jueves, 26 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 37



Paula no intentó hablar con él por la mañana. 


Pedro se marcharía tan temprano que no tendría tiempo de hablar con nadie. Sin embargo, lo haría en cuanto llegara a Nueva York y se instalara en su apartamento. Tal vez no fuera allí directamente. Algunas veces tenía alguna cena o reunión… No pudo evitar preguntarse si Catalina estaría en Nueva York o en San Francisco. Probablemente no llegaría a su despacho hasta… No importaba. Marcaría todos los números que tenía hasta que consiguiera hablar con él. No había dormido en toda la noche, y no lo conseguiría si se quedaba en la cama. Por eso, decidió levantarse.


Entró de puntillas en la habitación de Pedro para ver a los niños. Ni siquiera se movieron, lo que no era de extrañar después de lo que había pasado la noche anterior. Pobre Octavio… Era tan inseguro. Si lo adoptara… No «si», sino «cuando». Estaba decidida a hacerlo para quererlos y cuidarlos, aunque nunca tuviera marido.


Bajó a la cocina y preparó café. El fuerte aroma siempre marcaba para ella el inicio de un nuevo día. Mientras se tomaba una taza, decidió que podría convencer a Pedro si lograba hablar con él. Él sabía que con ella estarían seguros. 


Decidió que, primero, llamaría a su abuela. 


Tanto si la anciana decidía irse con ellos como si no, iría a verla unos días. Luego, se marcharía a Los Ángeles para firmar su contrato y encontrar una casa y, tal vez, contratar una niñera. No, quizá una guardería fuera mejor. Sol empezaría el colegio en septiembre y Octavio podría ir a la guardería. ¿Qué colegio y qué guardería? ¿Qué casa se podría permitir?


De repente, sintió el peso de todo aquello. Sacó un cuaderno e hizo unos cálculos aproximados, contrastándolo todo con el poco dinero que tenía disponible.


—¡No me has despertado con una canción! —exclamó Sol, con ojos dormilones, mientras entraba en la cocina arrastrando su osito.


—Pensé que era mejor que te dejara dormir un poco más, pero te cantaré ahora —dijo Paula, acunándola entre sus brazos, mientras cantaba—. Es una niña muy pequeña, pero tiene un oso muy grande. Donde quiera que ella va, él oso va con ella. Es un oso muy grande, pero muy divertido. Esta niñita, llamada Sol, le mordió la orejita…


—¡Qué canción tan tonta! —dijo la niña, riéndose.


—¿Tú crees? ¿Puedes cantar tú una mejor? ¿Tal vez para Octavio?


—Octavio está todavía dormido.


—¿Todavía? Entonces, vamos a despertarle.


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