martes, 18 de diciembre de 2018
EL ANILLO: CAPITULO 27
Paula se quedó sola, con el sobre todavía en la mano porque Pedro no se lo había quedado.
¿Qué estaba haciendo? ¿Tomarse un café mientras Pedro se vestía? ¿Iba a servir de algo que se cubriera?
Fue a la cocina y dejó el sobre en un banco.
Luego caminó hacia la puerta con piernas temblorosas, decidida a recuperar la estabilidad aunque para ello tuviera que marcharse antes de cometer alguna imprudencia que la delatara.
Salió al vestíbulo y se chocó contra Pedro, que había salido a la vez de su dormitorio.
Instintivamente, Paula levantó los brazos para protegerse y apoyó los antebrazos en su pecho, que Pedro llevaba cubierto con una camisa azul marino.
«Qué estupideces observas mientras dejas que tu mirada le diga lo que quieres ocultar».
—No sé cómo comportarme contigo. Se me da mejor actuar de amiga —dijo. Y las manos de Pedro se abrieron y cerraron como hacía automáticamente cuando se debatía entre tocarla o no tocarla, antes de que las cerrara alrededor de sus codos.
Podía haberla separado de sí en ese momento.
Quizá eso pretendía. Paula podía haber aprovechado para recuperar el equilibrio.
Pero los ojos de Pedro se oscurecieron y respiró agitadamente.
—Quiero…
—Toma lo que quieras —las palabras escaparon de la boca de Paula porque también era lo que ella deseaba—. Toma lo que los dos queremos, Pedro.
Su corazón habló por ella sin medir las consecuencias.
—¡Dios mío!, Paula, no puedo volver a contenerme. No puedo.
Cuando sus dedos se clavaron en sus codos, Paula se inclinó para cobijarse en sus brazos y dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando él la abrazó contra su pecho al tiempo que la besaba.
Paula llevaba días deseándolo, y el corazón le dolía ante la oportunidad de tenerlo. Ese dolor debía haberla advertido de lo que sufriría entregándose por amor cuando para él no se trataba más que deseo. Pero no sirvió de nada, porque no podía dar marcha atrás. Y rogó que Pedro tampoco pudiera.
Pedro la besó lenta y delicadamente al principio.
Acarició sus brazos de arriba abajo, le rodeó la cintura y la pegó a su cuerpo mientras seguía reclamando su boca. Su cuerpo se estremeció y por un instante, se quedó paralizado, con la frente apoyada en la de ella, respirando profundamente.
Ése era uno de los síntomas de su enfermedad, y Paula le masajeó la espalda, susurrando cuánto le gustaban sus caricias, hasta que Pedro se relajó y volvió a besarla una y otra vez.
Paula sabía que lo había hecho anteriormente con otras mujeres, pero prefirió no pensarlo, de la misma manera que no quería recordar las veces que ella había besado a otros hombres, esperando encontrar una conexión que nunca se producía.
Con Pedro, sin embargo, estaba ahí desde el principio. Al menos ella la sentía, y no quería pensar en lo que él pudiera sentir.
—Sabes lo que quieres y lo que puedes conseguir —murmuró ella.
Y al mirarla a los ojos, Pedro pareció sentir dudas que se borraron cuando pestañeó, a la misma velocidad que habían surgido.
Sin saber cómo, llegaron al sofá y Pedro descubrió que Paula estaba en sus brazos, que el corazón le latía con fuerza y que al respirar, sus pulmones se llenaban del aroma de Paula. Ocultó la nariz en su cuello y aspiró con fuerza para perderse en su olor. Ella dejó escapar un suave gemido y se asió a él con fuerza.
Pedro se aferró también a ella y las razones que le obligaban a evitar que sucediera lo que estaba sucediendo, se disolvieron como si nunca hubieran existido. ¿Tenía que racionalizar lo que pasaba, comprenderlo y definirlo? ¿No podía disfrutarlo sin más?
—Lo necesito, Paula. Una vez, si me das permiso.
Si era sólo una vez. Si los dos lo tenían claro…
La forma en que miró a Paula, hizo saber a ésta que estaba confuso y se sentía inseguro. Y sobre todo, que lo necesitaba. De haber dicho sólo que lo quería aunque no lo necesitara, quizá Paula habría adoptado otra actitud.
—Pues tengámoslo, Pedro.
Ni siquiera fue una decisión, sino una respuesta instintiva de su corazón al corazón de Pedro.
Aunque una parte de ella quisiera mucho más, ya estaba acostumbrada a recibir menos en la vida de lo que quería. Disfrutaría del instante, se entregaría a él, lo viviría intensamente. Y lo superaría.
Apartó de sí la parte de tristeza que sentía y se concentró en el hombre que tenía en sus brazos.
Quizá, si era muy afortunada y aunque fuera sólo por unos instantes, también poseería sus sentimientos.
Pedro la llevó al dormitorio. La necesidad que sentía de estar con ella superaba cualquier duda o inquietud. La abrazó junto a la cama y dejó que sus ojos y sus caricias expresaran todo aquello que encerraba en su interior.
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