martes, 25 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 15




Paula abrió los ojos en cuanto él salió de la habitación. Unos segundos antes estaba tan cansada que se le habían cerrado los ojos, pero ahora estaba totalmente despierta, su corazón latiendo violentamente. Era como si le hubiesen puesto una inyección de cafeína concentrada.


Estar entre sus brazos le había hecho eso.


Suspirando pesadamente, apartó la manta. 


Creyendo por un momento que estaba soñando, se había dejado llevar por el placer de sentirse apretada contra su pecho…


Oh, no. no, no. Tenía que luchar contra esos sentimientos.


Levantándose de la cama, empezó a pasear por la habitación. Había sabido desde el principio que iba a ser difícil, pero no imaginaba cuánto. 


Se asustó al pensar en las horas que quedaban de vuelo, en los días que tendría que pasar con él…


No había escape alguno, nada que hacer más que dejar de pensar en Pedro. El trabajo era la respuesta, pero su ordenador estaba en la cabina y no quería volver a buscarlo. Claro que, si encontrase papel y lápiz, podría empezar a hacer algún boceto…


Paula abrió uno de los cajones de la cómoda. 


Dentro había un cuaderno de hojas blancas y miró para ver si encontraba un lápiz. Lo encontró al fondo, medio escondido entre un montón de envoltorios plateados.


Cuando descubrió que eran preservativos, una serie de imágenes poco bienvenidas apareció en su cabeza: Pedro, su piel morena en contraste con las sábanas blancas, el pelo cayendo sobre su cara mientras se apartaba de una mujer y alargaba una mano para sacar un preservativo del cajón…


Entonces oyó que se abría la puerta y, sin saber qué hacer, guardó los preservativos en el bolsillo del pantalón y cerró el cajón a toda prisa, asustada.


—Me había parecido oír ruido. Estás despierta.


—Sí, claro —dijo ella, mostrándole el cuaderno—. Me desperté cuando cerraste la puerta. Además, ya te dije que tenía trabajo, no tengo tiempo para dormir.


—Ya veo —murmuró Pedro—. Pues finges muy bien estar dormida.


—No estaba fingiendo, estaba dormida. Me has despertado tú —replicó Paula, nerviosa.


No podía evitarlo, la ponía nerviosa estar con él en un sitio tan pequeño, tan íntimo, con una cama…


—¿Entonces no quieres dormir?


—No, no me hace falta. Ya he dormido todo lo que necesitaba.


—Me alegro —Pedro empezó a quitarse el jersey.


—¿Por qué? —preguntó ella, con voz ronca.


Su irónica sonrisa fue como un jarro de agua fría.


—Porque imagino que entonces no te importará que yo duerma un rato —contestó él, abriendo la puerta—. No trabajes mucho.




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