viernes, 21 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 1




Paula se detuvo frente al espejo, con la barra de labios en una mano y un artículo titulado Cómo seducir al hombre de tus sueños en la otra. 


Sutileza, decía el artículo, en realidad significa fracaso. Pero, a pesar de todo, se le encogió el estómago cuando no pudo reconocer como suyos los ojos pintados con sombra oscura, los pómulos marcados por el colorete o esos labios tan brillantes.


Claro que eso estaba bien, ¿no? Porque tres años adorando a Pedro Alfonso desde lejos le habían demostrado que no podría ir más allá de un «hola» con el hombre de sus sueños si no tomaba medidas drásticas.


Entonces sonó un golpecito en la puerta y, un segundo después, la cabeza rubia de Soledad asomó en la habitación.


—Pau, llevas años aquí. Supongo que ya habrás terminad… ¡Ay, Dios mío! ¿Se puede saber qué has hecho?


Paula movió la revista que tenía en la mano.


—Aquí dice que no debería dejar nada al azar.


Soledad entró en la habitación.


—¿Y especifica que tampoco deberías dejar nada a la imaginación? —le espetó—. ¿De dónde has sacado ese vestido? ¡Se ve todo!


—Sólo he arreglado un poco el que llevé al baile de fin de curso —dijo Paula, a la defensiva.


—¿Ése es el vestido que llevaste al baile de fin de curso? Paula, por favor, si mamá se entera le dará un ataque —exclamó su hermana—. No lo has arreglado, lo has masacrado.


Encogiéndose de hombros. Paula echó hacia atrás su melena rubia y se dio una vueltecita.


—Sólo le he quitado la sobrefalda.


—¿Sólo? —repitió Serena.


—Bueno, también he acortado un poco el bajo. Así está mucho mejor, ¿no crees?


—Desde luego, parece otro —suspiró su hermana.


El escote palabra de honor del corpiño, de aspecto razonablemente pudoroso junto con una falda que caía hasta los pies, de repente parecía otra cosa combinado con una falda por encima de la rodilla, medias negras y el cárdigan que estaba poniéndose en ese momento.


—Pues mejor porque esta noche no quiero ser la patética hija adolescente del entrenador, recién salida del internado y a la que no han besado nunca. Esta noche quiero ser… —Paula se detuvo para mirar la revista—«misteriosa y, sin embargo, directa, sofisticada y sexy».


Desde el piso de abajo llegaban risas y voces y la música se abría paso por los pasillos de piedra de Harcourt Manor. La fiesta para anunciar el equipo oficial de rugby de Inglaterra para la próxima temporada ya había empezado y Pedro estaba allí, en alguna parte. Sólo saber que estaba en el mismo edificio hacía que se le encogiera el estómago.


—Ten cuidado. Pau —le advirtió Soledad—. Pedro es guapísimo, pero también es…


No terminó la frase, mirando las fotografías que cubrían las paredes, como buscando inspiración. La mayoría recortadas de periódicos deportivos y revistas de rugby, mostraban al atractivo Pedro Alfonso desde todos los ángulos. Guapísimo, desde luego, pero cruel y frío también.


—No crees que vaya a hacerme caso, ¿verdad? —suspiró Paula, con tono desesperado—. No crees que vaya a fijarse en mí.


Soledad miró el rostro de su hermana. Sus ojos verdes brillaban como encendidos por una luz interior y tenía las mejillas coloradas.


—Claro que se fijará en ti, pero eso es precisamente lo que me preocupa.


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