miércoles, 17 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 41
Se levantaron y en silencio se vistieron. Ninguno pronunció palabra de camino a casa. Y cuando llegaron, Paula abrió la puerta, lo miró y le tendió la mano, enfrentándolo a su necesidad de estar solo, por un lado, y de disfrutar de la presencia de Paula, por otro. Ganó su amor por ella, al pensar Pedro que el tiempo del que disponían era finito. Los dos lo sabían.
Justo dentro de la casa, ella lo rodeó con los brazos. Dominado por una marejada de emociones, Pedro la abrazó y cerró los ojos, acariciándole la espalda desnuda. Subió la mano y le acarició la nuca y la oyó tragar saliva, comprendiendo que también ella sentía unas emociones descarnadas.
Le acarició la mejilla y, respirando hondo, le cubrió la boca con un beso suave, tratando de ofrecerle algo de consuelo. Por lo quieta que se quedó, supo que no esperaba eso y Pedro experimentó un toque de furia. Fue como si Paula esperara que la empujara y se marchara para estar solo.
Decidido a demostrarle que esa noche era especial para él, con tono imperativo le susurró sobre la boca:
—Ábrete a mí.
Ella cedió y Pedro adaptó la posición de la boca y profundizó el beso con minuciosa lentitud. Bebió de ella y disfrutó de su sabor. Paula volvió a contener el aliento, pero al final respondió y él enroscó los dedos en esas hebras sedosas de su cabello. Le masajeó la parte baja de la espalda y sintió que relajaba los músculos, como si acabara de liberar por completo la tensión que llevaba dentro.
Ella lo rodeó con un brazo e imitó su caricia, y Pedro soltó el aire contenido, con una debilidad eléctrica emanando de la parte inferior de su cuerpo. Paula lo repitió y él apretó más la mano que tenía en torno al cabello de ella, sintiendo que se ponía duro.
Finalmente, la tomó en brazos y subió por las escaleras hasta su dormitorio.
La tumbó en la cama, se quitó la ropa y luego la desnudó a ella. Se echó a su lado y la recuperó para sus brazos.
Le besó la oreja y trazó su forma con la punta de la lengua, antes de bajar a su cuello. La respiración de Paula se tornó irregular.
Encontró el pezón compacto y duro y lo frotó con el dedo pulgar.
Ella gritó y le tomó la mano, pegándosela contra el pecho hasta que Pedro pudo sentir el latir frenético bajo la palma. La asió por las caderas, rodó con ella y la situó debajo. Apoyando su peso en los codos, le enmarcó el rostro entre las manos y la besó con una pasión que hizo que su propio corazón se saltara algunos latidos. La deseaba locamente.
Flexionó las caderas y ella subió a su encuentro, contrajo los músculos alrededor de él y la mente de Pedro se nubló por el deseo. Lo más probable era que se fuera a la tumba sin haber llegado a saciar ese deseo.
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