martes, 17 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 7





A las cuatro de aquella tarde, estaba sentado en un avión en dirección a Columbus, Ohio, todavía intentando comprender lo que había sucedido, intentando superarlo. Kathy Bird muerta. Solo tenía… Veintiséis años. Era de la misma edad que Pete cuando murió, dos años atrás.


Octavio y Kathy Bird. Los dos muertos…


Pedro miró las nubes. Se sentía algo aturdido.


—Todos sus asuntos quedan en sus manos. Me ha llevado algo de tiempo encontrarlo —le había dicho el abogado.


—Sí…


Se había mudado dos veces en los dos últimos años desde la última vez que la había visto. A pesar de la pena, se sentía algo molesto. ¿Por qué él? Y, además, en aquellos momentos tan cruciales, cuando estaba a punto de empezar con el nuevo desarrollo.


—Lo siento —le había dicho—. No puedo marcharme de San Francisco en estos momentos.


—Señor Alfonso, es necesario que venga inmediatamente por los niños.


Aquello le había hecho pararse a pensar. Pobres pequeños… Seguramente ni siquiera habían empezado a andar.


—¿Se encuentran bien? —había preguntado muy ansiosamente—. ¿Quién está cuidando de ellos?


—Una amiga. Llevan con ella toda la semana.


Pedro se sintió aliviado. Efectivamente Kathy se había ocupado de lo que les pasaría a sus hijos en caso de muerte. Era una mujer muy práctica.


Probablemente aquel era su papel. 


Seguramente tendría que encargarse de que todo se llevara a cabo según sus deseos. No había sido una mujer a la que le gustara dejar cabos sueltos. Todos se habían sorprendido ante cómo había reaccionado ante la muerte de Octavio. Pedro había acudido porque ella le había llamado. Aunque se había visto rodeado de amigos y vecinos, se había aferrado a él.


—Tú eres mi familia —le había dicho.


Pedro se había sentido muy emocionado por esas palabras, a pesar de que no había relación de parentesco entre ellos. Ella había sido solo una de las de la pandilla con la que salía durante los años de su juventud en Dayton, Ohio. 


Aquella había sido su casa. Su madre había sido aquel tipo de mujer. Había sido una persona tan cariñosa, divertida… Nunca le había importado el ruido que hacían con la mesa de ping-pong ni cuando jugaban al baloncesto ni se remojaban en la piscina. Los chicos del albergue juvenil que había cerca, Kathy y Octavio entre ellos, habían sido visitas frecuentes en su casa. Con Octavio había tenido una amistad bastante íntima. Kathy, que había sido la novia de siempre de el, siempre había andado con ellos. Los dos siempre habían salido con él y con Gloria, o quien fuera la chica con la que él estuviera.


Después del instituto, se habían ido por caminos se parados. Pedro había ido a Harvard y habrían perdido completamente el contacto si no hubiera sido por la madre de Pedro, que era miembro de la Asociación del Albergue Juvenil y le mantenía constantemente informado.


—Octavio está trabajando de camarero y estudiando para ser secretario del juzgado y Kathy está trabajando en el banco.


Cuando se casaron, Pedro había sido el padrino y después el padrino de su primer hijo. Entonces, la madre de Pedro murió.


Durante un momento, Pedro regresó mentalmente a aquella pesadilla. Había tenido un ataque al corazón y había vuelto a casa. Demasiado tarde… Trató de sacudirse el sentimiento de pérdida que se apoderaba de él siempre que pensaba en su madre.


Octavio y Kathy se habían mudado a Columbus y había perdido el contacto con ellos hasta la muerte de Octavio. Kathy lo había llamado. 


Cuando había acudido, se había encontrado con Kathy, destrozada e intentando salir adelante, con un bebé en brazos y una niña de tres años. 


A pesar de la pena, no se había quedado en mala situación económica. Además, durante la enfermedad de Octavio, ella había empezado a transcribir para otros secretarios de juzgado y así se había asegurado unos ingresos. Pedro solo había hecho todo lo posible por consolarla y ayudarla con los detalles legales de la muerte. Luego le había prometido mantenerse en contacto y le había pedido que llamara siempre que lo necesitara.


—¿Algo de beber, señor? —le preguntó la azafata.


—Un whisky con soda, por favor —respondió él, reclinándose en el asiento para tomarse un sorbo cuando se lo hubo servido. La culpa se había apoderado de él. No se había mantenido en contacto como había prometido.


Solo había llamado muy de vez en cuando, había mandado regalos para los niños por Navidad y por su cumpleaños, pero nunca había regresado. Solo había ido a visitar a su padre, que había seguido trabajando en su farmacia en Dayton.


Dayton… No estaba tan lejos de Columbus. 


Pero, a pesar de todo, no había mantenido el contacto.



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