viernes, 15 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 27




Pedro dio vueltas por la casa durante casi toda la tarde hasta que dejó de fingir que no había otro sitio donde prefería estar. Se dijo que sólo quería saber qué tal estaba Maca. Se montó en el coche y se puso a tararear una canción. Tardó un poco en reconocerla, pero se rió al darse cuenta de que era la canción de La bella y la bestia.


Eran las cinco de la tarde y Paula no se había apartado ni un segundo del lado de Macarena, aunque la niña no necesitaba tanta vigilancia. 


Estaba obsesionada con que pudiera pasarle cualquier cosa. Cuando le dijo a Pedro que le había salvado la vida, lo dijo en serio.


—¿Podemos cenar una pizza? —le preguntó Maca.


Paula sabía que no entraba en el presupuesto, pero estaba dispuesta a darle ese capricho.


—¿De pimiento y beicon?


—De pimiento y doble de queso —negoció su hija.


—De acuerdo… —concedió Paula.


Cuando a los treinta minutos sonó el timbre de la puerta, Paula la abrió con un billete de veinte dólares en la mano. Se encontró con Pedro, que estaba más apetecible que cualquier pizza de Chicago. Pedro esbozó una sonrisa que le alteró el pulso.


—No hace falta que me pagues. Es una visita desinteresada.


—¿Qué haces aquí? —le preguntó Paula, que casi ni podía contener la sonrisa.


—¡Pedro! —exclamó Macarena mientras se abalanzaba sobre él y le abrazaba por la cintura.


Pedro se alegró de no tener que contestar a la pregunta de Paula. Se agachó sin salir de su asombro por la efusividad de la niña, que solía ser muy reservada.


—Eh… Maca. ¿Qué tal estás?


Ella se encogió de hombros tranquilamente.


—Estoy bien.


—Casi me matas del susto y, ¿sólo estás bien?


Pedro le hizo unas cosquillas y se la acercó un poco.


—A mí me parece que estás mejor que bien.


—Te quiero, Pedro —declaró la niña solemnemente.


Las miradas de Pedro y Paula se encontraron. 


Ella tenía los ojos brillantes por las lágrimas. Pedro sabía que Macarena lo había dicho de corazón y el suyo le dio un vuelco.


—Yo también te quiero.


Pedro se dijo que las quería a todas. Durante los últimos seis años había evitado por todos los medios cualquier cosa que se pareciera remotamente a ese sentimiento, pero tenía que reconocer que se había enamorado, no de una mujer, sino de tres.


Habían comido pizza y habían visto unos vídeos que Pedro había alquilado en un videoclub. 


Cuando, por fin, las niñas se quedaron dormidas, Pedro y Paula las llevaron a su cuarto.


—Hay que ver… —comentó Paula con un suspiro—. Ayer estaba en el hospital y hoy consigue agotarme con su energía.


—Los niños son increíbles —corroboró Pedro.


—Desde luego.


—¿Te apetecen unas palomitas y otra película?


—A lo mejor me convences. ¿Qué película es?


—Vive y deja morir. Arlene me ha dicho que te encantan las películas de James Bond.


—Me la imagino…



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