viernes, 27 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 40




Paula no podía creer que hubiera superado realmente su miedo a los ascensores. Se dice que pueden producirse por cualquier cosa. Tal vez había sido solo temporal.


—¿Crees que…? —preguntó Paula, deteniéndose al ver el rostro de Pedro. Parecía preocupado. Se había olvidado de su fobia.


Ella decidió hacerlo también al oler los deliciosos aromas que provenían de la cocina del restaurante.


Unos minutos más tarde, Paula cerró los ojos y suspiró.


—¡Este ha sido el mejor desayuno que he tomado en toda mi vida!


—¿Crees que eso será porque tenías mucha hambre?


—Podría ser o tal vez porque después de un mal trago, se aprecian más las cosas corrientes que uno da por sentado.


Hartarse de huevos con beicon, sentarse con él, ver cómo se reía por lo del oso de Sol y…
¡No! No había nada de corriente en Pedro. Solo estar con él, verlo sonreír… Cuando le había visto aquella mañana había sido como si el mundo se hubiera arreglado de repente. Entre sus brazos, se había sentido como si aquel fuera el sitio donde ella debía estar siempre. ¿Qué se habría pensado él? Bueno, no se había apartado de ella y…


—¡Cariño! ¡Estás aquí!


Paula levantó la mirada. Catalina Lawson se había sentado al lado de Pedro, le había besado en la mejilla y se había comido un trozo de beicon del plato de él.


—Sabía que estarías aquí cuando mi padre me dijo la discusión que habíais tenido ayer. Me explicó que te marchaste directamente al aeropuerto y… Oh, Pedro, no deberías enojarte tanto con papá… Ya sabes cómo es.


—No estaba enojado con tu padre. Solo necesitaba estar aquí.


—No, ya sabías que yo estaba aquí. Traje esos informes médicos enseguida, como tú me pediste. Y el niño está bien. Acabo de hablar con el médico. Ahora, escúchame, Pedro. No me gusta que te pelees con mi padre y yo sé que él no quiere perderte. Volveré contigo y podremos hablar con él juntos y aclararlo todo. Podemos tomar el vuelo de las seis y diez de la tarde y estar en Nueva York de madrugada.


Paula se levantó. Pedro extendió una mano hacia ella.


—¿Dónde vas? Todavía no te has terminado el desayuno.


—Yo… sí, ya he terminado… —tartamudeó ella. La verdad era que ya no podía comer más—. Y quiero hablar con el doctor Bradley antes de que se marche.


Antes de que él pudiera detenerla, Paula salió de la cafetería y fue corriendo al ascensor.


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