viernes, 27 de julio de 2018
CONVIVENCIA: CAPITULO 41
Paula echó a correr, pero no pudo olvidarse de la imagen de Catalina, acurrucándose contra Pedro. ¡Esa mujer! Le había besado, había probado la comida de su plato, como si tuviera un derecho especial a… Aquello le dolía mucho pero, efectivamente, Catalina Lawson tenía todos los derechos.
El dolor era tan intenso que Paula quería gritar.
Deseaba huir y esconderse. Aquella mañana… ¿cómo había podido arrojarse entre sus brazos de aquella manera? ¡Aquello no era propio de una niñera!
La puerta del ascensor se abrió y se montó. Tan tranquila como el resto de las personas que subían con ella, sin pensárselo siquiera. ¡Estaba curada! Al menos, cuando tenía algo más importante de lo que preocuparse… de estar enamorada de un hombre que amaba a otra mujer.
Entonces, se dio cuenta de que aquella cura no era temporal. Ya nunca más volvería a preocuparse porque le fuera a pasar algo en un ascensor, ni lloraría cuando así fuera. Con el tiempo, se olvidaría de todo, hasta de la sonrisa de Pedro y lo que se sentía al estar entre sus brazos. Se concentraría solo en lo que iba bien. Como entonces, iba por el pasillo, pensando en que Octavio ya estaba bien, en su nuevo trabajo y en los dos niños que pronto serían suyos.
—Hola, Paula —dijo Octavio, casi sin mirarla.
Le habían quitado el suero y estaba apoyado contra unas almohadas, contemplando feliz los dibujos animados que estaban echando por la televisión. Paula sonrió. Efectivamente era posible. Se podía olvidar.
Dio un beso a Octavio y fue a buscar al doctor Bradley, quien le aseguró que Octavio estaba fuera de peligro y que probablemente saldría del hospital a los dos días. Paula pensó que le daría otra semana antes de dejarle para ir a arreglarlo todo en Los Ángeles. Pensó que sería mejor ir a llamar enseguida y concertar una cita y llamar también a la abuela para pedirle que se quedara con los niños. Estaba segura de que Pedro entendería que tenía que quedarse con ellos. «Se lo diré enseguida», pensó, mientras regresaba a la habitación de Octavio.
El niño estaba dormido y Pedro sentado al lado de su cama, leyendo un periódico. De nuevo, Paula sintió la necesidad de salir corriendo y esconderse.
—Me estaba preguntando dónde estabas —dijo él, dejando a un lado el periódico.
—Fui a hablar con el doctor Bradley —respondió ella, mirando a su alrededor. Catalina no estaba allí—. Dice que Octavio podrá irse a casa dentro de un par de días.
—Bien. Siéntate.
Aquel era el momento para hablarle de los niños. Sin embargo, no pudo. No podía quedarse otro momento más en aquella habitación con él. Un día más y todo se habría olvidado, pero no podía en aquellos instantes.
La humillación, el dolor, seguían todavía presentes.
—Es mejor que me vaya. Por Sol.
—¿Está en casa de la señora Dunn?
—Sí, pero no me gusta abusar…
—Siéntate. Ya has corrido suficiente. Yo iré a verla.
Paula no protestó. Así no tendría que enfrentarse con él. Todavía no. Tal vez, cuando regresara, sería capaz ya de respirar
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