jueves, 13 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 11




Cuando llegaron pidieron un par de copas. Paula observó a Pedro a través del espejo que había detrás de la barra, y vio la imagen que proyectaban juntos. Una cabeza morena y otra rubia. Un rostro de rasgos marcados y otro femenino. Le pareció que hacían una buena pareja y ese pensamiento le llevó a otros en los que sabía que no debía detenerse, ni tan siquiera admitir.


¿Qué querría Pedro?


«Nada que tú puedas ofrecerle, Paula. No lo olvides».


—Espero no haber perturbado tus planes por tener que venir a traerme las llaves —dijo ella, evitando mirarlo de frente—. Ya sé que no es asunto mío, pero sería terrible haber impedido que…


«Volvieras junto a tu ¿novia? ¿Amante?», pensó Paula, diciéndose que no debía prestar atención al hecho de que le resultara doloroso.


—¿Has venido con alguien? —preguntó en alto.
—No quiero interrumpir… —dijo él simultáneamente.


Ambos callaron y sus miradas se quedaron atrapadas en medio de un denso silencio cargado de curiosidad y duda.


—Espero no haber…


—No has interrumpido nada —replicó Paula. Y sintió que su corazón le golpeaba el pecho con fuerza.


Los dos desviaron la mirada para concentrarla en la copa que el camarero les entregó en ese momento. Cuando Pedro alzó la suya, parecía tenso.


—Esto…


—He estado pensado en el proyecto Doolan —comentó Paula, confiando en que hablar de trabajo los ayudara a olvidar la electricidad que se producía cada vez que sus miradas se encontraban en el espejo. No debía pensar en la calidez y en la atracción que desvelaban y que tantos esfuerzos hacían ambos por ocultar.


Una parte de ella ansiaba volver a percibir esas emociones aunque sabía que adentrarse en ese camino con Pedro sólo podía causarle dolor, sobre todo cuando podía predecir, por su experiencia con otros hombres, lo que sucedería con Pedro: su interés por ella se enfriaría antes o después. Paula había atisbado esa capacidad en él en el poco tiempo que se conocían.


«Así que céntrate en hablar de trabajo, Paula, y luego deja que se marche».


—Ya sé que la pareja está enfrentada por todo en su vida personal, pero se me ha ocurrido una idea para que los dos estén de acuerdo con el diseño del jardín.


—Adelante. Ya sabes que tus sugerencias me resultan muy valiosas.


El cambio de tema también pareció aliviar a Pedro, y Paula hizo lo posible por ignorar la leve punzada de dolor que le produjo el darse cuenta de ello. Después de todo, también ella quería moverse en terreno seguro.


—Si nos centramos en las pautas generales que nos ha proporcionado uno de los dos, el otro rechazará el resultado. Estaríamos dándoles un motivo más para discutir, y la compañía se encontraría en medio de un fuego cruzado.


Pedro bajó la mirada y sus pestañas proyectaron una sombra sobre sus mejillas. Algo en la vulnerabilidad de su expresión, enterneció a Paula. Quizá habría sido mejor que, como los Doolan, también ellos tuvieran más motivos para discutir que para comprenderse. Así no habría tenido aquella constante lucha consigo misma por dejar de pensar en Pedro como hombre. Por mucho que pudiera percibir que Pedro se sentía atraído por ella en alguna medida, era su jefe y, obviamente, hacía un esfuerzo consciente por reprimir ese impulso y comportarse como si, como mujer, le resultara indiferente. ¡Y ella tenía que dejar de analizar todo!


Pedro sonrió.


—Así que piensas que entre tú y yo podemos llegar a un término medio que les satisfaga a los dos.


Paula se irguió en su taburete.


—Sí. Tanto por el bien del proyecto como de la compañía. Sólo requiere que pongamos nuestras mentes a trabajar.


—Estoy completamente de acuerdo —dijo Pedro en un tono profesional que desmintió un vestigio de calidez en su mirada que Paula intentó ignorar.


Bebieron en silencio hasta que Paula comentó:
—En cuanto a tu pregunta de antes, he venido con Stacey, pero supongo que ella piensa ir luego a casa de Caleb —la pareja era una de sus «causas» personales, y había conseguido que volvieran a hablarse después de varios meses de enfado—. Yo me iré pronto. No quiero acostarme demasiado tarde.


Acabaron las copas y sin decir nada se pusieron en pie.


—Gracias por traerme las llaves.


—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó él pon una mirada precavida, como si se preparara para recibir una respuesta negativa.


Paula pensó que estaba imaginándose cosas. 


Cómo si a Pedro pudiera importarle que ella rechazara su oferta. Se trataba de un hombre rico, con talento, atractivo, que tenía el mundo a sus pies. «Y sin embargo, no es eso lo que ves en sus ojos cuando baja la guardia, ni lo que viste en las fotografías con sus hermanos».


Pero lo que Paula buscaba y lo que solía creer ver en los que la rodeaban eran asuntos de los que debía protegerse. Lo había aprendido de la incomodidad que representaba para su familia esa característica suya. Intentó dar una respuesta igualmente neutra.


—He dejado el coche en casa de Stacey. Tomaré un taxi.


—¿En qué barrio? —cuando Paula contestó, Pedro dijo—: Te llevo, me queda de camino. Es una tontería que gastes dinero en un taxi.


—Gracias. Me siento culpable de haberte robado tanto tiempo, cómo si no tuvieras cosas mejores que hacer que ir a buscar a tu diseñadora gráfica para darle las llaves de su casa.


—Eres una artista, y como tal, tienes derecho a olvidarte de las cosas ocasionalmente. Hay quien piensa que es incluso una obligación —habían llegado junto a los amigos de Paula, y Pedro esperó a que se despidiera.


Ya en la calle, la llevó enseguida al coche, subió y lo puso en marcha. Al principio no hablaron. 


En el silencio de la noche, el interior del vehículo resultaba íntimo… aislado del mundo exterior.


Paula hubiera hecho cualquier cosa por dejar de estar pendiente de Pedro, pero no lo conseguía. Cuando estuvieron cerca de la casa de su amiga, se giró hacia él y estudió su perfil en la penumbra.


—Has debido quedarte a trabajar hasta tarde.


—Sí. Quería… ponerme al día con algunos temas —dijo Pedro con una pequeña vacilación.


—Ahora estoy en deuda contigo, y mañana voy a tener que esforzarme el doble cuando te acompañe a la entrega de premios —bromeó ella, al tiempo que le indicaba cómo llegar a casa de Stacey.


Pedro aparcó el coche y apagó el motor. Se trataba de un barrio residencial y Paula había aparcado su coche bajo una farola.


—Sólo te pido que si surge la ocasión, hables de tu trabajo en la compañía —dijo él, bajando para abrirle la puerta y ayudarla a bajar—. Permite que te acompañe a tu coche.


Cuando llegaron, Paula tenía las llaves preparadas y se volvió para despedirse precipitadamente, pero al hacerlo, se golpeó la nariz contra el cuello de Pedro porque ambos se habían movido al mismo tiempo y de pronto, todos sus esfuerzos por ignorar la tensión sexual que había entre ellos se desbarataron porque era completamente imposible negar lo innegable.


Pedro olía tan bien. ¿Habría apretado su nariz contra él por una fracción de segundo? ¿Había girado él su cabeza hacia ella levemente, como si quisiera animarla?


Tras un profundo suspiro de cada uno de ellos, se separaron el uno del otro en un silencio prolongado durante el que se miraron y en el que Paula descubrió una incertidumbre en Pedro que no se correspondía con su carácter habitual.


—No debería hacer esto. Es un error —dijo él, expresando con palabras lo que ella había intuido.


Y Paula quiso saber más.


—Entonces, por qué…


—Puedo echar la culpa a las botas que llevas. Son tan buena excusa como cualquier otra —Pedro tomó a Paula por el brazo. Sus ojos brillaban con un fuego que se abrió paso entre la indecisión.


Paula sintió que el corazón se le paraba, y en su interior surgió una mezcla de anticipación y nerviosismo, de necesidad de lanzarse y de protegerse al tiempo que pensaba: «Va a besarme».


Precisamente lo que llevaba anhelando que sucediera aunque no había querido admitirlo. Si sucedía, ¿daría lugar a tantas complicaciones como las que podía atisbar?


Pero Pedro se mantuvo erguido, paralizado. Su cabeza sufrió un par de sacudidas hacia la derecha, y la magia se evaporó.


—Buenas noches —masculló él. Y dejando caer la mano, se alejó hacia su coche.



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