domingo, 16 de septiembre de 2018
AÑOS ROBADOS: CAPITULO 19
Paula se estiró entre las suaves sábanas de algodón. Su cuerpo estaba absolutamente saciado y sus músculos tan relajados que creía con firmeza que jamás volvería a necesitar un masaje.
Pero esa sensación física no podía competir con cómo se sentía por dentro, como si hubiera vuelto a nacer con una energía completamente renovada.
Cerró los ojos y saboreó esa sensación.
Se le hizo un nudo en el estómago. Sus músculos se tensaron. ¿Qué demonios…?
Bruscamente, se incorporó en la cama. ¿Se daba cuenta de lo que estaba pensando?
Miró al hombre que dormía a su lado. Tan desnudo… tan guapo…
Tan… No, tenía que marcharse. Tenía que sacarlo de la cama. Sacarlo de su casa. ¡Y tenía que hacerlo ya!
¿Pero cómo? Su gran cuerpo prácticamente cubría todo el colchón y estaba dormido como un tronco… o como alguien que acaba de tener un orgasmo. Paula esbozó una pequeña sonrisa. Aunque por otro lado, él le había provocado dos y merecía que lo dejara dormir.
Tras recuperar el aliento, habían entrado en su
dormitorio y ella se había dejado caer sobre la cama sin ni siquiera quitar las cosas de adorno que tenía encima.
Pedro se movió mientras dormía y buscó el brazo de Paula para tirar de ella hacia sí.
Ella le dejó y se acurrucó contra él; adoraba ese aroma a cítricos y menta tan masculino.
Entonces Pedro empezó a acariciarle los muslos y pensó que tal vez podía dejar que se quedara allí, en su cama, un rato más.
¿Pero en qué demonios estaba pensando?
Miró el reloj. Eran más de las cinco de la mañana y ese día tenía otro caso en el que trabajar, eso sin contar que después tendría que preparar el viaje de dos días a Memphis que tenía previsto y que en algún momento tendría que solucionar el problema de las fotografías que había tomado horas antes en el parque.
Una calidez la invadió al pensar en el parque, en cómo la había besado Pedro en el tiovivo, en cómo la había acariciado en el columpio. Era el segundo lugar donde había afirmado categóricamente que nunca tendría relaciones sexuales: un parque.
Primero el aparcamiento y después el parque.
Ya de paso podría llevarse a Pedro a una biblioteca y hacerlo allí; así echaría por tierra todas esas normas.
Umm, eso no sonaba tan mal.
Pero sin duda estaba mal. Debía de estar loca si pensar en la biblioteca municipal estaba excitándola.
Se apartó el pelo de los ojos. «Vamos, levántate, vístete y sácalo de aquí».
Una aventura era una aventura y, según sus reglas, uno no se quedaba a dormir en casa del otro. «Despiértalo. No le ofrezcas café y nunca, nunca, le des un beso de despedida».
Le dio unas palmaditas en el hombro ignorando cuánto le gustaba sentir su piel bajo sus dedos.
Él se giró hasta quedar bocarriba y ella contuvo el aliento; la sombra de su barba se veía más oscura todavía y esos labios sensuales, esos labios que le habían hecho todas esas cosas…
Sí, quería que saliera de su cama, pero eso no significaba que no pudiera admirarlo mientras aún dormía. Pedro era todo un hombre, ya no quedaba rastro alguno de aquel chico que había conocido.
Por aquel entonces, le había gustado como chico y había soñado durante las clases de educación cívica sobre cómo de suaves serían sus labios. Ahora esos labios eran algo más toscos y su barbilla fuerte. Sus pómulos, antes planos, ahora estaban más rellenos, al igual que el resto de su cuerpo, como sus anchos hombros o sus musculosos brazos.
En conjunto, un hombre macizo.
Paula sacudió la cabeza. No era bueno soñar con él. Si no tenía cuidado, en lugar de garabatear su nombre en su cuaderno de clase, se pondría a manipular con el Photoshop las fotos que tenían juntos y a intentar ensamblar imágenes de sus futuros hijos. Todo seguía igual que antes, lo único que había cambiado eran la tecnología y las herramientas.
Ahora sería un buen momento para una dosis de realidad.
Se trataba de sexo. Increíble, pero sexo al fin y al cabo. De hecho, ni siquiera era tan bueno. Lo que sentía era fruto de lo que había estado deseando todos esos años, mezclado con una pequeña angustia adolescente. De verdad, ¿qué hombre podía encontrar el punto G y el clítoris a la primera?
Volvió a darle una palmadita en el hombro. Él abrió los ojos, que en ese momento eran más verdes que avellana.
Una lenta sonrisa fue extendiéndose por su rostro.
—Buenos días —murmuró, con una deliciosa y adormecida voz.
—No quería que llegaras tarde al trabajo —le dijo ella.
Él se sentó sobresaltado.
—¿Qué hora es?
—Casi las seis.
—Sí, gracias —respondió frotándose la cara con la mano.
La cama se hundió bajo su peso y Pedro apartó las sábanas con la pierna. Se puso de pie y ella estuvo a punto de replantearse lo de ofrecerle café. El sol de la mañana apenas entraba en la habitación, pero podía ver su cuerpo desnudo con claridad porque las palmas de sus manos prácticamente lo habían memorizado horas antes.
Durante unos instantes, consideró pedirle que se quedara.
Se recostó sobre la almohada y lo miró a través de unos ojos medio cerrados.
—¿No vas a levantarte? —le preguntó él.
Ella se encogió de hombros.
—¿Por qué? Estoy disfrutando de las vistas y además, no tengo que ir a trabajar hasta dentro de unas horas.
Él sonrió, al parecer no le incomodaba lo más mínimo que ella se lo estuviera comiendo con los ojos. Paula suspiró y se preguntó si las mujeres alguna vez llegarían a tener esa desinhibición que poseían los hombres en lo que respectaba a sus cuerpos. Ella en particular, desearía tenerla, pero mientras tanto decidió ir al tocador y sacar un camisón. Después de ponerse la prenda de seda púrpura, se colocó delante de Pedro.
—Pero, sí. Te acompañaré abajo. De todos modos, la alarma está puesta y tengo que desactivarla —le dijo guiñándole el ojo.
Él entrelazó sus dedos con los de ella y Paula casi dio un paso atrás. «Cálmate. Cálmate. No es que haya intentado besarte».
Fueron de la mano hasta las escaleras. La escena del crimen. La ropa de Pedro estaría en la entrada. «Llévalo allí ahora mismo». A Paula le palpitaba el corazón tanto como cuando lo esperaba en el instituto para ir a estudiar juntos.
Pero él no se detuvo en el rellano y le soltó la mano cuando llegaron al último escalón. Paula se apoyó contra la pared mientras lo veía vestirse. El sonido de su cremallera marcó el final de su interludio.
De ahí en adelante, entraban en una nueva era de situaciones embarazosas e incómodas. La primera la habían evitado, afortunadamente, porque los dos habían tenido un orgasmo.
Pero ahora se veían inmersos en la situación incómoda número dos. Esa primera despedida tras el sexo que podía sellarse con…
Un incómodo abrazo.
Un breve e impersonal roce de labios.
O con lo que ella más odiaba, con esa frase nada entusiasta que decía: «Te llamaré».
Desvió la mirada. Pedro no parecía en absoluto incómodo; es más, parecía tener una actitud increíblemente segura cuando avanzó hacia ella.
De pronto todas sus terminaciones nerviosas recordaron el placer que ese hombre le había dado y quisieron volver a experimentarlo. Él le puso el dedo en la barbilla y le alzó la cara para que lo mirara. Y cuando comenzó a acariciarle el labio, todos los sentidos de Paula despertaron.
Entonces él se dio la vuelta, fue hacia la puerta y se marchó.
Paula se quedó boquiabierta. ¿Eso era todo?
Las reglas de una aventura dictaban que no podía haber despedidas románticas y por eso ella no la necesitaba, pero aun así…
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario