domingo, 19 de agosto de 2018

MILAGRO : CAPITULO 10




Pidieron sus helados en la ventanilla; uno de vainilla para ella y uno doble de chocolate para él, y buscaron un sitio donde sentarse. Las mesas seguían llenas, pero una pareja mayor estaba abandonando un lugar en la hierba, a la sombra. Pedro le dio su cucurucho a Paula, se sacó la camisa por la cabeza y la extendió en la hierba, bajo el árbol.


—No tiene sentido que los dos volvamos a casa manchados —aclaró, cuando ella lo miró interrogante.


—Gracias —se sentó sobre su camisa sin protestar, sobre todo porque era un excusa para no mirar su torso desnudo. El hombre tenía el cuerpo de un dios. Estaba lo bastante bronceado como para adivinar que trabajaba al aire libre sin camisa. Y estaba en forma, los duros contornos de su pecho sólo quedaban suavizados por un leve vello oscuro.


—Más vale que tengas cuidado —advirtió Pedro.


—¿Por...por qué?


—Eso va a gotear.


Como ella siguió mirándolo sin comprender, él se inclinó y lamió su cucurucho. Paula tragó aire al ver cómo su lengua acariciaba el helado.


—Perdona —él alzó la vista y se rió, entre avergonzado y divertido—. Es increíble que haya hecho eso.


A ella también le costaba creerlo. Ni lo que su acto de buena voluntad había provocado en su pulso.


—No importa.


—¿Quieres parte del mío? —le ofreció su cucurucho—. Adelante.


—No, gracias.


—¿Segura? Es de chocolate —la tentó él, moviendo las cejas.


—Me gusta el chocolate —dijo ella con voz suave. Los ojos de él eran como el chocolate oscuro.


—¿A quién no? —frunció el ceño—. Si te gusta, ¿por qué no lo pediste?


—No lo sé. Supongo que el de vainilla me pareció más seguro si se derretía, con el calor que hace.


—¿Siempre haces lo más seguro, Paula?


Ella lamió su helado antes de que empezara a gotear de nuevo y envolvió la punta del cucurucho con una servilleta.


—Me temo que sí —contestó.


—Aburrida —murmuró él.


—Ésa soy yo. Aburrida Paula.


—¿Era tu apodo cuando eras pequeña? —rió él.


—Por desgracia.


—¿Y qué hiciste para ganártelo?


—Nada —protestó ella, algo ofendida.


—Vamos, Aburrida Paula. Tu secreto estará seguro conmigo —lamió su helado.


—Me negué a salir con el resto de las chicas después del toque de queda —como él la miraba confuso, lo aclaró—. En el campamento de verano.


—Ah. ¿Cuántos años tenías?


—Doce.


Sus padres se habían ido a Europa un mes, unas vacaciones salpicadas de seminarios y talleres de trabajo. Paula había tenido su primer periodo mientras estaban fuera. Arrugó la nariz al recordarlo. Se había sentido incómoda y desabrida ese verano. No había tenido a nadie en quien confiar, excepto una tutora del campamento.


—Apuesto a que en realidad sí querías escaparte.


—Puede. Pero siempre he seguido las normas.


—Bueno, ahora tienes una oportunidad de hacer una locura —la retó él. Le quitó el cucurucho y lo sustituyó con el suyo—. Adelante. Atrévete.


—Oh, no, en serio...


—Más vale que te des prisa, o pronto lo llevarás puesto —las cejas se curvaron sobre un par de ojos divertidos—. Y esta vez no voy a rescatarte.


Ella no tuvo otra opción que obedecer. Al principio lo lamió con suavidad, pero cuando un río marrón empezó a deslizarse hacia su mano, dejó el disimulo y se puso a ello en serio. Acabó la primera bola antes de que Pedro hiciera mella en la de vainilla. La segunda bola se terminó justo cuando él mordisqueaba el borde del cucurucho.


—Tienes buen apetito cuando te dejas llevar —rió él.


—Más te vale acabar con ése antes de que yo acabe el tuyo, o te lo quitaré —contestó ella, feliz y de buen humor.


—Sigue comiendo así, niña, y dentro de poco no entrarás en esos pantalones cortos —le advirtió él.


Ella abrió la boca para protestar. Pero lo pensó mejor y se limitó a sonreír.


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