jueves, 12 de julio de 2018

BESOS DE AMOR: CAPITULO 14





No deberían haberse besado. Ninguno de los dos necesitaba eso en absoluto.


Ella había ido allí para arreglar los papeles del divorcio. La enfermedad de Santiago era la única razon por la que permanecia en su casa.


Órdenes del medico.


Y estaba claro que a Pedro lo molestaba esa atracción tanto como la molestaba a ella.


—Vaya, hay más. Parece que esas vacas nos han hecho un favor trayéndonos hasta aquí.


—Ahora parecen mas tranquilas.


—Son como niñas —sonrió Pedro—. Estan cansadas y hambrientas. Con un poco de suerte, podremos llevarlas por el sendero.


—¿Estás intentando decirme que va a ser fácil? —rio Paula.


Con los labios aún hinchados por el beso se sentía incómoda y confusa.


Mientras caminaban tras las vacas, el silencio entre los dos era muy tenso. Y necesitaba decir algo que la distrajera, pero no se le ocurría nada.


—No va a ocurrir de nuevo —fue Pedro el primero en hablar.


—No...


—Lo siento —dijo él entonces con voz ronca—. Ha sido culpa de los dos, pero...donde ibamos...es imposible.


—Lo sé —asintió Paula.


—Tú vas a casarte con otro hombre y yo no 
estoy interesado en una mujer que tiene...


Pedro no terminó la frase, pero lo que iba a decir era evidente.


—Que tiene un hijo. Era eso lo que querías decir, ¿verdad? Sientas lo que sientas por mí... o lo que pudieras sentir, nunca aceptarías a Santiago.


—Mira es un chico estupendo, pero...


—No tengo tiempo para este tipo de conversación —lo interrumpió ella—. Lo estas diciendo como si yo quisiera conseguir algo de ti. Ya te he dicho que no pensaba pedirte dinero para acelerar el divorcio. Eso fue idea de Alan. Yo no estoy buscando que alguien me solucione la vida.


—Paula...


—Pero eres tú el que tiene que pensar un par de cosas. Muchas mujeres tienen hijos, Pedro. Y si no puedes mantener una relación con una mujer que tiene un hijo, eres mucho más superficial de lo que había creído.


—Quizás sea cierto. ¿Te has parado a pensar que quizá por eso he tomado esa decisión? ¿Porque sé que no puedo hacerlo?


—¿Y cómo sabes algo así? ¿Lo has intentado?


—Dos veces. Y mi padre también. Lo intentó durante años y si un hombre como mi padre no pudo...


—Entonces, tú tampoco. Te comparas con él en esto, como te comparas con él para todo, ¿verdad?


—Mi padre era un buen hombre. Un hombre maravilloso. Era inteligente, trabajador y quería a mi madre con todo su corazón. Y a mí me gustaría ser como él.


—¿Y por qué crees que no lo eres? ¿Por qué crees que tú no eres estupendo, Pedro?


—Porque no lo soy. El rancho es un fracaso y estamos a punto de vender.  ¡Vender el rancho, Paula! No sólo Thurrell Creek, sino el viejo rancho también. Por eso sé que no soy como mi padre —exclamó Pedro entonces.


No quería seguir hablando del asunto. Estaba claro. Habia acelerado el paso y ella tenía que ir deprisa para seguirlo.


La rabia de Paula se había convertido en un sentimiento diferente. Algo que no entendía, pero que le llegaba al corazon.


—Tienes que dejar que te ayude mientras este aquí. Sé que no es demasiado, pero haré lo que pueda. Al menos será un granito de arena. Algún trozo de cerca, alguna bala de paja...


—Te agradezco la oferta, Paula, pero...


—Nada de peros. No seas tan cabezota. Y no me niegues la oportunidad de hacer algo bien.


—¿Por qué está bien? Tú no querías quedarte en el rancho, no querías que Santi se pusiera enfermo.


—Esta bien porque estamos casados, Pedro.


—Según un trozo de papel.


—Sé que sólo es un matrimonio en el papel, pero tiene que significar algo, ¿no? Deja que signifique algo más mientras tenga oportunidad, Pedro. Para que nuestro divorcio no niegue... lo que hemos tenido.


—¿Y que hemos tenido, Paula?


«Magia. Durante unas horas tuvimos magia. La misma que hoy, cuando nos hemos besado».


Pero no dijo eso en voz alta. De nuevo, había una dureza en la voz del hombre que la sorprendió. Pero quizá su forma de reaccionar ante el beso era diferente de la suya.


—Eramos amigos esa noche en Las Vegas. Hablamos, nos contamos cosas, como hemos hecho esta semana. Sé que sólo es un papel, que es algo temporal, pero soy tu mujer, Pedro. Y no pienso salir corriendo sin echarte una mano.


En ese preciso instante, al apartar unos matorrales, se encontraron de frente con Luisa, que los miraba, atónita.


Evidentemente, habia oído sus últimas palabras.


Por el rabillo del ojo, Paula vio a Santi jugando con Pablo en el riachuelo. Al menos, ellos no habían oído nada.


Pedro lanzo un suspiro al ver la expresión de su madre.


—No es lo que tú crees.


—¡Paula y tú estaís casados! ¡Es tu mujer!


—En realidad, no.


—¡Pero si acabo de oírlo!


—Bueno, técnicamente estamos casados, pero... —empezó a decir Paula.


—El hecho es que estamos casados, pero sólo porque lo dice un papel —la interrumpió Pedro—. ¡Mamá, no nos mires asi! Fue un error... una tontería. ¿Te acuerdas de ese «Maratón de Cenicientas» que vimos en la tele?


—¿Tú tomaste parte en eso?


—La verdad es que no sabía lo que estaba haciendo. No sabía que era una boda de verdad; me enteré después. Por eso ha venido Paula, para que podamos divorciarnos.


—¡Lo sabía¡ Sabía que aquí pasaba algo. Que entre vosotros había más que...


—¡No digas nada más , mamá!


—Eso dices tú.


—No hay nada entre nosotros y vamos a divorciarnos en cuanto podamos.


—Ya... —murmuró Luisa, recelosa. Y si hubiera visto el beso, mucho más.


—Es que estabamos discutiendo —siguió Pedro—. Paula cree que me debe algo, que nos debe algo. Y por eso quiere romperse la espalda en el rancho. Es un detalle por su parte, pero...


—¡No es ningún detalle! Lo hago porque me han enseñado a pagar mis deudas, sencillamente.


—No tienes que hacer nada —insistió él.


—Los favores se pagan. Tengo razón, ¿verdad, Luisa?


Los dos esperaban la sentencia de la mujer, que miraba de uno al otro sin entender bien lo que estaba pasando allí. Como si fueran dos niños después de una pelea, gritando: «¡Ha sido él! ¡No, ha sido ella!»


Luisa dejó escapar un suspiro.


—¿Teneís idea de lo absurdo que suena todo esto?


Pedro y Paula se miraron.


—Si, desde luego. Parecemos niños pequeños —sonrió él.


—Paula, yo nunca he dejado que un invitado hiciera nada en mi casa, pero respeto tu sentido del deber. Si quieres trabajar en el rancho, hazlo. Pero, por favor, no te creas en deuda con nosotros porque seas la esposa «temporal» de Pedro, la esposa «accesoria», «accidental» o como queraís llamarlo.


—Gracias.


Los tres se quedaron en silencio durante unos segundos.


—¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Por qué quieres divorciarte tan rápidamente? —preguntó Luisa entonces.


—Porque quiero casarme con otra persona —contestó Paula.


La madre de Pedro asintió sin decir nada. Y aquella vez, el silencio no se rompió.



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