martes, 25 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 16




El cielo se había vuelto de un tono rosa pálido cuando Paula por fin cerró el ordenador y se pasó una mano por la cara. Le escocían los ojos y le dolía el cuello, pero había esbozado cuatro diseños diferentes para el consejo de administración de Los Pumas. Apoyando la cabeza en el respaldo del asiento cerró los ojos y respiró profundamente, cansada pero contenta…


Abrió los ojos unos segundos después. 


Pedro estaba a su lado, con esa sonrisa burlona que no parecía abandonar nunca. Tenía el pelo mojado de la ducha y, a la luz dorada de la mañana, parecía el modelo de un anuncio de colonia masculina: relajado, moreno, fresco y guapísimo.


—Buenos días. ¿Has dormido bien?


—No, no he dormido, estaba trabajando y he cerrado los ojos un momento…


—¿Otra siestecita?—la interrumpió él—. Ah, claro. En cualquier caso, te alegrará saber que vamos a aterrizar en unos minutos.


Nada le gustaría más que darse una ducha y cambiarse de ropa, pero no había tiempo para eso, de modo que sólo pudo lavarse la cara antes de volver al asiento.


Después de aterrizar observó a la tripulación colocando la escalerilla del avión mientras dos hombres uniformados entraban en la cabina y hablaban un momento con Alberto…


Pero entonces vio el brillo de las pistolas en sus cinturones y se volvió, asustada.


—¡Pedro, mira!


—¿Qué?


—Van armados.


El levantó la cabeza. Su expresión no se alteró mientras miraba a los hombres pero, en silencio, empezó a desabrochar el cinturón de seguridad.


—No hagas ningún movimiento brusco y haz todo lo que yo te diga —murmuró.


Paula asintió, sabiendo instintivamente que, si alguien podía protegerla, era él.


—Puedes empezar por sacar tu pasaporte del bolso.


Ella lo miró, sorprendida y enfadada por la estúpida broma, cuando los dos hombres uniformados se acercaron para saludarlo con toda cordialidad. Eran oficiales de aduanas y se mostraban más que amables.


Aquél no era un avión normal y Pedro Alfonso, evidentemente, no era un pasajero normal. Por supuesto, no tendrían que esperar cola para pasar por la aduana. Allí era donde la montaña iba a Mahoma.


Mientras Pedro hablaba con ellos, Paula lo escuchaba, fascinada. Ese era el idioma en el que se había educado de pequeño, pensó. Y era como ver una maravillosa obra de arte en el lugar apropiado.


Siempre había hablado inglés perfectamente, de modo que nadie podría imaginar que no era su lengua nativa, pero había una ligera tensión en su tono, una formalidad que contribuía a darle un aire distante, foráneo.


No era así cuando hablaba en su propio idioma. 


Entonces su voz flotaba como una caricia, una promesa, una invitación. Con el estómago encogido, Paula inventaba significados para esos deliciosos sonidos que no podía entender…


De repente se dio cuenta de que todos estaban mirándola y que uno de los hombres, con barba, se acercaba a ella y le decía algo que no pudo entender.


—¿Qué dice, Pedro?


—Relájate, es una simple formalidad. Sólo quieren revisar tu maleta. Aquí tu título no significa nada, lady Chaves.


—Ya te he dicho que no lo uso, no sigas con el tema —replicó ella.


El hombre volvió a decir algo y Pedro lo tradujo:
—Quiere que te vacíes los bolsillos.


Paula tragó saliva. Lo único que deseaba era que se la tragase la tierra. O ser abducida por extraterrestres. Porque iba a tener que sacar un montón de preservativos delante del oficial de aduanas argentino y Pedro Alfonso.


Pero metió la mano en el bolsillo y con gesto desafiante, sacó los envoltorios plateados. El tiempo pareció quedar suspendido mientras el hombre los revisaba… y cuando soltó una carcajada el sonido de su risa hizo eco por el interior de la cabina.


Apartándose el pelo de la cara, resignada, Paula miró a Pedro, esperando que también él estuviera riendo.


Y su corazón se detuvo al ver que su expresión era tan fría y dura como el mármol.



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