martes, 17 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 8




«Ahora sí que estoy en contacto», pensó Pedro cuando se sentó en un avión, seis días después, para volver a California. Le acompañaban una niña de seis años, que iba aferrada a un osito casi tan grande como ella, y un niño de cuatro, que se estaba tomando una barra de caramelo que le había dejado los dedos muy pegajosos.


Menudos trastos para un soltero acostumbrado a viajar solo.


—¡No! —Exclamó el niño, tirando del cinturón de seguridad—. ¡No quiero que me pongas esto!


—Es solo hasta que despeguemos —dijo Pedro, intentando desesperadamente atar el cinturón al niño, a la niña y al osito.


—Tienes que hacerlo, Octavio —le ordenó la niña—. Es lo mismo que lo que mamá nos ponía en el coche.


—¡Quiero a mi mamá!


—Mamá está en el cielo —dijo la niña, repitiéndole igual que antes que su madre no iba regresar.


Cada vez que decía aquellas palabras, Pedro sentía que se le rompía el corazón. Los enormes ojos azules de la niña se ponían tristes y solemnes. No era la niña alegre que había sido dos años atrás.


—Su verdadero nombre es Carolina, pero la llamamos Sol porque es nuestro… mi —había corregido Kathy, al recordar que Octavio había muerto—… mi pequeño rayo de sol.


Sol. Así había sido, una niña feliz y sonriente con ojos brillantes y rizos dorados. Entonces era demasiado pequeña para darse cuenta de que su padre había muerto.


Las cosas habían cambiado. Sabía perfectamente que su madre también había desaparecido de su vida. No había sonreído ni una sola vez. Sin embargo, Pedro no podía evitar sentir admiración por la pequeña, dándole ánimos a su hermano mientras se aferraba a su osito para consolarse a sí misma.


Sentía una enorme pena por los dos niños. 


«¡Qué derecho tengo yo a quejarme!», pensó Pedro, intentando que el niño no le tocara la ropa con las pegajosas manos. Por fin, con la ayuda de la azafata, consiguió que se sentaran al lado de la ventana. Mientras contemplaban cómo despegaba el avión, Pedro confió en que aquello sirviera para que se durmieran. 


Cuando el avión estuviera en el aire, podría ir a lavarse y ponerse a leer su periódico… 


Entonces, se dio cuenta de que tenía mucho más entre manos que manchas de caramelo.


Había estado en lo cierto respecto a Kathy Bird. 


Lo había preparado todo cuidadosamente. Sin embargo, Pedro no pudo entenderlo del todo cuando el señor Canson, el abogado, le informó que Kathy le había nombrado tutor de los niños y le había dejado a él todo lo que le pertenecía, como fideicomiso para sus hijos.


—¿Yo? —había preguntado él—. Ni siquiera soy pariente —añadió. Entonces el abogado le recordó que Kathy no tenía parientes—. Pero nunca me dijo nada. Seguro que había alguien más.


—No —le había asegurado Canson—. Solo usted.


Pedro lo miró fijamente. Efectivamente podía administrar los bienes e incluso darles fondos si era necesario. Se encargaría de que nunca les faltara de nada.


—Pero los niños —dijo Pedro, algo consternado—, no me los puedo llevar. Soy soltero. Ni tengo esposa ni si quiera un hogar. Vivo en un hotel.


—Bueno, como tutor de los niños, su única responsabilidad es que reciban los cuidados adecuados. Tal vez tenga un pariente que esté dispuesto a…


—No —replicó Pedro, pensando en su padre, en un pequeño apartamento. O en su tía, de crucero en alguna parte. Aquello era una locura. 


Una persona no podía dejarle en herencia sus hijos a otra.


—Entiendo que esto le coloca en una situación algo incómoda —añadió el abogado—, pero creo que podremos organizar algo. Hay una agencia disponible aquí que proporciona ayuda en este tipo de situaciones y podremos preparar una acogida temporal.


—Tal vez eso sea lo más adecuado. Ella nunca me había mencionado nada —confesó Pedro.


—Tal vez en la carta —sugirió Canson, señalando los documentos que le había entregado.


—Oh.


Pedro se había quedado tan perplejo que ni siquiera había mirado los papeles. Entonces abrió la carta. Después de leerla, había decidido que no habría razón alguna por la que dejaría a los niños en una agencia, aunque fuera de un modo temporal.


Los miró a los dos, dormidos. La luz que obligaba a abrochar los cinturones se había apagado. Fue al cuarto de baño, se lavó las manos y echó un poco de agua fría por la cara. 


Entonces, regresó a su asiento y volvió a sacar la carta.


Querido Pedro:
Espero que nunca tengas que leer esta carta. Tal vez así será. Solo tengo veinticinco años y me encuentro con buena salud. Sin embargo, Octavio solo tenía veintiséis cuando nos dejó y tengo miedo. ¿Qué les ocurriría a Octavio y a Sol si yo no estuviera aquí?
Si algo me ocurriera, y rezo con todo mi corazón para que eso no ocurra, esa sería la razón por la que estarías leyendo esta carta.
¿Por qué tú? Porque eres la única persona en la que confío y porque el tuyo fue el único hogar feliz que conocí. Solo fue una pequeña parte, lo sé, pero no te puedes imaginar lo mucho que atesoro cada minuto que pasé en tu casa, lo mucho que nos reíamos bajo aquel roble o en la piscina, incluso cuando ayudábamos a tu madre a preparar bocadillos o a limpiar la cocina. ¿Te acuerdas de cómo preparábamos helados en aquel viejo congelador y que todo el mundo quería el batidor? Tu madre siempre sonreía afectuosamente. Solía imaginarme que aquella era mi casa y que no volvería al orfanato, donde solo era una más de muchos niños olvidados.
Para serte sincera, aquel albergue fue el mejor lugar en el que he vivido. Todas las casas de acogida eran horribles y ni siquiera quiero pensar en la Dirección Juvenil. No sabías que yo también estuve allí, ¿verdad? Allí los niños no hacen más que dar vueltas. No quiero que eso les pase a mis hijos.
Pedro, prométeme que eso no les pasará. Sé que todavía no estás casado y que tal vez no quieras quedártelos. Si es así, por favor, encuentra a alguien, a alguien que los quiera realmente y que los cuide y que les dé el tipo de casa que tú tenías. Por favor por el amor de Dios, no les dejes convertirse en una pieza más del sistema como fui yo. Por favor Pedro. Hazme este favor.
Una vez más, espero que nunca leas esta carta, pero por si acaso… Gracias por compartir tu hogar conmigo y gracias por encontrar esa casa para Sol y Octavio. Te lo agradezco mucho.
Kathy.






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