


Paula y él a solas en una villa italiana.


Una verdadera bendición.


Dejando aparte el hecho, por supuesto, de que la estaba escondiendo de un terrorista…




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