miércoles, 10 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 18




Horas más tarde, tomaron un taxi de regreso al apartamento. Ella se quitó las sandalias y dejó el bolso y las llaves en la mesilla del recibidor. Fue a la cocina, abrió el grifo y sacó una botella de agua mineral.


—¿Quieres una?


Pedro estudió el hermoso loft mientras la seguía del recibidor al interior de la vivienda, donde todo era diáfano excepto dos dormitorios. Los pies descalzos se deslizaron por bambú en una cocina llena de electrodomésticos de acero inoxidable, armarios de madera y encimeras de granito.


Él asintió, ella le arrojó una botella y Pedro la atrapó con destreza.


Paula entró en el salón y se sentó en el sofá rojo, apretando un botón para abrir las persianas y revelar los edificios adyacentes y una parte del cielo.


—¿Te has divertido?


—Ha sido interesante.


—Y te has portado muy bien. Gracias por acompañarme.


—¿Así que éste es el loft que tienes que alquilar?


—Sí, ¿no es precioso? Dejé que la promesa del lucrativo contrato con Richard Lawrence me sedujera para comprarlo. Ya conoces el viejo dicho, no vendas la piel del oso antes de cazarlo.


—Desde luego, no te dan miedo los riesgos, Paula.


—No —entrechocaron las botellas—. Algunas personas me llamarían temeraria.


Él señaló la pared que había detrás de ella, con un collage de portadas de revistas. Muchas las reconoció de los tiempos en que había ganado el concurso nacional de belleza.


—Impresionante. Me parece demasiado personal para dejárselo a una inquilina.


—Estoy orgullosa de ellas —se encogió de hombros y lo miró a la boca—. Además, la nueva inquilina es editora de una revista de modas, no le importará. Las considerará obras de arte.


—He estado pensando en esto desde que te vi con Maggie Winterbourne. ¿Qué te parece si haces algo con mi tela?


—¿A qué te refieres?


—A mí me parece perfecto. Tú necesitas un trabajo y yo necesito alguien que la comercialice, y trabajando tú en el negocio de la moda, tienes contactos.


—No sé, Pedro. La semana próxima podría empezar a trabajar otra vez, en cuyo caso, ¿dónde te quedarías?


—En el mismo sitio en que estoy ahora.


Ella entrecerró los ojos.


—No me estarás ofreciendo caridad, ¿verdad?


—No. Estás en posición de ayudarme. Te nombraré presidenta ejecutiva, y contigo ocupándote de los detalles y siendo la cara de la empresa podría mantenerme por completo al margen.


—De modo que ésa es tu excusa para no comercializarlas en persona.


—No soy ingenuo. Esa tela es más apropiada para lencería y para ropa femenina que otra cosa. No quiero que se me asocie con esas prendas. Quiero mantener en secreto mi identidad —había decidido que mantener a Paula como mascarón de proa era una situación positiva. Podía hacer que su invento fuera útil sin estropear jamás su fachada de científico serio y, de paso, ayudarla a ella.


—¿Por qué querrías hacer algo así? Deberías estar orgulloso de tus logros.


—Aparte del hecho de que necesito proteger mi reputación como científico serio, estoy pendiente de un puesto fijo en mi cátedra. Preferiría que mi investigación en polímeros hablara por mí en vez de mi invento de una tela que se va a usar para fabricar lencería femenina.


—No me vendría mal un trabajo. ¿Estás seguro, Pedro? —se puso de pie.


—Sí. Por favor, hazlo por mí.


—Entonces, de acuerdo. Gracias por la oferta.


Él la imitó y cerró la distancia que había entre ambos. Podía percibir su dulce fragancia de mujer y del perfume que llevaba, combinación que agitó sus hormonas y destruyó su sentido común. Con el dedo índice, le alzó el mentón.


—No creo que pueda resistirme más tiempo, Paula.


—Podrías esforzarte un poco más. No quiero ser responsable de que vuelvas a resultar herido.


—Lo he intentado. Te deseo —afirmó Pedro.


—Yo también te deseo.


—Podría complicarse.


Ella apoyó los dedos sobre su boca.


—No hablemos de eso.


—¿Ni promesas ni problemas? —ofreció él.


—Ni ataduras tampoco. Podemos disfrutar el uno del otro mientras dure.


—No he podido dejar de pensar en ti.


Ella se mordió el labio inferior y cerró los ojos.


—Quizá no deberíamos.


—Sí, deberíamos.


—¿Crees que puedes persuadirme?


Le acarició la mejilla con los nudillos, y luego posó la palma.


—Soy un científico.


Ella se mostró desconcertada.


—¿Y eso qué tiene que ver con el sexo?


—Después de todo, los orgasmos no son más que una reacción biológica a la estimulación.



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