miércoles, 1 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 15




—Algo va mal —Paula observaba preocupaba la actividad reinante en el colegio mayor de Ambar—. Puedo sentirlo... —se llevó una mano al pecho—... aquí.


—¿Qué te hace pensar eso? —le preguntó Pedro, inquieto. Habían pasado los dos últimos días rodando exteriores en preparación de la secuencia de la petición de matrimonio del día siguiente, y el entusiasmo de Paula había palidecido notablemente.


—Hay demasiado ajetreo —señaló a las jóvenes que tejían las flores de sus bordados.


—¿Y? —Pedro le indicó al cámara que se detuviera—. La madre de Ambar se la ha llevado de compras. Ella no verá nada de esto.


—¿Y si sospecha algo, de todas formas? —tomándolo de un brazo, lo urgió a salir al exterior—. Whitey nos escribió poco después del Día de Acción de Gracias. Medio colegio mayor de Ambar está decorando la sala del banquete. Llevan semanas planeando esto. En cuanto a las demás, están obsesionadas con sus vestidos medievales, como has podido ver. ¿Cómo podría no filtrarse algo?


—Lo que espera ella es una fiesta universitaria —repuso Pedro mientras salían de la sombra del enorme roble, observando la forma en que la luz del sol arrancaba reflejos al cabello de Paula.


Se detuvo para admirar su melena dorada. Se había sorprendido a sí mismo fijándose en el físico de Paula varias veces en los últimos días, y se había distraído de lo que ella le estaba diciendo. Iba a tener que poner freno a todo eso.


Ella se pondría furiosa si le dijera: «lo siento, no te estaba prestando atención porque estaba admirando tus ojos, o tu boca, o la manera que tienes de gesticular con las manos cuando hablas». Pedro no alcanzaba a imaginar cómo había llegado a sentirse tan fascinado con una mujer a la que conocía de varios años... y que hasta ese momento había pensado que le disgustaba.


—¿Pero acaso la propia Ambar no esperaría ayudar en la preparación de esa fiesta como en todas las demás? —inquirió en ese momento Paula, frunciendo el ceño—. En vez de eso, su madre aparece de repente y se la lleva a comprarle un vestido, cuando hacía tiempo que la chica no veía a sus padres.


Preocupado por el tono que estaba adoptando Paula, Pedro le señaló que debían dirigirse a la caravana.


—Su madre probablemente se inventaría una buena excusa para visitarla.


—Ya lo sé —Paula se pasó una mano por el pelo, y ese gesto antes de actuar delante de la cámara no era una buena señal—. Estamos pisando un terreno resbaladizo. Los padres de Ambar tomaron un avión para venir aquí, y los de Whitey también. Y organizan y financian una fiesta para sesenta personas. O bien Whitey está muy seguro de la respuesta de Ambsr... o ya se han comprometido.


—¿Y eso sería tan terrible?


—¡Sí! —lo miró como si acabara de pronunciar una blasfemia.


—¿Acaso todos tus peticionarios no están convencidos de que van a ser aceptados? Sí, ¿no? Entonces no consigo comprenderlo —Pedro respetaba y valoraba la intuición de Paula, pero no podía menos que sospechar de sus constantes especulaciones


—De acuerdo, intentaré explicártelo —ya habían llegado a la caravana, y Paula permaneció pensativa por un momento—. Cuando captamos una petición inesperada, conseguimos emociones frescas, espontáneas, sinceras. La audiencia responde porque ella misma ha experimentado esos mismos sentimientos: los reviven —miró hacia el colegio mayor—. En cambio, aquí todo está demasiado preparado.


—De acuerdo, supongamos que así es. ¿Qué quieres hacer?


—Plantearle el asunto a Whitey.


—¿Por qué? Supuestamente, él es el responsable de que se mantenga el secreto.


—¡Oh, claro! —exclamó, irónica.


Pedro intentó no pensar en todo el dinero que derrocharían en caso de que no llegaran a grabar aquella petición.


—Si le planteas el asunto a Whitney, o te mentirá diciéndote que Ambar no está al tanto, lo cual es teóricamente posible, o te confesará la verdad arriesgándose a humillarse delante de sus padres y amigos cuando tú anules la grabación. ¿Qué crees tú que te dirá?


—No me refería a que él se lo dijera a Ambar. Quizá se lo haya dicho a su madre. Lo que pasa es que tengo un mal presentimiento —lanzó su bloc dentro de la caravana—. Esta petición no va a funcionar.


—Tengo dolor de cabeza —musitó Pedro, apoyándose en la puerta de la caravana.


—¿Quieres una aspirina? —le preguntó ella, buscándola ya en su bolso.


—¡No, no quiero ninguna aspirina! Quiero que grabes esa petición y dejes esas interminables especulaciones acerca de si Ambar se va a sorprender de verdad o no —habría preferido que Paula no discutiera con él sobre ese asunto... pero sabía que lo haría.


—¡Es la sorpresa lo que convierte todo esto en algo romántico! —suspirando, Paula se volvió para llamar la atención del equipo, gritándoles—: ¡Nos vamos dentro de cinco minutos!


Pero los chicos estaban conversando con las jóvenes del colegio mayor. O bien no la oyeron... o bien la ignoraron de manera descarada. Pedro se metió entonces dos dedos en los labios y dio un sonoro silbido; luego les indicó por señas lo mismo que les había gritado Paula.


La puerta trasera de la caravana estaba abierta y Paula se había sentado en el escalón.


—Podría haber salido tan bien... —declaró apenada.


—Todavía seguirá siendo romántico... —Pedro se sentó junto a ella—. Nada ha cambiado. Con los padres, con tantos amigos presentes, habrá mucha emoción sincera, espontánea.


—Será artificioso —repuso ella, sacudiendo la cabeza.


Pedro alzó los ojos al cielo, intentando conservar la paciencia.


—Todas estas peticiones tan elaboradas son artificiosas de por sí. Si dos personas están enamoradas, no necesitan de nada más.


—Pero ese algo más es lo que lo convierte en algo romántico —insistió Paula, cruzándose de brazos.


—Yo pensaba que era el amor lo que lo hacía romántico.


—Bueno, sí —Paula se estremeció visiblemente y, al momento, Pedro se quitó su cazadora de cuero para echársela sobre los hombros—. Oye, podemos compartirla —acercándose a él, extendió la cazadora para arroparlo y, con absoluta naturalidad, se apoyó contra su hombro.


Pedro se tensó involuntariamente ante su contacto y deliberadamente se obligó a relajarse; a Paula le parecía tan natural aquella posición que él se dijo que debería sentir lo mismo. Pero aun así advirtió que su brazo se curvaba casi inconscientemente alrededor de su espalda.


Paula era todavía más pequeña de lo que parecía, y su fragilidad despertaba su instinto protector. Sin analizar lo que estaba haciendo, se movió ligeramente de forma que quedara firmemente apoyada contra él.


—Pero también pienso que los hombres se sirven de ese argumento de «basta simplemente con el amor» para evitar hacer cualquier esfuerzo de ganarse a una mujer —le estaba diciendo ella.


—¿Quién se gana a quién? Yo pensaba que las mujeres modernas pretendían la igualdad de responsabilidades en la pareja.


—¿Acaso es incompatible esa igualdad con el romanticismo? —se apretó aún más contra él.


Pedro se estaba acostumbrando a sentir el cuerpo de Paula acurrucado contra su pecho. Y le estaba gustando.


—¿Es esto lo que el romanticismo significa para ti? ¿Miles de dólares gastados en disfraces y cada uno de tus movimientos registrado por un equipo de televisión? Eso no es amor: es espectáculo.


—El romanticismo no tiene por qué ser ni caro ni elaborado —replicó ella.


—¡Oh, claro! Es por eso por lo que te dedicas a grabar esas sencillas y nada caras pero sinceras peticiones de matrimonio, ¿verdad?


—Esto es diferente. Esto es fantasía.


Levantó la mirada y Pedro se quedó sobrecogido por el límpido azul de sus ojos. 


Claro y directo, no nublado por secreto alguno. 


Creía en cada una de las palabras que estaba pronunciando.


—Fantasías —repitió él —. ¿Y cómo sería un romanticismo sencillo?


—El romanticismo en sí es el esfuerzo extra que hombres y mujeres tienen que hacer para agradarse mutuamente —declaró Paula—. Para demostrarles que la persona a quien aman es importante para ellos.


—¿Y no piensas que pedir a alguien que se case contigo es ya una indicación de la importancia que se le da a la otra persona?


—De importancia, sí, pero no de sentirse querido y apreciado.


—¿Ahora también quieres sentirte querida y apreciada? —Pedro pensó que Paula y todas las mujeres como ella no tenían remedio; eran casos sin esperanza—. Parece como si pretendieras que cada día fuera San Valentín.


Paula asintió, y con el cabello le hizo cosquillas en la barbilla. Pedro aspiró profundamente su aroma.


—El hombre del que me enamore será del tipo de los que escriben cartas de amor, de los que encargan un perfume que sólo yo llevaré. El tipo de hombre que derrame pétalos de rosa en nuestra cama de matrimonio —suspiró suavemente.


Pedro alzó los ojos al cielo, sabiendo que ella no podía verlo.


—Acabas de poner una cara rara, ¿verdad?


—Sé realista. Un romance con matrimonio es mucho más sencillo que todo eso. El tipo sólo tiene que levantarse una mañana, decidir que tiene que hacerlo ese día, tomar del brazo a su novia y dirigirse con ella al juzgado más próximo. Así, sin más.


—¡Qué horror! —lo miró fijamente—. ¿Ni siquiera querrías que tu familia estuviera presente?


—Las familias lo complican todo —repuso Pedro pensando en la boda de Teresa, en los meses de preparación... y en la factura que tuvieron que pagar. ¿Y para qué? Patricio y ella aún no podían permitirse vivir en una casa solos—. Cuando me dedicaba a grabar bodas, vi parejas absolutamente estresadas. Vi novias histéricas por detalles insignificantes. Y durante todo el tiempo que estuve grabando, jamás encontré a un novio que no sintiera ganas de fugarse por sorpresa con su novia —excepto Patricio, que aprovechó la oportunidad para leer unos versos a la concurrencia durante el intercambio de votos.


—Una fuga puede ser romántica —afirmó Paula, aunque no parecía muy convencida—. Depende de cómo se haga.


—Creo que una boda precipitada en Las Vegas podría serlo —sonrió Pedro, previendo una réplica indignada por su parte.


—Eso es horroroso, pero tengo que confesarte que Georgina y yo hemos pensado seriamente en volar a Las Vegas para hacer un programa completo sobre ese tipo de bodas. ¿Qué te parece?


—Que con eso simplemente pretendéis convencer a las novias de que organicen una ceremonia un poco más elaborada.


—Es a los novios a los que quiero convencer —musitó ella.


Pedro se echó a reír, algo que estaba haciendo cada vez con más frecuencia.


—¿Realmente a ti te gustaría fugarte? —le preguntó Paula—. ¿Es esa la manera en que siempre has soñado con casarte?


—Ah... volvemos al asunto otra vez. Los hombres no suelen fantasear con sus bodas.


—Pues piensa en ello ahora.


Todo lo que Pedro alcanzó a visualizar fue una novia de blanco y una tarta de varios pisos.


—No puedo.


—¿Por qué no?


—Porque eso depende de la mujer con la que me case. Pero —continuó firmemente—, la mujer con la que case sabrá que la amo sin necesidad de perfumes o pétalos de rosa como prueba. Y ya se habrá gastado suficiente dinero en el futuro hogar familiar como para derrocharlo en algún rimbombante espectáculo... en el que ella sea a la vez la productora, la directora y la estrella.


Afortunadamente, el equipo se acercó a ellos antes de que el desacuerdo entre Pedro y Paula fuera aumentando. Ya era hora de grabar imágenes de Whitey vestido de armadura y montado en su corcel.


—Simplemente tú no eres nada romántico, ¿verdad Pedro? —le comentó Paula mientras se apartaba de él—. Toma tu cazadora.


—Lo dices como si fuera un defecto. Preferiría gastarme el dinero en cualquier otra cosa antes que en... — intentó imaginarse algo frívolo y recordó el enorme ramo de rosas que su padre le había regalado a su madre—. Flores —casi escupió la palabra—. Las flores mueren, y luego, ¿qué es lo que tienes?

Paula lo estaba mirando con los ojos muy abiertos, sin sonreír.


—Tienes el recuerdo.


—¿Los recuerdos te alimentan cuando tienes hambre?


—Las almas también sienten hambre —repuso ella con tono suave—. Jamás podría amar a un hombre que no pensara así.


—¿Quieres decir que preferirías a un tipo que se gastara sus últimos ahorros en papel para escribir poemas en vez de en un filete?


— ¡Exactamente!


Pedro pensó que acababa de describir a su cuñado. Movió la cabeza, profundamente decepcionado.


—Enamórate de un tipo así, si eso es lo que quieres. Pero, por tu bien, espero que no llegues a casarte nunca con él.




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