domingo, 18 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 48




«Qué estúpidos somos los humanos», pensó Melisa Sands retirándose a su camarote. «No sabemos apreciar lo que nos hace bien, ni despreciar lo que nos hace mal».


Ella se había agarrado a Dario hasta el final. Incluso después de que él renunciara a ella por unos míseros cincuenta mil dólares. Lo había amado con locura. Era guapo, viril, atrevido; un profesor de esquí que la había enseñado a volar sobre las pistas nevadas y que le había jurado amor eterno.


Había creído en él, lo hubiera acompañado al infierno sin pensar ni un momento en el maldito dinero. Aún recordaba la triste habitación del motel donde había esperado y esperado que él llegara. Hasta que apareció Pedro.


Pedro le había costado mucho esfuerzo convencerla de que no odiara a su padre. Dario era quien había huido como una comadreja al enterarse de que su padre la desheredaría si se casaban.


Horrible. Había tardado mucho tiempo en superarlo. Quizás no lo había superado todavía. 


No se fiaba de ningún hombre, no se atrevía a volver a enamorarse.


¡No debía pensar en eso! Debería pensar en Pedro.


¿Sabía Pedro lo que tenía? Esa mujer lo amaba de verdad. Había visto la sorpresa y la alegría de su cara cuando se enteró de que eran primos, no amantes. Pero, incluso antes de saberlo, su primera pregunta había sido: «¿Lo quieres?». Le importaba su felicidad ante todo. 


¡Era difícil encontrar un amor más puro que ése!


Aún así, algo iba mal. Paula no debería estar allí, sola, en una noche como ésa. Además, recordó sus palabras: «No dormimos en la misma habitación, por el bebé»


¡Menuda excusa! Algo iba terriblemente mal.


Quizás Pedro no la quería. Quizás no se había enterado de lo que se estaba perdiendo.


En cualquier caso, no había jurado que no lo iba a llamar. Descolgó el teléfono



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