jueves, 16 de agosto de 2018

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 30




—¿Pedro? —lo llamó su hermano Hernan, viniendo a su lado—, ¿qué ocurre?; ¿qué te ha dicho?


Pedro sacudió la cabeza con incredulidad.


—No va a venir —murmuró. El juez Kilgore carraspeó.


—Mm... en ese caso supongo que no me necesitan —dijo—. Bueno, llámenme si hay algún cambio. Si me disculpan...


Y salió de la habitación.


Kimberley se acercó a su padre.


—Papá, yo creo que esto es un poco apresurado. Quizá Paula necesite algo de tiempo.


—Exacto —dijo Miranda, la mujer de Hernan—. Apenas le has dejado tiempo para respirar a la pobre criatura, y además cuando una mujer está embarazada sus emociones están... revueltas.


—Eso es —asintió Hernan.


—¿Embarazada? —repitió Kimberly mirando a su padre con los ojos abiertos como platos—. ¿Has dejado embarazada a Paula?


A sus veinticinco años, su inteligente y hermosa hija no era precisamente un dechado de tacto y delicadeza.


—Sí, Kimberly, está embarazada, y sí, yo soy el padre —respondió Pedro, intentando mantener la calma.


—¡Pero si eres muy viejo para eso! —exclamó ella. Hernan se rió entre dientes.


—A lo que se ve no.


Pedro les lanzó a los dos una mirada furibunda.


—No tengo tiempo para daros explicaciones —les dijo—. Tengo que ir a hablar con Paula. No sé... no sé qué es lo que ha podido hacer que se eche atrás. Cuando le dije que nos casábamos esta tarde no...


—¿Le dijiste que os casabais? —repitió Kimberly mirándolo de hito en hito—. ¿Quieres decir que tomaste la decisión y ya está?


—Bueno, ¿qué querías que hiciera? —replicó su padre—. Está embarazada de dos meses. No quería que ese bebé naciese siendo ilegítimo.


—Vaya, qué romántico —dijo su hija con sarcasmo—. ¿Y luego te cuadraste ante ella y te despediste con el saludo militar antes de salir por la puerta?


—Kim, cariño, no machaques a tu padre; sólo está intentando hacer lo correcto —le dijo su marido, poniéndole una mano en el hombro.


—Pero es que no puedes ordenarle a alguien que se case contigo, Zach —replicó ella—. Además,Paula tiene su corazoncito, como todas las mujeres; seguro que quería una boda en una iglesia, vestirse de blanco, y celebrar un banquete.


—Es verdad, al menos deberías haber esperado a que se comprase un vestido —regañó Miranda a su cuñado.


—Yo...yo creía que lo mejor sería celebrar la boda lo antes posible —balbució.


—Todavía no puedo creerme que hayas dejado preñada a tu directora de campaña... —farfullo su hija, sacudiendo la cabeza.


Pedro vio cómo Zach le pegaba a Kimberly un codazo en las costillas.


—No la he dejado «preñada» —dijo irritado—. Está embarazada de mi hijo.


—Que también es suyo —apuntó Kimberly.


—Pues claro que también es suyo.


—Sí, pero has dicho que está embarazada de «tu» hijo —replicó Kimberly—. Mira, papá, puede que estés acostumbrado a mandar y dar órdenes, pero no a todo el mundo le gusta que tomen decisiones por ellos. Además, si vamos a casarnos, a las mujeres suele gustarnos que nos los pidan, no que nos lo impongan.


Su padre parecía haberse quedado traspuesto.


—Entonces, lo que tendría que hacer sería pedírselo... —murmuró para sí, como si acabara de tener una revelación—. Es verdad; no confía en mí. Yo le confiaría mi vida, pero ella aún no confía en mí.


Un profundo silencio cayó sobre la sala.


—Estás enamorado de ella de verdad, y por primera vez estás confundido, ¿no es cierto, papá? —le preguntó su hija, poniéndole una mano en el brazo.


Pedro asintió. Tenía una sensación de quemazón en la garganta, por la emoción, pero al mismo tiempo era como si se hubiera liberado de un enorme peso.


—Sí, la quiero con toda mi alma —murmuró.


—¿Y se lo has dicho? —le preguntó Kimberly.




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