miércoles, 26 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 18




—¿Cómo va todo por ahí? Dicen que la casa de Alfonso es una maravilla.


Paula vaciló, mirando el hermoso jardín por la ventana.


Esteban Phillips era el gerente de la empresa de equipamiento deportivo que había manufacturado el uniforme del equipo inglés y habían llegado a conocerse bien durante los meses que trabajaron juntos. El «gran desastre de la camiseta» los había unido mucho, pero aun así no tenía tanta confianza como para contarle ciertas cosas.


—Es una maravilla, desde luego. Hace un tiempo maravilloso y he pasado los últimos días trabajando en el jardín, a la sombra de un árbol. Desde luego, esto es mucho mejor que estar todo el día en un estudio diminuto y abarrotado de telas.


Esteban dejó escapar un suspiro pero fue Paula, imaginando el tráfico pasando al otro lado de la ventana en Archway Road, quien sintió envidia.


Si él supiera, pensó después de colgar. San Silvana era un paraíso, pero incluso el paraíso podía ser muy solitario cuando las otras personas que vivían en él te odiaban a muerte.


Fue un alivio que en los tres días que llevaba allí no hubiera visto a Pedro, pero lo que la molestaba era la certeza de que Giselle lo veía todos los días.


La abierta hostilidad de la ayudante era muy desagradable, pero podía soportarla. Lo que no podía soportar era cómo cambiaba por completo cuando hablaba con él por teléfono. Viéndola girar el sillón por tercera vez esa mañana mientras cruzaba sus largas piernas y hablaba con tono meloso, Paula decidió que no terminaría nunca el encargo si se quedaba allí… y que seguramente acabaría tirándole algo a la cabeza.


Así que tomó sus papeles y su ordenador y salió al jardín para trabajar bajo un cedro. Desde allí podía ponerse en contacto con la fábrica de Londres, además de terminar los cuatro diseños que había empezado a esbozar en el avión.


Pero, aunque el trabajo iba bien, ella se sentía fatal, como cuando era niña, después del accidente. Desde entonces y durante un tiempo intentaba evitar situaciones que pudieran ser remotamente inseguras. Y así era como se sentía en aquel momento, pero no era su codo lo que intentaba proteger, era su corazón.


De repente le pareció oír un ruido en la distancia que hizo que el vello de su nuca se erizase. 


Pensó que era su imaginación porque acababa de recordar el accidente, pero el sonido de unas pezuñas golpeando el suelo se acercaba cada vez más…


Asustada, se levantó de un salto y se colocó al lado del árbol para buscar refugio.


El caballo apareció por detrás de unos arbustos, a unos veinte metros, y Paula suspiró aliviada al ver que iba con jinete, alguien que podría hacerlo parar o, al menos, alejarlo de ella.


Su corazón dio un vuelco al ver que el jinete era Pedro. Llevaba botas de montar sobre los vaqueros e iba sin sombrero a pesar del ardiente sol. Incluso ella, que no sabía nada de esas cosas, podía ver que montaba con una elegancia natural, que el brillante y poderoso animal parecía una extensión de sí mismo.


—Ah, ahí es donde te escondes. Estaba a punto de enviar un equipo de rescate.


—No estoy escondida, estoy trabajando —respondió Paula.


Pero al darse cuenta de que estaba tras el tronco del árbol se apartó, intentando disimular el miedo que le producía el caballo.


—Giselle me ha dicho que trabajabas aquí. Está preocupada.


—Ah, qué amable —dijo ella, irónica—. Por favor, dile que estoy perfectamente.


—A lo mejor podrías hacerlo tú misma cuando vuelvas al despacho.


—Estoy trabajando aquí.


—¿Aquí, en el jardín? —repitió él, incrédulo—. Querrás decir que estás tomando el sol.


—No, estoy trabajando en los diseños. Aunque tú ya no pareces muy interesado en el tema. Y tampoco pareces precisamente encadenado a tu escritorio, por cierto.


El caballo se movía de un lado a otro, levantando la cabeza y moviendo los ojos de una manera que a Paula le parecía alarmante.


Pero no la asustaba tanto como el tono letal en la voz de Pedro cuando dijo:
—No tengo por qué darte explicaciones.


—¿Y yo sí tengo que dártelas a ti?


—Exactamente. Creo que ha llegado el momento de echar un vistazo a lo que estás haciendo. Nos vemos a las siete, en la casa de la piscina.



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