miércoles, 12 de septiembre de 2018
AÑOS ROBADOS: CAPITULO 4
Pedro salió de su despacho y fue hacia la sala de descanso del estudio. Paula Chaves ya debería estar en la sala de reuniones, pero quería comprarle un bote de Coca-Cola antes de verla. Se dio cuenta de que estaba sonriendo, que tenía ganas de volver a verla.
Tal vez podrían reírse con ese detalle. Cuando estudiaban, él solía comprarle un bote de refresco mientras ella le ayudaba con los ejercicios de latín.
Pedro se ahorró varias regañinas de su padre gracias al talento de Paula para conjugar el futuro perfecto. En aquel momento, había estado tan ocupado y cansado con los estudios y con su trabajo en el taller del señor Martin, que nunca se había detenido a pensar en el futuro ni a pensar en ella. Ahora, sin embargo, estaba
deseando ver a Paula, ver los cambios que el tiempo había hecho en ella. Seguro que ya no llevaba el pelo recogido en dos trenzas, pero sin duda su dulce sonrisa no se habría visto alterada.
Tras comprarle la Coca-cola, torció una esquina y se detuvo. Le entró calor. La mujer que tenía de espaldas a él mientras leía un póster de promoción de Entre nosotras tenía un trasero digno de admirar, tan perfectamente recogido por esa falda negra. Y esas piernas largas enfundadas en unas botas decían que era una mujer sexy, pero también una que podría darle una patada en el trasero a cualquier hombre que se comportara como un cretino.
Ésa era la clase de mujer que le gustaba a él.
Un millón de fantasías carnales le llenaron la mente.
Se sentía bien. Era la primera vez en mucho tiempo que había reaccionado físicamente con tanta intensidad ante alguien. Pero, ¿quién sería esa mujer?
El frío que desprendía el bote de refresco lo devolvió a la realidad: tenía que ir a buscar a Paula. Miró al fondo del pasillo, por si tal vez ella hubiera salido de la sala.
Siempre había sido muy curiosa y ésa era una cualidad que la había metido en problemas en más de una ocasión… y que a él le había salvado una vez.
Al instante la mujer se volvió.
Tenía razón, siempre podría reconocer la sonrisa de Paula. Era la misma, pero todo lo demás había cambiado. Había crecido en estatura, tenía unas piernas espectacularmente torneadas y sus pechos, voluminosos y redondos, atraerían la mirada de cualquier hombre. Y esa boca, sensual y carnosa, prometía cosas excitantes.
La mujer que tenía delante nunca podría ser calificada como una mujer «dulce».
Paula sonrió. Lo sabía. Sabía que lo había sorprendido y eso le gustaba.
—Hola, Pedro. ¡Cuánto tiempo!
—La pequeña Paula Chaves —dijo él con una voz cargada de asombro.
Era preciosa.
—Ya no soy tan pequeña —respondió ella enarcando una ceja.
Fue hacia él lentamente y, con cada paso que dio, le recordó a Pedro todo el tiempo que había pasado desde la última vez que se había sentido atraído por alguien. Un año y medio. Un año y medio desde que su mujer se había marchado.
—Te he comprado una Coca-Cola —el gesto ahora le pareció algo estúpido. Un hombre no podía llevarle un refresco a esa clase de mujer, tenía que llevarle joyas.
Una delicada sonrisa rozó los labios de Paula.
—¿Como cuándo estudiábamos latín?
Él asintió mientras se sentía embargado por su perfume.
—De oppresso liber —murmuró ella cuando rodeó la lata con sus dedos.
Esas palabras significaban: «Libre de opresión».
En una ocasión la había tenido esperando más de cuarenta minutos antes de dar su clase de latín y ella había dado un grito ahogado al ver ese ojo que ya empezaba a ponerse morado.
Ese día Pedro no había tenido suerte y la mano de su padre había sido más rápida que él.
Pero Paula no había dicho nada. Simplemente le había escrito esas palabras en su cuaderno y después, debajo, había añadido: «Algún día».
Algún día… Ella no lo sabía, pero él siempre se había aferrado a esas palabras de ánimo porque algunas veces habían sido lo único que había tenido.
Juntos se habían tomado sus refrescos en silencio. El sol se había puesto y los grillos habían empezado a chirriar. Con un ojo cerrado por la hinchazón, Pedro no había necesitado más que la silenciosa comprensión de Paula.
Ese recuerdo le dijo lo peligrosa que sería la atracción que sentiría por Paula porque él ya no podía permitirse el lujo de necesitar ni desear nada. Estaba volcado en sus dos hijas, que ya lo necesitaban demasiado a él.
Apartó la mano del refresco, se apartó del provocador aroma y cerró su mente al pasado. En ese momento lo mejor sería dejar las emociones de lado.
Paula abrió la lata y dio un sorbo.
—Me he pasado a los refrescos light, pero de vez en cuando echo de menos el sabor de la Coca-cola con azúcar. Aunque seguro que esto es algo que te dicen continuamente las mujeres de la oficina y tu mujer.
—No estoy casado.
Ella lo miró.
Fue la primera vez que Jessie perdió la sonrisa.
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