martes, 18 de septiembre de 2018
AÑOS ROBADOS: CAPITULO 25
Pedro estaba esperándola en el restaurante cuando llegó. Ese hombre tenía un gusto excelente. Sardella's era uno de sus restaurantes italianos favoritos. Las paredes revocadas que representarían paisajes rurales y la chimenea de ladrillo le hicieron tener ganas de viajar a Italia. Unas velas blancas sobre bases de cristal iluminaban todas las mesas cubiertas de manteles a cuadros rojos y blancos. Era la perfecta atmósfera italiana.
Pedro se levantó cuando la vio y ella se quedó sin aliento. Había visto a ese hombre desnudo, en vaqueros y camiseta y en ropa algo más formal para ir a trabajar. Daba igual el modo en que apareciera, siempre hacía que sus hormonas bailaran al verlo.
Fue hacia la mesa tranquilamente, se tomó su tiempo para dar lugar a que las hormonas se le calmaran. Pedro le retiró la silla.
Paula lo miró y el sonrió y la besó en la mejilla, pero su mano izquierda dejó la silla para cubrirle una nalga, recordándole a Paula lo bien que conocía su cuerpo.
¡Y cuánto le gustaba al cuerpo de ella que él lo conociera tan bien!
Ella le apartó la mano.
—Puede verte alguien —le dijo riéndose.
—No.
Su chico malo. Estaba desconcertada. Pedro actuaba con tanta naturalidad mientras que ella estaba nerviosa.
Se sentó enfrente de ella, pero no levantó la carta de la mesa.
Ella se inclinó hacia delante.
—Bueno, ¿cuándo tenías pensando decirme que eres uno de los ganadores de la lotería?
Él detuvo su vaso de agua a medio camino de su boca. La miró a los ojos.
—Al principio, creí que lo sabías.
Esa era una de las cosas que le gustaba de Pedro, nunca intentaba inventar ninguna excusa ni mostrarse sorprendido.
—Hasta bromeé sobre ello con todo el mundo la primera vez que salimos.
—Eso era lo que pensé… que era una broma. Mucha gente hace bromas sobre la lotería.
Pedro se encogió de hombros.
—En ese momento pensé que no quería contártelo.
Bien, más sinceridad. Eso también le gustaba. El camarero llegó, les sirvió vino tinto y anotó la comida.
Una vez que se alejó de la mesa, Paula se inclinó hacia Pedro.
—¿Temías que sólo te deseara por tu dinero? —le preguntó en tono de broma porque estaba claro que sólo lo deseaba por su cuerpo.
Pero Pedro no sonrió. Ni siquiera pareció encontrarle nada de gracia al chiste.
Paula había ahondado precisamente en el tema que más incómodo le hacía sentir a Pedro, pero ¿qué había dicho exactamente? Algo sobre desearlo sólo por su dinero.
Una mujer estaría loca si no deseara a Pedro por el hombre que era, tuviera o no una fortuna. Por lo que ella sabía, la única mujer que no lo quería era… su ex mujer. La bella Amalia Alfonso.
Se suponía que estaban teniendo una aventura, y en las aventuras no se hablaba de temas personales. Aunque, claro, tampoco tenía que haber ni llamadas de teléfono ni podían dormir el uno en casa del otro. Ya que ella había roto esas reglas, también podría añadir la que atañía a unas largas conversaciones.
Además, había sentido curiosidad por esa mujer desde que Pedro había llevado a Amalia al pueblo. Paula había estado deseando que llegaran esas vacaciones de Navidad en las que él volvería de la universidad ya que, por fin, había reunido valor para pedirle una cita. Pero todo se vino abajo cuando vio cómo era la bella Amalia y lo feliz que parecía hacer a Pedro.
Resignada, relegó a Pedro a ese rincón de su corazón reservado para los hombres completamente inalcanzables. Después de oír que había tenido gemelas, nunca volvió a buscar información sobre él y afortunadamente él no había tenido ninguna razón para volver a Thrasher, por lo que no habían vuelto a verse.
Después de dar un largo sorbo de vino, Paula lo miró. Temía hacerle la siguiente pregunta, temía su respuesta:
—¿El dinero hará que vuelva?
Él asintió.
—Sin duda.
—¿Quieres que vuelva?
—No.
Pedro no dio más explicaciones y eso le gustó. Le había dado una respuesta sencilla, pero su tono denotaba mucha emoción. De ningún modo quería volver a tener relación con su mujer. Una calidez que nada tenía que ver con el deseo que
sentía por Pedro la embargó.
Él le tomó la mano por encima de la mesa.
—Lo único que me interesa ahora mismo es una célebre investigadora privada.
A Paula eso le gustó todavía más.
—Cuando éramos pequeños creía que eras demasiado buena para ser verdad. Dulce, inteligente. ¿Sabes? En realidad el latín no se me daba tan mal como te hacía creer —alzó su copa de vino—. Nunc est bibendum.
Es hora de beber.
Paula se rió. No recordaba mucho latín, pero las frases relacionadas con tonterías, con bebida y con sexo parecían habérsele quedado grabadas.
—¿Y cómo es que nunca te me insinuaste? —le preguntó ella.
Los hombros de Pedro se tensaron cuando él apartó la vista.
—Porque se lo prometí a tu padre.
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